jueves 6 de febrero de 2025
Editorial

El desánimo y el enojo

Por Redacción El Ancasti

La ecuación es simple: la participación política de la ciudadanía es directamente proporcional a la calidad de la democracia. Es decir, cuanto mayor sea el compromiso social respecto de la vida política, mayores serán también las garantías de que las instituciones de la República cumplan eficazmente la función para las que fueron concebidas. Y viceversa, claro.

Por cierto, para un mejor resguardo de los atributos democráticos esa participación debe ser crítica, es decir, competente, prescindiendo de dogmas inconducentes, para cuestionar lo que está mal, lo que no funciona, lo que no cumple con los propósitos fundacionales, aun cuando los responsables de estas defecciones sean de la simpatía política del que critica. Con más razón, en este caso, porque el señalamiento tendrá el valor adicional de la coherencia con principios, y no una motivación basada en la conveniencia.

La marcha de la economía es, inevitablemente, un condicionante del estado de ánimo ciudadano. Crisis como las que vive la Argentina influyen negativamente en el estado de ánimo de la sociedad y en la opinión que tienen de sus dirigentes políticos. Las encuestas de opinión empiezan a reflejarlo con fuerza. Un trabajo de la consultora Poliarquía expresa que 4 de cada 10 argentinos está desilusionado, decepcionado o indiferente respecto de la dirigencia política. Un panorama similar registra la consultora Rouvier & Asociados.

Evaluando el sentido del voto, ambas encuestadoras indican que, a trazos gruesos, el 30 por ciento votaría por Cambiemos y otro 30 por ciento por un candidato kirchnerista, lo que corrobora que la grieta sigue abierta. Pero el resto de la población, ese 40 por ciento, porcentaje que se ha ensanchado al ritmo del agudizamiento de la crisis, es el que se muestra entre desilusionado o indiferente. Y no se avizora una fuerza política o un candidato carismático que pueda seducir a esa porción decisiva del electorado.

La bronca, la decepción y la indiferencia son síntomas que se vivieron con una magnitud inusitada en la crisis del 2001-2002. La decepción y la indiferencia sugieren un desánimo pasivo, una retracción que va en contra, como se mencionó más arriba, de la participación crítica que fortalece la democracia.

El enojo, en cambio, un estado de ánimo que no denota inmovilidad, puede canalizarse adecuadamente, siempre y cuando no desemboque en violencia o agresividad, para hacer germinar construcciones políticas superadoras de las que actualmente tienen vigencia y que en buena parte han contribuido al desánimo.

La historia argentina es un muestrario fecundo de experiencias políticas virtuosas, aunque no exentas de contradicciones, surgidas de crisis, instancias de las que no se esperaba nada auspicioso y que sin embargo alumbraron etapas que permitieron superaciones insospechadas.

Esas experiencias, sin embargo, no nacen espontáneamente. Requieren de compromisos sociales fundados en la participación crítica y en una vocación transformadora capaz de remover las restricciones que hoy nos paralizan.

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