lunes 10 de febrero de 2025
EDITORIAL

La posverdad

A partir de diciembre, el Diccionario de la Real Academia Española incluirá el término “posverdad”, expresión ..

Por Redacción El Ancasti

A partir de diciembre, el Diccionario de la Real Academia Española incluirá el término “posverdad”, expresión que en los últimos tiempos ha cobrado cierta dimensión por sus implicancias políticas.

La Academia aún trabaja en la definición precisa, pero Darío Villanueva, director de la institución, señaló que el término quiere decir que “las aseveraciones dejan de basarse en hechos objetivos, para apelar a las emociones, creencias o deseos del público”.

Son construcciones aceptadas como una verdad por un sector de la población, pero que poco o nada tienen que ver con la realidad.

Antoni Bassas, periodista catalán, indica que la posverdad “describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales”.

Los hechos son aceptados de antemano porque se adaptan a nuestras creencias, no importan si son ficticios o verdaderos. El auge de las redes sociales ha influido fuertemente en la expansión de esta manera de analizar el mundo.

Hay versiones no coincidentes respecto del origen del término. Algunos le atribuyen la autoría al bloguero David Roberts, que en un artículo se refirió de esa manera a las posiciones que niegan el cambio climático pese a la evidencia científica existente. Para otros, la palabra fue usada por primera vez en un ensayo de 1992 por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich, que escribió, no sin ironía: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad”.

Sea como fuere, hay coincidencias más o menos generalizadas sobre el significado de la expresión.
El concepto se terminó de consolidar el año pasado por dos hechos de alcance internacional: la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y el Brexit. Durante la campaña y ya como primer mandatario, Trump declaró como verdades situaciones falsas con total naturalidad. Y Nigel Farage, el ganador del Brexit en el Reino Unido, desmintió luego todo lo que dijo durante el proceso previo a la votación.

La política argentina está plagada de construcciones a las que bien puede aplicarse el término. Tanto el gobierno anterior como el actual han elaborado un “relato” para respaldar las políticas que implementaron. A juzgar por el contenido de ambos, que estos relatos se ajusten a la realidad es una cuestión accesoria.

Pero el apogeo de la posverdad no es una responsabilidad exclusiva de la dirigencia o sus asesores: para que prevalezca, debe haber un sector importante de la población dispuesta a darle credibilidad. Y esto porque los enunciados falsos que encierra se ajusta a las creencias de los que los consumen y los amplifican a través de medios de comunicación y redes sociales.

Los argentinos escuchamos lo que queremos escuchar y vemos lo que queremos ver. Cualquier postulado que se aparte de nuestros prejuicios es rechazado, aunque se ajuste a la realidad.

Por eso, en la era de la posverdad, lo que se necesita es una ciudadanía crítica y cuestionadora, con una propensión irreductible hacia la verdad, aunque a veces nos resulte incómoda y contraria a nuestros dogmas más arraigados.

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