La crisis en el bloque de diputados no pasó de una chirinada, pero enfrentó a Juntos por el Cambio con la necesidad de apresurar su ordenamiento ante un Gobierno que aprovecha las ventajas de la mayoría parlamentaria para avanzar en todos los terrenos.
El desacato de más de la mitad de la bancada a la decisión de acompañar al oficialismo en el respaldo al convenio por la Mesa del Litio expuso un problema de liderazgos que excede a la conducción de Luis Lobo Vergara. Obedece a la disolución del sistema que articuló al radicalismo desde que logró desplazar al peronismo del poder, Intervención Federal mediante, en 1991.
Tres décadas de vigencia, dos en el Gobierno y una de agonía en la oposición durante la cual ninguna figura o sector consiguió suplantar las jefaturas afianzadas en el control del FCS.
Con la UCR como eje, todas las maniobras de lo que con el macrismo devino en Juntos por el Cambio, se desarrollaron en ese período a favor o en contra de Oscar Castillo y Eduardo Brizuela del Moral. Son dos puntos de referencia que han desaparecido, para los que todavía el radicalismo no encuentra reemplazos de similar eficacia.
No es casual que la rebelión en el bloque contra Lobo Vergara haya sido acaudillada por José “Chichí” Sosa. Es uno de los pocos que vivió la experiencia completa del FCS de los dos lados del mostrador, como funcionario y como legislador, con roles protagónicos hasta que desertó del castillismo. Ese rodaje le hace advertir con más nitidez que a otros lo imperioso de configurar un nuevo esquema, porque conoce de primera mano lo que significa para el oficialismo tener una oposición condenada a la derrota: todo lo que se le reprocha al Gobierno lo hizo en su momento el FCS, con el mismo desprejuicio, en el campo libre que dejaba un peronismo que recién en 2001 comenzó a mutar, con el triunfo de Luis Barrionuevo sobre Ramón Saadi. Y le llevó diez años más acceder a la Casa de Gobierno, en un proceso que incluyó a Lucía Corpacci como vicegobernadora de Brizuela del Moral.
La fractura circunstancial tuvo el efecto de un sinceramiento. Nadie está en condiciones en el escenario opositor de arrastrar al resto sin consensuar antes. En otras palabras: nadie es Brizuela del Moral o Castillo.
El episodio sumó el condimento de la participación del peronista disidente Hugo “Grillo” Ávila, que explora la posibilidad de integrarse a un frente opositor.
Pérdidas
Brizuela del Moral murió el 25 de agosto del año pasado, en ejercicio del cargo de diputado nacional. El radicalismo se quedó así sin su principal insumo electoral, hecho que quedó ratificado en la catastrófica derrota que padecieron en 2019 Roberto Gómez, Flavio Fama y Rubén Manzi, candidatos a respectivamente a gobernador, intendente de la Capital y diputado nacional.
Castillo perdió las primarias también el año pasado, si bien por interpósitos postulantes: Daniel “Telchi” Ríos para sucederlo en el Senado, Patria Breppe para la Cámara baja. Con él perdió la UCR también un articulador de sagacidad proverbial, cuyos méritos fueron reconocidos hasta por sus más enconados enemigos, que le endilgaban la responsabilidad por los reveses electorales menos por sus responsabilidades en los armados que por su supuesta falta de colaboración.
La eficacia atribuida a Castillo era de tal magnitud que hacía perder al FCS y a Juntos sin siquiera plantar ofertas por afuera de esas estructuras –método peronista por excelencia-, solo absteniéndose de participar u ordenando a sus tropas que jugaran para perder. Elogios involuntarios: resulta que el concurso del denostado Castillo era tan indispensable para ganar que los aspirantes a reemplazarlo se quejaban porque no les entregaba el poder “llave en mano”.
Disputa
Estas dos vacancias explican las tensiones en la oposición y marcan un desafío que gravita sobre todo el escenario institucional.
La inconsistencia que dejó al desnudo la fractura de los diputados contrasta con un oficialismo monolítico en la acción, independientemente de sus diferencias intestinas, que también las tiene.
La relación del gobernador Raúl Jalil con el intendente capitalino Gustavo Saadi y la senadora nacional Lucía Corpacci se mantiene sólida. El instinto de poder neutraliza cualquier eventual cortocircuito y retroalimenta la expectativa de continuidad, mucho más en un escenario nacional de dispersión oficialista. Blindarse ante la crisis del Frente de Todos, encapsularse, es prioridad compartida por los tres componentes del triángulo.
La generación de una expectativa similar es la tarea pendiente en la coalición opositora, apremiada porque el horizonte de las urnas, de acuerdo a todos los indicios, se le arrima a marzo. El adelantamiento del calendario provincial, en maniobra coincidente con la que barajan todos los gobernadores, la aislará de sus referencias nacionales, que concentran su trabajo de acumulación en el área metropolitana y no tendrán todavía resueltos sus propios litigios.
Marzo incuba aparte peligrosas proyecciones. De la calidad de los resultados provinciales dependerá el margen de maniobra que tendrá el Gobierno para intentar componendas para partir a Juntos en las nacionales, incluso en acuerdo con la dirigencia nacional del sector. No sería la primera vez.
También olfatean esta acechanza quienes cuestionan lazos demasiado fraternales de algunos con el oficialismo, excusados en la sana convivencia democrática.
La salud republicana, en realidad, requiere menos de sospechosas buenas relaciones que de una oposición fuerte, en condiciones de comprometer al oficialismo. El poder avanza hasta donde puede, está en su naturaleza.
Una oposición escuálida y reducida a lo testimonial deja a los oficialismos sin contrapeso. Y a la sociedad librada pura y exclusivamente a la buena voluntad de sus gobernantes.