viernes 22 de marzo de 2024
Editorial

Ciudad rica, interior pobre

Las asimetrías de desarrollo entre las distintas regiones de la Argentina es, sin duda, uno de los problemas estratégicos más importantes del país. Pocas naciones tienen disparidades de esa índole tan marcadas como la nuestra. Una capital portuaria, que concentra un nivel de ingresos inmensamente superior que el del resto de las regiones. Se trata de un fenómeno histórico, no coyuntural, que ha tenido impactos distorsivos difíciles de revertir, aunque el desafío de producir una redistribución progresiva se imponga como una necesidad.

Un informe elaborado por el legislador porteño Matías Barroetaveña ratifica que el presupuesto por habitante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) es mucho más alto que el del resto de las jurisdicciones del país, pero además agrega un dato significativo: el presupuesto en dólares per cápita de la capital argentina es más alto que el de las mayorías de las ciudades de América Latina y hasta de algunas grandes ciudades europeas, como Madrid o Barcelona.

El presupuesto de CABA para el corriente año es de casi un billón de pesos, exactamente 964.388 millones, es decir, de 313 mil pesos por habitantes. Es, per cápita, un 77% más alto que el de la provincia de Buenos Aires, en la que el presupuesto que le corresponde a cada habitante es de 177 mil pesos. Pero además es 58% superior al de Córdoba y 25% más alto que el de Santa Fe, por citar solo las provincias de mayor grado de desarrollo.

Las desigualdades territoriales en materia económica no solo son injustas, sino que además conspiran contra la propia competitividad de la economía argentina, que necesita de un desarrollo armónico y equilibrado de todas las regiones, cada una de las cuales tienen recursos naturales que, explotados de un modo ambientalmente sustentable, podrían funcionar como un motor que empuje notablemente la producción nacional.

La disparidad provoca una notable concentración demográfica. Entre CABA y la provincia de Buenos Aires concentran casi la mitad de la población nacional, pero tienen menos del 12% de la superficie. Esta concentración provoca, en un evidente circulo vicioso, que la inversión del Estado Nacional sea más importante en el Área Metropolitana de Buenos Aires, donde vive un cuarto de la población total de la Argentina, para asistir a semejante cantidad de habitantes.

Para revertir la tendencia se necesita, además de decisión política, una planificación estratégica. Una reorientación de la inversión nacional hacia regiones deprimidas, donde sus pobladores piensan en emigrar porque la tierra en la que nacieron no les augura posibilidades de progreso, pero que alberga los recursos naturales suficientes para ofrecer una alternativa de desarrollo, podría ser el primer paso hacia esa transformación necesaria. Cuando los habitantes del interior adviertan que tienen más posibilidades de progreso en sus propios pueblos o ciudades que hacinados en villas o barrios populares de CABA o el Gran Buenos Aires, el cambio habrá comenzado.n

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