Entre lo antiguo y lo moderno se debatieron los claustros en la lucha por la dominación, desde aquel tiempo hasta ahora pasando por tiempos oscuros, percusión militar, represión, crisis económicas, entre otras cuestiones.
Un conjunto de hechos y situaciones que hoy nos enriquecen y nos alientan a construir escenarios futuros con más aciertos, aunque en escenarios que parecen repetir la historia. Ante ello es posible advertir el predominio de lo antiguo sobre lo moderno. El mundo conservador dominaba y domina sobre el mundo reformista. Como dijo alguna vez Robert Michels, toda organización por más democrática que sea desarrollará inevitablemente una elite u oligarquía, que enquistada en el dominio perpetuo no permitirá jamás por ninguna vía dejar de ejercer influencia, hasta incluso desconociendo y/o cambiando las reglas de juego en cualquier organización por más compleja que sea.
Nuestra querida universidad no es ajena al espanto. Si alguien se siente espantado cuando un legislador, un político común, está en un cargo por 10 años, tenemos el deber de comentar que en la casa de altos estudios las ofertas electorales la constituyen representantes que llevan en el poder17, 20, o 25 años. Algunos, ya fueron vicerrectores, ya fueron vicedecanos, ya fueron más de 2 periodos decanos y como si fuera poco, las edades de los postulantes rondan los 70 u casi 80 años. Edades en las cuales hasta incluso es un impedimento ejercer la docencia. Si no ejercen la docencia, ¿Cómo pueden llevar adelante una gestión de educación superior moderna, eficiente y eficaz? Creo que esa pregunta no los incomoda, ya que pretenden continuar en los cargos.
Lo curioso es que, en cada una de sus intervenciones, llama la atención una narrativa común a la hora de explicar el proceso electoral en la universidad y dicen; “somos defensores de la democracia” (…) garantizamos la participación de todos los claustros, queremos una universidad al servicio de la provincia. Es evidente la falacia y las contradicciones en las que incurren.
Cuando pensamos concretamente, que uno de los puntos mínimos característicos de los sistemas democráticos aparte del voto, es la alternancia en el poder, encontramos la contradicción mencionada. Sin alternancia, no hay sistema de gobierno que se parezca a una democracia. Si del manifiesto liminar de 1918 no se aprendió nada, hoy tenemos la responsabilidad de replantear y buscar otras alternativas a esta escaramuza conservadora que oxida las bases del conocimiento científico y la libertad de pensamiento.
Cada uno de nosotros creemos, y por suerte nuestro país todavía sostiene esta creencia, que las universidades públicas son el puntapié inicial para la transformación social, el debate crítico, la renovación y la movilidad social. Si observamos cómo transcurre el proceso electoral en la Universidad Nacional de Catamarca podemos decir que se presenta una tendencia inversa, la reafirmación de un conservadurismo profundamente enraizado en el sistema universitario. Sumado a la hipócrita y avasalladora conducta antidemocrática de actores políticos externos que en el intento irracional de cuidar las pocas filas que poseen, se introducen a navegar en las elecciones universitarias estropeando el proceso con el solo ánimo de flanquear el camino, interpretando a su gusto y preferencia lo que dictan los reglamentos.
Actores externos que no piensan en el desarrollo de una provincia, un país, una región en base a la ciencia y la tecnología, la investigación, el desarrollo profesional de los docentes, el futuro laboral y formativo de las alumnas y alumnos de las distintas carreras. Solo quieren destruir o sabotear el sistema.
Ante ello, una hegemonía se aprovecha de estas revueltas espurias entorno a los actores internos y externos, que en nada contribuyen a la democracia universitaria. Sabemos que esto no es un fenómeno nuevo, pero sí podemos advertir que adquiere una particular densidad en contextos donde la sociedad reclama mayor apertura, inclusión, participación y libertades.
Ahora bien, ¿Qué ocurre en nuestra Universidad?
En la Unca, como en muchas casas de altos estudios de nuestro país, los procesos electorales no operan como instancias de cambio real, sino como rituales de legitimación de lo establecido. Siempre los mismos.
Este conservadurismo tiene múltiples capas. La más visible es la continuidad de gestiones que se eternizan a través de alianzas internas, pactos no escritos y una escasa o casi nula alternancia de perfiles y proyectos, como lo mencionamos anteriormente. Basta con consultar los años en la gestión académica de algunos candidatos.
Lo cierto es que también hay una dimensión simbólica más profunda: la dificultad de imaginar una universidad distinta. Una universidad en la que las carreras no se abran por conveniencia, sino por estrategia de desarrollo; que las cátedras sean espacios de docencia crítica y compromiso; en donde los estudiantes, docentes y nodocentes participen con voz real, no como espectadores del armado de listas y sometidos a las preferencias hegemónicas de quienes dominan la universidad.
Quizás nos surge como interrogante lo siguiente: ¿Por qué triunfa este conservadurismo? Sin entrar en definiciones concretas, una postura conservadora garantiza la estabilidad en un contexto incierto. El riesgo del “cambio” es directamente proporcional a la incertidumbre. A mayor cambio, mayor incertidumbre, por lo tanto, necesito cada vez más estabilidad, para contrarrestar el cambio.
Ante este pensamiento, se construye una narrativa de “no tocar lo que funciona” incluso cuando lo que “funciona”, funciona exclusivamente para unos pocos. Incluso cuando los tiempos cambiaron, la realidad en el mundo cambia, pero las autoridades siguen en el mismo lugar.
El ser humano teme a lo desconocido, pero el ser humano bajo un sistema de opresión teme mucho más. Por lo que el miedo al cambio es más fuerte que la incomodidad con el presente. Las condiciones estructurales –desde la composición del padrón hasta los reglamentos electorales– están diseñadas para preservar este equilibrio existente. Y vale hasta para poner familiares directos en órganos electorales para preservar el equilibrio, tal como se observa en órganos superiores de la universidad. Todo lo vale.
Entonces; ¿Cuál es el escenario para el futuro de nuestra universidad?
Es necesario reformar, renovar, alternar sin miedos y sin pruritos. Nuevas voces se requieren para consolidar una universidad abierta al mundo. Podemos encontrar referentes provenientes de otras unidades académicas con mayores pergaminos académicos, y con una visión abierta a los cambios y más horizontal en la gestión académica que pueden llevar adelante este proceso.
Hasta ahora en los procesos electorales universitarios, muchas unidades académicas actuaron como espacios periféricos al centro hegemónico de la universidad. Una sola facultad ha dominado desde el siglo pasado hasta ahora el rectorado de la Universidad Nacional de Catamarca. Se pasaron el mando, cual si fuera una carrera de postas.
Es preciso pensar que una universidad que no se reforma, que no permite alternancia en el poder es, al fin y al cabo, una contradicción en sí misma. Pierde la lógica de existencia, y por lo tanto pierde su esencia.
Se pretende formar ciudadanos críticos y comprometidos con la sociedad, pero al mismo tiempo el ejemplo cotidiano de la gestión institucional nos lleva a pensar que todavía no ha llegado la democracia a esos horizontes.
Hoy nos encontramos ante una necesidad histórica de elegir otro rumbo. Es necesario una transición ordenada y una adaptación hacia las nuevas demandas de un mundo cuyos órdenes han cambiado radicalmente.
No podemos pensar una universidad cuyas autoridades, no hayan alcanzado mayores grados académicos, que no investiguen, que no aporten al sistema educativo público. No podemos pensar una universidad reformada en el siglo XXI, si las autoridades se sirven de lo público, y no devuelven nada al sistema del cual se sirvieron por muchos años. Los tiempos cambiaron, la conducción universitaria debería tomar conciencia de ello.