jueves 28 de marzo de 2024
Editorial

Con el pedido de perdón no alcanza

Un hecho de connotaciones históricas a nivel global tuvo lugar el pasado lunes, cuando el primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte, se disculpó en nombre del gobierno de su país por el papel que jugó durante el régimen de esclavitud en sus colonias. El mandatario no ofreció una disculpa edulcorada, sino que fue enfático al sostener que lo acontecido fue “un crimen contra la humanidad”.

El reconocimiento es tardío, pero debe celebrarse en cuanto constituye una autocrítica a la que deberían sumarse la gran mayoría de los países poderosos de la tierra, que han tenido, durante la época colonial, pero también después, políticas de flagrantes violaciones a los derechos humanos cuando no de promoción de verdaderos genocidios.

El pronunciamiento de Rutte es consecuencia de un largo debate que se viene dando en Países Bajos sobre el papel que le cupo en la trata de esclavos durante más de dos siglos y medio. El año pasado, una comisión conformada ad hoc emitió un informe que recomendó al gobierno reconocer la esclavitud como un crimen contra la humanidad y pedir disculpas públicas.

No es el único país que ha ensayado disculpas por las atrocidades cometidas en el pasado. Hay otros que también lo han hecho, aunque la gran mayoría de manera parcial y sin profundizar demasiado en lo ocurrido. En 2018, el entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, pidió perdón por las masacres cometidas por el ejército de ese país en Argelia. No dijo nada, en cambio, por el rol francés en todo el período colonial, donde la esclavitud era una práctica común y promovida por el Estado.

Alemania se disculpó también por el holocausto judío, pero sus pedidos de perdón han sido muy tibios respecto de otros genocidios en los que participó, como el de los pueblos herero, nama y san en lo que hoy es Namibia, en África, considerado el primer genocidio del siglo XX.

De la gran cantidad de monstruosidades cometidas por el Reino Unido, considerada la máxima potencia colonial durante varios siglos, su gobierno solo ha ofrecido disculpas al pueblo kikuyu, en Kenia, por los abusos a los que fueron sometidos en los años cincuenta durante la campaña de contrainsurgencia contra la guerrilla Mau Mau.

Entre las naciones que nunca han pedido oficialmente perdón por matanzas y aberraciones cometidas contra seres humanos se encuentran, entre otros, Bélgica, que asesinó a millones de hombres, mujeres y niños en El Congo; Turquía, por el genocidio armenio; y España, por los crímenes cometidos en América durante la conquista.

La revisión histórica de los genocidios que han ocurrido en el mundo en los últimos siglos y el reconocimiento de la culpa de los países que los perpetraron es imprescindible, pero insuficiente. Los pueblos que han sufrido esos procesos, que pertenecen siempre a las naciones subdesarrolladas, merecen mucho más que una admisión de culpas por parte de los victimarios: necesitan un lugar de mayor preponderancia en un nuevo orden económico mundial que es preciso construir para reemplazar al tremendamente injusto que rige en la actualidad.

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