La experiencia humana, ese vasto caleidoscopio, infinito e indescifrable, puede otorgar a la misma vivencia distinto significado e importancia. Mañana, Bonnie Tyler se despertará, tomará un café, lavará sus dientes, subirá a su auto y visitará el banco más cercano. Una vez allí, procederá a cobrar el enésimo cheque de su vida por la canción “Eclipse total del corazón”. Por mi parte, los eclipses siempre han sido una fuente de frustraciones.
Lo que sucede es que todas las noticias que anuncian un eclipse de sol (el único que vale para esta columna, el de luna es ordinario) tienen el mismo formato: en primer lugar destacan el carácter histórico del evento, haciendo referencia a que hace 73.000 años que no ocurre uno así y que volverá a suceder en 47 años –para darnos esperanza de revancha, tal vez-, luego dan las recomendaciones técnicas para verlo sin riesgo de perder la vista (es muy complicado perder la vista, porque después hay que buscarla sin poder ver) y por último aclaran que el eclipse solo será visible en el norte de Uzbekistán, la cara sur del Himalaya y cualquier otro país o región ubicado a distancias imposibles para el catamarqueño promedio.
Entonces uno transita una vida ayuna de eclipses de sol, una experiencia tan lejana e incomprobable que no puede menos que dudarse de su existencia. Desde un punto de vista empírico, los eclipses de sol tienen para mí la misma entidad que un unicornio. Sin embargo, desde un plano teórico, me consta que existen.
Me gustaría recordar, si de eclipses hablamos, que en la trama de la trilogía de la oscuridad (una serie de novelas de vampiros de Guillermo del Toro y Chuck Hogan que mezcla muy bien los aspectos mitológicos y científicos de estos seres) los vampiros aprovechan un eclipse total de sol para hacerse con el control del mundo. No existe mención a Bonnie Tyler en ninguno de los libros (que yo recuerde) pero me temo que, en semejante futuro, la cantante, lejos de tener la vida resuelta por ese éxito, es vilipendiada y desterrada de las radios, porque en ese mundo nadie piensa en su ex pareja al escuchar la palabra eclipse, sino en aquel fatídico día en el que la tierra se perdió a manos de los no muertos. En ese mundo, Bonnie Tyler siente la misma frustración que yo hacia los eclipses, y no puedo evitar pensar en eso como un poco de justicia.
La realidad, por supuesto, es otra. Uno de estos días voy a leer el titular en el diario anunciando un nuevo eclipse de sol, y leeré la noticia entusiasmado hasta que advierta que estará fuera del alcance de mi vista. Mientras tanto, a miles y miles de kilómetros de mí, Bonnie Tyler pagará la patente anual de su Ferrari con las regalías de una semana de aquella canción en la que su corazón era eclipsado totalmente, hasta el final del pericardio.