El énfasis que se pone, en las campañas contra las adicciones en jóvenes, respecto del consumo de drogas ilegales, no debería suponer descuidar una problemática que, a juzgar por los resultados de estudios recientes, aparece tal vez como más grave y peligrosa: las del excesivo consumo de alcohol.
El consumo descontrolado de bebidas de este tipo tiene numerosas consecuencias, pero sin duda la más significativa de todas son los accidentes de tránsito.
Convendría, en este punto, formular algunas aclaraciones. A diferencia del problema de las drogas ilegales, en el que el asunto más preocupante es la adicción, es decir, la necesidad física y/o mental de consumir asidua y a veces compulsivamente determinada sustancia, lo que somete al individuo adicto a un infierno del que le cuesta salir, en lo que respecta al alcohol en los jóvenes, lo más grave son las consecuencias inmediata de su consumo en exceso.
Por ejemplo, en la línea que se viene reflexionando, los accidentes que se generan por esta causa.
Lo dicho no implica subestimar el riesgo de adicción que, al igual que en el caso de las drogas, genera secuelas perdurables también entre jóvenes.
Lo que se pretende subrayar es que en los incidentes provocados por el alcohol suelen aparecer como protagonistas personas que habitualmente desarrollan una vida normal –podría decirse, en algunos casos, socialmente ejemplar-, a los que la bebida transforma en individuos peligrosos, capaces de dañarse a sí mismo y a otras personas, incluso de un modo definitivo.
Las campañas de concientización no parecen tener hasta ahora los resultados buscados. Una reciente encuesta llevada a cabo por la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires indica, por ejemplo, que los jóvenes le prestan escasa atención a la recomendación del conductor designado.
La mayoría de los encuestados, jóvenes de ambos sexos entre 18 y 30 años, reconoció haber manejado automóviles en situación de ebriedad y dijo conocer al menos una persona que terminó en coma por ingesta excesiva de alcohol.
Una perspectiva interesante que arroja el estudio se relaciona con las motivaciones del consumo de alcohol: beber se asocia a las ideas de fiesta y diversión, y se presenta como un refuerzo de los lazos de pertenencia a un grupo.
Esta imagen está muy presente en las publicidades de la mayoría de las bebidas alcohólicas. Lo que puede ser razonable en un contexto de consumo responsable y con límites, se vuelve irracional cuando aparecen los excesos. No es cierto que cuando más se beba, más diversión y comunión con los amigos existirá.
Existe cada vez más la certeza de que una persona que ha bebido alcohol de manera abusiva es, potencialmente, una persona peligrosa para sí y para el resto de la sociedad mientras dure el efecto.
Sin embargo, la subestimación de estas situaciones, que generan incluso cierto alborozo, produce hechos de lamentables consecuencias, muchas veces irreparables.