La lealtad es siempre una cualidad muy valorada. También en política. Sin ella, que debe estar, claro, fundamentada en un esquema de valores, en una visión compartida de la realidad, no hay organización perdurable.
La lealtad es siempre una cualidad muy valorada. También en política. Sin ella, que debe estar, claro, fundamentada en un esquema de valores, en una visión compartida de la realidad, no hay organización perdurable.
Pero las lealtades no son siempre de carácter exclusivo. Una persona, una institución, tiene el deber de fidelidad hacia otras personas o instituciones o, también, hacia sus propios ideales, de manera sincrónica. Y a veces esas lealtades son incompatibles, entran en colisión. Resolver esas contradicciones no es tarea sencilla, o que no tenga su costo.
Quizás cavilaciones de esta índole perturben ocasionalmente la serenidad de ánimo que caracteriza –que debe caracterizar- a los responsables de conducir los destinos de las universidades nacionales, la mayoría de los cuales tienen más afinidad política con el Gobierno nacional que con la oposición.
Es un caso típico de colisión de lealtades. Un rector de origen radical, por ejemplo, que le debe fidelidad a su partido, integrante de la coalición de gobierno, también tiene que ser consecuente con la institución que encabeza, cuyo funcionamiento se ve cada día más afectado como resultado precisamente de las políticas de restricción presupuestaria aplicada desde la Casa Rosada.
Los rectores que profesan otro credo político no enfrentan tales dilemas. Algunos de ellos, de origen peronista o alineados con un pensamiento encuadrado dentro de lo que, esquemáticamente, se denomina “el progresismo”, planean una resistencia cada vez más enfática a la poda de recursos. Incluso no descartan contribuir a “parar” las universidades, en coincidencia con las medidas de fuerza que promueven los gremios del sector para luego del receso invernal.
Los radicales, preocupados sin duda por estas restricciones, no están dispuestos a plegarse a una medida de esta naturaleza. Pero, analizan, tampoco pueden permanecer pasivos, sin capacidad de reacción, porque en ese caso pagarían un alto costo político interno.
El rector de la Universidad Nacional de Catamarca, Flavio Fama, es un dirigente del radicalismo catamarqueño. Y con aspiraciones políticas que exceden los claustros. No se le conoce profesar fervor macrista, ni mucho menos, pero tampoco parece dispuesto a ponerse al frente de un plan de lucha contra las políticas nacionales. Lo mismo sucede con el resto de los que integran la conducción universitaria. Las expresiones críticas hacia las políticas nacionales o algunas de sus medidas son, al menos hasta ahora, excepcionales en la UNCA.
El problema es que el ajuste en las cuentas públicas se profundizará en lo sucesivo, amenazando severamente a las universidades. Cuanto mayor sea el perjuicio de la política nacional, más probable es que las lealtades de tipo partidaria cedan terreno ante la fidelidad que los rectores le deben a las estructuras que conducen.
Los tiempos de crisis ponen a prueba las convicciones. Y hasta los dirigentes más templados sufren las perturbaciones de los dilemas que se le presentan.