viernes 15 de marzo de 2024
Editorial

Un Estado presente que acompañe

Aunque el impacto que tuvo en la vida de miles de chicas, chicos y adolescentes aún no pueda valorarse en su justa dimensión, porque la precisión de las estadísticas no logra captar otros efectos ligados a aspectos emocionales o de la realización personal, es justo decir que el año 2012 funciona como bisagra en la historia de la educación catamarqueña. Ese antes y ese después se vinculan a través de la decisión política de crear en la provincia 34 escuelas secundarias rurales, número que con el tiempo fue creciendo hasta llegar a casi 70 en la actualidad.

Hasta hace diez años los chicos de localidades alejadas de cabeceras departamentales o de ciudades de cierta envergadura solo podían aspirar a finalizar sus estudios primarios. Las grandes distancias, las carencias económicas, eran factores determinantes. Solo muy pocos niños y niñas del interior profundo de la provincia lograban cursar la secundaria. Eran casos aislados de alumnos que tenían algún pariente o una familia generosa que los albergaba y les permitía, a costa del desarraigo a una temprana edad, seguir sus estudios. Otros, más esforzados aún, debían trabajar para, lejos de sus hogares, continuar progresando en la educación formal.

El desarraigo es un dolor profundo, la nostalgia de lo propio convertida en angustia que atraviesa el pecho y la garganta. Lo es para una persona adulta, aún más en niñas y niños que aún no han llegado a la adolescencia.

La creación de las escuelas secundarias rurales significó, entonces, un cambio de paradigma, porque el Estado llevó la educación del nivel medio a esos lugares alejados, comunidades rurales donde solo podía cursarse la primaria. Y le permitió a miles de chicas y chicos continuar estudiando sin tener que mudarse a decenas o cientos de kilómetros de distancia.

Con esta medida, que no fue solo administrativa, el Estado asumió uno de los roles indelegables, que es generar políticas para garantizar derechos básicos de todas las personas, entre ellas, la educación. Lo que queda por hacer para asegurar ese derecho es mucho todavía. Crear escuelas es un gran primer paso, pero también hay que mantener la infraestructura en condiciones, dotar de equipamiento y materiales pedagógicos, asegurar el transporte de los estudiantes desde los parajes más alejados hacia las escuelas…

Debe empezar a debatirse en profundidad qué puede hacer el Estado para garantizar también el acceso de las chicas y chicos de localidades y parajes alejados de centros urbanos al nivel terciario o universitario. Los mismos condicionamientos que operaban hasta hace una década para restringir el acceso a la secundaria están vigentes hoy para el ingreso al nivel superior.

Sometidos a una marginación que adopta distintas formas –económicas, sociales, territoriales y hasta en algunos casos culturales- los jóvenes del interior profundo tienen mucho para dar, y solo necesitan de un Estado presente que los acompañe y le permita concretar sus sueños.

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Testigo clave. Liliana Rodríguez, psicóloga de la red de sobrevivientes.

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