martes 19 de marzo de 2024
|| CARA Y CRUZ ||

El mayor despropósito

Por Redacción El Ancasti

Desde que fue inaugurado, en junio de 2011, el Estadio Bicentenario de Catamarca estuvo la mayor parte del tiempo sin funcionar a pleno. Pasada la euforia de los primeros tiempos, donde hasta jugaron allí equipos como Boca y River, el denominado “Coloso de la loma” bajó las persianas al detectarse fallas estructurales en un sector de las tribunas. El último partido que se disputó allí fue en mayo de 2016, por el torneo Federal B. Ya entonces solo se utilizaba un sector de las tribunas, porque las ubicadas en el norte y sur habían sufrido asentamientos en el terraplén y representaban un verdadero peligro para el público. Mientras tanto, la Provincia ordenó realizar pericias técnicas para determinar las causas de los daños y comenzó una larga pelea legal con la empresa constructora Capdevilla que aun hoy sigue sin resolución. De acuerdo con un informe encargado por el Gobierno local a la Universidad de Tucumán, las fallas en el Estadio se debían a problemas de mala construcción. Para Capdevilla, por su lado, lo que sucedió allí fue por culpa de la falta de mantenimiento por parte de las autoridades provinciales. En mayo de 2017, la Fiscalía de Estado demandó a la constructora por daños y perjuicios en la Justicia y le exigió el pago de 36 millones de pesos, que fue el monto estimado para las reparaciones del Estadio, al cual consideró en estado de “ruina parcial”.

 

Poco tiempo después, la empresa Capdevilla se declaró en estado de quiebra y se inició el trámite del concurso de acreedores. En esa instancia, el síndico de la quiebra presentó un informe en el Juzgado Comercial Nº 2 en el que precisó que los créditos comprobados en la obra del Estadio ascienden a $259.456.216,98, de los cuales el 99% corresponden al Estado, mientras que el resto se lo distribuyen la AFIP, el presidente de la empresa, un ex empleado y proveedores. Y recomendó considerar admisible el reclamo del Estado provincial por la mayor parte de ese monto. Cuando el ex gobernador, Eduardo Brizuela del Moral, construyó el Estadio, con fondos de la minería, el costo de la obra fue de alrededor de 50 millones de pesos; en la actualidad se estima que ascendería al menos a unos 257 millones. Pero lo rigurosamente importante de esta cuestión es que semejante obra se encuentra en el más absoluto abandono, inmersa en el fárrago de la pelea judicial y sin ninguna salida a corto plazo que permita soñar con su utilización. Tal como está, el Bicentenario es el símbolo de la pomposidad, del gasto irracional y, peor aún, del olvido.

 

Por ello resulta alentador que surjan iniciativas para recuperarlo de la oscuridad y ponerlo nuevamente en marcha. Una de ellas es la del intendente capitalino, Raúl Jalil, quien postuló la idea de acordar con la Provincia una inversión para repararlo y luego, según opinó, dejarlo en manos de una agencia que lo administre y le dé un uso multipropósito, es decir, tanto para actividades deportivas –fútbol profesional, básicamente- y espectáculos. Incluso el secretario de Obras Públicas de la comuna, Eduardo Niéderle, quizás en un intento por desdramatizar el dolor de cabeza que implicaría su reparación, dijo que las obras necesarias no tan complejas como se imaginan. “No es que suene fácil como yo lo digo, es realmente fácil. Dentro de lo técnico no es nada complicado. Todo tiene solución y se puede hacer”, expresó en diálogo con Radio Ancasti la semana pasada. En cambio, para el secretario de Deportes de la Provincia, Maximiliano Brumec, la cosa no es tan simple. “Se trata de una megaobra que está mal hecha, mal dirigida, con fallas de materiales y problemas estructurales. No es cuestión de parchar, hay que hacer las cosas bien”, opinó. En realidad, lo más espinoso no parece ser el trabajo de obra, sino el aspecto formal. Jalil admitió que aún no le planteó su inquietud a la gobernadora, Lucía Corpacci, quien sin embargo está atada a la suerte del litigio entre el Estado y la empresa. Algo es cierto: el Estadio no puede seguir allí como una obra inútil. No hacer nada es el mayor despropósito político.

 

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