El próximo 23 de agosto se cumplirán 150 años del nacimiento del dramaturgo catamarqueño Ezequiel Soria, quien fuera un protagonista central de la consolidación del teatro nacional en la transición del siglo XIX al XX.
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El próximo 23 de agosto se cumplirán 150 años del nacimiento del dramaturgo catamarqueño Ezequiel Soria, quien fuera un protagonista central de la consolidación del teatro nacional en la transición del siglo XIX al XX.
Bajo su guía como director de compañía, programador de sala y maestro de interpretación, los hermanos Pepe, Jerónimo y Pablo Podestá dejaron de ser cómicos de la legua en la carpa del circo para saltar a las salas a la italiana, en las que estrenaron buena parte del teatro de los entonces nóveles autores argentinos.
Autor, cuentista, poeta, periodista, cofundador de la primera Sociedad de Autores Dramáticos y Líricos (hoy ARGENTORES), Soria fue un hombre preocupado porque los espectadores de su tiempo, migrantes o criollos y en su mayoría escasamente alfabetizados, accedieran a un teatro que los expresara.
Agudo observador de los tipos populares y sus formas de hablar desde el cocoliche italiano hasta las variantes dialectales españolas, desde el lunfardo del arrabal malevo y carcelario hasta todas las variantes del lenguaje de la criollez que llegaban en boca de las y los provincianos: carreros, matarifes, mucamas, fabriqueras. Eso es el corazón lingüístico de buena parte de su extensa obra dramática.
En paralelo a esa Argentina que dejaba los modos de la gran aldea para convertirse en ciudad empedrada, con tranvías tirados por caballos y luz eléctrica, aparece una novedad tecnológica: el cine mudo y el cinematógrafo como nuevo espacio urbano. Así fue como Ezequiel Soria se convirtió en publicista teatral.
“A pesar de la sala sucia y oscura/ de gentes y de lámparas luminosas / eche veinte centavos en la ranura / con la filosofía nada se goza / si quiere ver la vida color de rosa /eche veinte centavos en la ranura” poetizó años después Raúl González Tuñón los albores del cine traído por el austrohúngaro Max Glücksmann en sociedad con el belga Henry Lepage y el francés Eugenio Py, quienes hicieron los primeros noticieros de variedades: escenas patrias y políticas como el desfile del 25 de mayo o la visita del presidente del Brasil Campos Salles, escenas de la vida cotidiana, replicando los 46 segundos que duraba el corto de los Hermanos Lumière, “La salida de los obreros de la fábrica” de 1895, que se considera el nacimiento del cine como arte.
Glücksmann construyó en 1908 la primera sala, Grand Splendid, en el mismo edificio que fuera el Teatro Nacional Norte y en sociedad con Lepage abrió buena parte de los cinematógrafos de entonces en Buenos Aires, Rosario y Montevideo.
Esos noticieros mudos duraban los siete minutos que permitía la cuerda mecánica de las cámaras marca Pathé. Poco antes, en 1905, llegaba el italiano Mario Gallo quien creó la empresa Cine Patrio, de la que Soria y su amigo dramaturgo Enrique García Velloso fueron guionistas, según consta en el fondo documental Jacobo de Diego que preserva el Instituto Nacional de Estudios Teatrales (INET) del Ministerio de Cultura de la Nación. Gallo introduce un cambio interesante al incorporar un precario sistema sonoro que consistía en grabar las voces y el sonido ambiente por separado en un gramófono y luego emitir imagen y sonido con escasa sincronía en las salas.
Soria y García Velloso verán en esta nueva tecnología, la de acercar espectadores al teatro, la mayoría de los cuales se concentraban en el centro porteño mientras que los cinematógrafos se expandían por los barrios como un entretenimiento barato. Mientras una entrada teatral costaba en torno de un peso, el cine no superaba los cincuenta centavos.
El periodista y dramaturgo José Antonio Saldías ya se quejaba amargamente sobre la pérdida de espectadores teatrales. En uno de los boletines del INET, que dirigió hasta su muerte en 1946, hace una de las primeras estadísticas en las que compara cantidad de salas teatrales versus las de cine, así como las respectivas asistencias de público. Nada nuevo bajo el sol: a mediados de los años 40 del siglo pasado, se vaticinaba la lenta muerte del teatro. Y aquí estamos.
Soria y García Velloso le ven la pata a la sota: filmarán breves escenas dramáticas de sus propias obras y les agregarán la voz de los actores. En el caso del catamarqueño, se filmará una escena de “Justicia criolla” en la versión de 1907 por la compañía de Pablo Podestá, dos décadas después de su estreno, este dato marca además la vigencia de la obra. Se trata del diálogo entre Benito, portero negro del Congreso de la Nación, con José, “gallego” portero de Tribunales, quienes comentan satíricamente la realidad política mientras compiten por el amor de una muchacha planchadora. Aquí en Catamarca, las y los espectadores recién pudieron conocerla a 125 años de su estreno, en la puesta que hizo la Comedia Municipal dirigida por Miguel Ángel Rodríguez en julio de 2022.
Lamentablemente, esos primeros cortos publicitarios de obras teatrales se perdieron o fueron a parar a manos de coleccionistas privados. Sí se conserva en el Archivo General de la Nación el llamado Catálogo Glückmann (que éste le comprara a Lepage después del crack de 1929), donde se reproduce una parte de dicho material impreso que el crítico de cine Domingo Di Nubila pone en relevancia en su “Historia del cine argentino” de 1960, a la que se accedió gracias a los buenos oficios de Adrián Muoyo y Lucio Mafud, respectivos director e investigador de la biblioteca de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización de Cine y Artes Visuales (ENERC).
Texto: Gabriela Borgna, especial para Revista Express