La mayoría de las personas tienen uno o varios sueños: formar una familia, obtener un título universitario, comprar una casa, tener un cargo o una posición importante, viajar por el mundo, etc. Pero ¿nos sirve tener una meta, si no sabemos cómo alcanzarla?
No es suficiente con desear algo y hablar de ello, hace falta además tener un plan. Mucha gente confunde propósito con plan. El propósito es aquello que anhelo lograr en la vida y varía según cada persona. Mientras que el plan es el diseño para llegar a eso.
Cuando uno se mantiene enfocado en su propósito, no importa si los planes fallan porque existe la posibilidad de encontrar otra manera de lograrlo. Lo importante es desarrollar una “mentalidad planificadora y estratégica” porque esta nos permite armar todos los planes necesarios para alcanzar el propósito.
Un plan puede perderse pero el propósito, jamás. Vivimos en un mundo cambiante con acontecimientos que tienen lugar minuto a minuto: gobiernos que caen y otros que suben, economías cambiantes, vacunas que se descubren cada día, el cambio climático, cataclismos, etc. Todo eso es una realidad que puede afectar nuestros planes pero nunca podrá echar por tierra nuestros sueños.
Una vez que tenemos el propósito claro y el plan armado, es fundamental desarrollar un sistema de hábitos que nos acerquen al objetivo. Algunos se aferran al plan, aun cuando son conscientes de que no arroja resultados, lo cual hace que se paralicen. Pero cuando uno es fiel al propósito, es capaz de cambiar la estrategia (aunque esto le cause temor) y volver a empezar, todas las veces que sean necesarias, con fuerzas renovadas.
Las circunstancias no deberían deprimirnos, por duras que sean. Si hay un sueño, un proyecto, siempre encontraremos un modo para llegar a verlo cumplido y disfrutarlo. Pero si nos sentimos incómodos con respecto al plan, podría ser que éste no fuera el adecuado. Solo hay que cambiar de plan, no de sueño.
Y a veces, no hay que cambiar de plan sino modificarlo un poco según las metas a alcanzar. Pero sin plan, no es posible llegar al final, porque uno se mueve a la deriva. Es como si tomáramos un avión y el piloto no tuviera idea de qué ruta seguir para llegar a destino. O intentara guiarse por lo que siente…
La vida es como un viaje. Si tenés un destino claro y definido, sí o sí debés armar un plan de viaje, una ruta, para llegar aunque te tome años. Disponés de tiempo, vida y capacidad para darte cuenta de si es preciso realizar algún tipo de ajuste. Muchos van a darte su opinión (aunque no se la pidas) e intentarán distraerte, casi siempre sin mala intención. Por eso, procurá la compañía de otros soñadores y, si ya han alcanzado sus sueños, ¡mucho mejor!
Sé flexible con tu plan pero no negocies tu sueño por nada del mundo. No te enamores del plan… enamorate del sueño. Desafiate a vos mismo, salí de tu zona de confort. Y más temprano que tarde, tu sueño verá la luz.