jueves 21 de marzo de 2024
Opinión

En el día de la tradición

Por Rodolfo Schweizer-10 de noviembre, 2016- Especial para El Ancasti

Por Redacción El Ancasti

El 10 de noviembre celebramos el día de la tradición, fecha del nacimiento allá por 1834 de José Hernández, autor de lo que Leopoldo Lugones calificó a principios del siglo 20 como el poema épico nacional, el Martín Fierro.

¿Qué mejor, entonces, que unir la celebración de este día al homenaje a un poema donde el protagonista es el gaucho, la quintaesencia olvidada de nuestras tradiciones? ¿Qué mejor que volver a las fuentes para tratar de encontrar en los valores elementales del hombre de la tierra el sentido de humanidad que estamos perdiendo a manos de un mundo escapado de las manos? 

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  • La sugerencia de Lugones es importante porque hace del gaucho idealizado del poema la esencia de nuestro ser colectivo, del criollo, más allá de los deslices que las conductas personales o colectivas puedan representar. El vernos como tal, como auténticos criollos, si es que se puede pretender tanto, nos legitima ante el mundo como pueblo, al endosarnos una cualidad distintiva que llamamos identidad nacional.

    La propuesta de Lugones de hacer del Martín Fierro el poema épico nacional es también acertada en el plano artístico porque, coincidiendo con las demandas del género épico, todo pueblo que, además de atesorar tradiciones y glorias pasadas las canta, las recita o las cuenta, gana un espacio mítico que lo legitima ante los ojos del mundo.

    Eso hace, justamente, el Martín Fierro al presentar la lucha de un arquetipo nacional –el gaucho- en un espacio definido como la pampa, guiado por un elevado objetivo cual es el de sobrevivir las vicisitudes de un entorno hostil, mientras protege o persigue su libertad.

    Esa valoración se agranda si consideramos que es en esas circunstancias de su vida errante donde se fraguaron los valores que llevaron al gauchaje a ofrendar la vida para darnos una nacionalidad; un país con nombre propio que puede vanagloriarse de haber contribuido con su sangre a la independencia de tres naciones hermanas en el siglo 19. 

    Estamos, por lo tanto, frente a un ser humano con valores morales que no fueron aprendidos en ninguna escuela ni en ningún libro, sino en la soledad de la pampa. Ante un hombre valiente que no se achica ante el infortunio, sino que "como el ave solitaria / con el cantar se consuela”; que es humilde ante el desafío porque conoce sus limitaciones: "pido a los santos del cielo / que ayuden mi pensamiento”; que se juega por lo que cree justo: "nada lo hace recular / ni los fantasmas lo espantan”; que es capaz de enfrentar la mala suerte:”no me hago al lao de la güella / aunque vengan degollando”. 

    Estamos ante los consejos de un padre gaucho a sus hijos que, de haber trascendido como norma social, nos habrían salvado de parte de la corrupción que caracteriza nuestro presente como nación:  "siempre el amigo más fiel / es una conducta honrada”; "ni el miedo ni la codicia / es güeno que a uno lo asalten”; "debe trabajar el hombre / para ganarse su pan”; "si la vergüenza se pierde / jamás se vuelve a encontrar”; "y sepan que ningún vicio / acaba donde comienza”. 

    ¡Cuántos dolores y cuantas vergüenzas nos hubiéramos evitado si estos valores simples hubieran guiado históricamente a nuestra sociedad!

    Ahora bien, la propuesta de Lugones no nace, sin embargo, de un acto de justicia  hacia el sector social representado en el gaucho. Éste fue siempre el perseguido en una república donde sus elites siempre actuaron en base a sus propios intereses internamente, mientras miraban hacia fuera para justificar intelectualmente, en nombre de una falsa visión de la modernidad, sus excluyentes visiones sociales y políticas. No olvidemos que para su tiempo histórico, el 1900, el gaucho estilo Martín Fierro ya había desaparecido. Para entonces el modelo era el gaucho asimilado al estilo de don Segundo Sombra. 

    Lo que en realidad guía a Lugones es la desesperación de su grupo de pertenencia social por no poder controlar los cambios culturales que la modernidad venía imponiendo desde tiempos de Mitre, allá por 1860. Sin embargo, esto no disminuye el valor de su propuesta. Por el contrario, la salva al recurrir a lo único auténtico que nuestra tierra podía ofrecer para no caer en la nada: el gaucho y sus tradiciones. Lo demás eran espejismos producto de una modernidad mal entendida,.

    En efecto, Lugones estaba viviendo a principios del siglo 20 el contexto creado por el aluvión inmigratorio que dio por tierra con un estilo de vida que venía de arrastre desde tiempos de la colonia. Para una sociedad acostumbrada al estilo colonial heredado de España, la llegada de miles de inmigrantes con una incipiente mentalidad industrial, no sólo representaba una amenaza al poder establecido y un marginamiento del intelectual nativo como él, sino que trastocaba todos los valores y conductas sociales que hasta entonces eran el estilo de vida aceptado.

    Para medir el espanto que la inmigración masiva causaba en el entorno cultural de entonces, nada mejor que la ofuscación de Ricardo Rojas ante el hecho de que cuatro de cinco personas con las que se cruzaba en una calle porteña hablaba en otro idioma diferente del castellano. Esto no debe extrañarnos. Para entonces, el escritor Hector Pedro Blomberg ya había bautizado a Bs. As. como la Babel del Plata.

    Por lo tanto, volver a las fuentes fue, para esos intelectuales, un acto de salvación cultural ante algo que los desbordaba.  

    Corresponde preguntarse a esta altura si, como sociedad, no estamos ante la misma situación que los intelectuales de 1900 tuvieron ante sí, cuando la dinámica económica del mundo de entonces los colocó ante un desafío que echaba por tierra todo lo que tenían como imagen de su propio país.   

    Hoy, obviamente, no son miles de inmigrantes golpeando las puertas para entrar a un país prometedor que, históricamente, se quedó a medio camino. Ahora el proceso es al revés, porque de lo que se trata es de congraciarse con una realidad donde el individuo, usted y yo, no pasa de ser un dato más en los modelos matemáticos y comerciales desde los cuales nos controlan. 

    Esta situación no comprendida por gran parte de nuestra sociedad actual nos obliga a mantener vivas en la memoria esas cosas profundas que definen el último baluarte desde el cual podemos enfrentar los desafíos de un mundo materialista dominado por el mercantilismo. 

    Esa línea de defensa pasa por la memoria de lo que fuimos y de lo que podemos ser si, en un acto de reflexión profunda, tratamos de recuperar esas cualidades elementales que nutrieron el alma de nuestra nación, cuando todavía no pasábamos de ser una esperanza.

    La tradición no consiste en la adoración de las cenizas de quienes nos precedieron, sino en la preservación del fuego que alimentó sus ideales. Por lo tanto reconocer la tradición no implica atarnos con cadenas al pasado, sino usarla como guía para evaluar y actuar desde nuestro punto de vista cultural ante los cambios que nos reclama la modernidad.Si con esta visión celebramos el día de la tradición, habremos contribuido a salvar a nuestra patria de las sinrazones de un mundo que ha perdido su norte. Si lo hacemos, habremos concurrido en la idea de que respetar esa herencia implica reconocer que todavía importa lo que otros hombres o mujeres hicieron en el pasado.


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