martes 26 de marzo de 2024
Carlos Solohaga

La última vuelta en el 104

Pasó los últimos 28 años manejando colectivos urbanos. Su familia, compañeros y pasajeros lo despidieron. Se jubiló a los 58 años.

El martes 28 de febrero una mujer que regresaba a su casa luego de cumplir con su jornada laboral, tomó un colectivo de la línea 104 para ir a su casa ubicada en el norte de la Capital. Eran cerca de las 13.45. El colectivero fue por avenida Belgrano, tomó por Virgen del Valle Norte y a la altura de la Plaza de Choya detuvo su marcha. Un ruidoso grupo de niños y adultos con globos y aplaudiendo subieron al colectivo abrazaron y besaron al conductor mientras alguien sujetaba en el frente del micro una tela con la leyenda: “Mi última vuelta”.

El viaje continuó. “Te felicito abuelo”, dijo un niño en medio de la algarabía. Más adelante la mujer saludó al colectivero, le agradeció por su trabajo, se bajó en una avenida y desapareció caminando por una calle lateral.

Carlos Solohaga, de 58 años realizaba su último recorrido en la unidad N°59 de la empresa El Nene, tras 28 años de labor continua.

Miles de rostros, incontables voces, el griterío de chicos que salían de la escuela o iban a la cancha, bocinazos, insultos de conductores desaprensivos y timbrazos interminables, todos ingredientes de un día cualquiera, todos se terminaron.

“Empecé trabajando en la empresa Capdevila. Tenía 30 años y estaba casado cuando con la recomendación de otro conductor comencé en la empresa El Nene, en Tres Puentes. En esa época estaba de gerente el señor Brunello que era rígido. De Tres Puentes pasamos a la Punta del Asfalto, siempre en Valle Viejo. Con los años nos trasladamos a la zona norte de la Capital, que es cuando la empresa quedó a cargo de la señora Cristina”, explicó Carlos.

Hizo hincapié en que desde entonces siempre trabajó en esta empresa, y consideró que esa constancia tiene que ver con el sentido de responsabilidad, los cuidados altrabajador y sobre todo, “renunciar a muchas cosas”.

“Entré pensando que los sábados y los domingos los iba a perder para descansar o hacer otras actividades con amigos, o las festividades de fin de año, el Día del Padre, el Día de la Madre, no iba a poder disfrutarlos”, comentó.

En este punto remarcó la importancia de su esposa Claudia Pereyra y el carácter de la relación sin la cual, no podrían haber criado cinco hijos: “Esto no hubiera sido posible sin mi señora, que siempre me acompañó y en vez de reprocharme y decirme ‘mirá, otra vez no podés estar’, al contrario, me alentaba y me decía ‘es un trabajo y lo tenés que cuidar, lo tenés que hacer’. Y si había algún evento o alguna otra actividad que coincidía con mi horario laboral y bueno, había que suspenderlo porque primero estaba el trabajo”.

“A veces mis amigos me cargaban y decían que era un gobernado, pero no se daban cuenta de que hacíamos las cosas como equipo”, agregó sonriendo.

Con hablar pausado, pero firme reconoció el acompañamiento de sus hijos “que nunca me reclamaron por las ausencias, porque mi señora les enseñó que debían respetar los horarios en los que yo trabajaba y así lo tenían que hacer”.

“Ahora son todos grandes y si por ejemplo querían hacer algo cuandoyo necesitaba descansar, entonces lo hacían en otra casa.Mi señora les enseñó eso de respetar la responsabilidad que yo tenía. Y son lo que son gracias a su madre. Ella ponía mano dura. Yo iba a trabajar y ella quedaba a cargo de los chicos y de la casa, ya sea que me toque trabajar uno o dos turnos”, reconoció.

“A Claudia no le gustaba planchar, pero como teníamos organizadas las rutinas sabía que tenía que dejarme lista la camisa y el pantalón del uniforme. A veces me decía ‘bueno mirá, con este pantalón vas a tener que tirar dos o tres días’ y bueno, así tenía que ser”.

Sostuvo que el trabajo “es de todos los días, como ir sembrando, porque después vienen los hijos y los nietos y son los que cosechan cuando conocen y ven cómo se manejó uno en el trabajo. Eso es lindo, cuando se tiene el reconocimiento de la gente, de la familia”.

Recorridos

“Muchos compañeros que entraron en los últimos años no ven la hora de cumplir con sus horas de trabajo como sea, para irse a sus casas. O llega el fin de semana y empiezan a presentar certificados para no trabajar y tener para ellos un sábado y domingo”, comentó.

“Antes había que cumplir y ser muy responsable porque además, nosotros le brindamos un servicio a la gente que espera nuestra llegada en los colectivos. Cuando entré me decían ‘tenés que hacer doble turno’ y había que hacerlo. Si no querías al otro día directamente no había turno para trabajar”, recordó.

Manifestó además que al ingresar “trabajé tres meses sin franco y día por medio me daban un doble turno. Por ejemplo, a las 5.10 comenzaba en la línea 204 ó 201 en el barrio La Antena. El turno terminaba a las 15.30, pero como tenía doble turno seguía hasta las 21.30. Entonces, donde descendía el último pasajero apagaba las luces y me veía a Tres Puentes”.

“No tenía medio de movilidad propio y un compañero me esperaba y me traía en su vehículo hasta la Curva del Regimiento, y de ahí caminaba hasta detrás de la UNCA, donde hacía la recaudación, comía algo, descansaba un rato y esperaba que me llamen para volver a trabajar”, señaló.

Dijo que “muchas veces” y al igual que otros compañeros “teníamos que andar con la recaudación encima porque no teníamos tiempo de dejarla en la empresa. Y como trabajaba doble turno, cuando tenía un tiempito libre lo aprovechaba para dormir y en algún momento llevaba la recaudación. Así trabajamos durante mucho tiempo”.

Generaciones

Carlos recorrió infinidad de veces los trazados de las distintas líneas como ser, la del 106: “En una época había personas del monoblock que subían niñitos para ir a la escuela, o lo hacían con su mamá o su papá que me decían ‘le encargo a mi hijo que tiene que ir a la escuela’. Y yo llegaba por ejemplo hasta la Maipú, donde hay escuelas, detenía el coche, los hacía bajar, que pasen por delante del coche, entraban al colegio y mientras tanto yo los miraba”.

“Con el paso del tiempo, muchachos y chicas grandes venían y me saludaban y se acordaban de cuando los llevaba a la escuela. Y es lindo, los veía crecer. De niños a muchos los pasé a ver grandecitos, a veces con novia, y yo pensaba, ‘qué bueno, cómo han crecido’”, destacó.

Entre otras anécdotas recordó: “Un día mi hijo llevó una jovencita a la casa y cuando la vi le dije ‘yo me acuerdo que a usted la sabía llevar en el colectivo y la hacía cruzar la calle”, y ella se reía mucho, y son todas anécdotas hermosas”.

Muchos recuerdos también estuvieron vinculados con personas de edad avanzada, “mucha gente, historias de gente grande que sabía viajar y me contaban lo que les pasaba. Muchos fueron falleciendo y quedaron los hijos viajando en la misma línea y después con ellos conversábamos que murió su papá, y cosas así”.

“Hubo un tiempo en el que ya sabía qué pasajero subía en tal parada y en qué horario, y si no llegaba empezaba a mirar para todos lados para ver si lo veía y por ahí venía corriendo y yo lo esperaba. Cuando subía le decía que ‘ya lo estaba extrañando’, y ellos siempre me aseguraban que ya sabían que los iba a esperar porque no es que se demoraban porque si nomás”, subrayó.

Lo malo

Hasta el año 2016, los boletos de colectivo se pagaron con dinero en efectivo. Con la implementación de la SUBE, Sistema Único de Boleto Electrónico los conductores dejaron de manejar dinero durante la conducción lo que les permitió prestar más atención a otros requerimientos del servicio.

“Fue muy bueno que se implemente la SUBE. Antes el boleto costaba 70 centavos, teníamos que dar el vuelto (por lo general se pagaba con un peso o una moneda de 50 centavos más una moneda de 25 centavos), y quedábamos debiendo cinco centavos al pasajero, pero porque como pasa hoy en día, no había monedas. Por más que quisiéramos dar el vuelto no podíamos y la gente se enojaba”, recordó.

Aseguró que en esa época “comenzaron a haber muchos robos”, y que por la crisis económica “se había puesto bravo. Tuve un compañero al que lo asaltaron en las 140 Viviendas. Gracias a Dios con la SUBE nos dedicamos a conducir”.

“Un día andaba en la línea 106 con toda la recaudación del día y un chico, con problemas de adicción, cerca de la UNCA -en México y Maipú-, me pidió detener la marcha y se bajó corriendo. Subió otro pasajero y cuando le tuve que dar el vuelto me di cuenta que me había robado toda la recaudación miré para el costado y vi que el chico seguía alejándose. Y tuve que seguir trabajando, en ese momento no podía hacer nada más”, lamentó.

Otro momento de inseguridad “fiero”, ocurrió cuando realizaba un recorrido en la línea 104, y en el barrio Mil Viviendas, cerca de la Peatonal 24, "quiero bajar por Mardoqueo Molina y un auto que venía en contramano me sorprende. Detengo la marcha para darle paso y el auto se para delante del coche. Se baja un hombre con una cuchilla grande en una mano. Me preguntó qué me pasaba que, porqué le había tirado el coche encima, muy agresivo, nada de eso había sucedido. Por suerte, un policía que viajaba conmigo le dijo que deje de molestar porque si no iba a llamar al móvil, y el tipo siguió su viaje”.

La última vuelta

Carlos sabía que le iban a organizar una despedida, aunque no sabía cómo sería. Tuvo franco el 26 y el 27. “Mis hijos organizaron la última vuelta. Mis compañeros hablaron con un inspector y pude tener un turno para hacer el último recorrido y estuvo bueno. Soy uno de los más antiguos en la empresa”, reconoció.

Admitiendo que su historia es una más de las tantas de personas que a diario se jubilan, para finalizar dijo que “solo tengo agradecimientos para con la empresa, porque pude criar a mis hijos y hacerlos estudiar, hacer mi casa, cosas que tienen gran valor y de las que muchas veces la gente no se da cuenta”.

Texto: Carlos Bulacio

Fotos: Ariel Pacheco

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