miércoles 7 de mayo de 2025
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Teoría y práctica del pañuelo de invierno

Rodrigo L. Ovejero

Amigo lector, nos encontramos una vez más, como todas las semanas, para una nueva entrega de la serie “El invierno y sus menudencias: una guía práctica para resolver esos pequeños inconvenientes que la estación invernal nos genera”. En esta oportunidad, nos ocuparemos de un tema que nos preocupa a todos: el doblado correcto del pañuelo para la nariz y como saber cuándo es el momento de cambiarlo.

Para extender la vida útil del pañuelo, sobre todo en tiempos de resfriado intenso, es importante doblarlo hasta que alcance el tamaño de una billetera, y luego ir utilizando los distintos pliegues de manera ordenada, lo que no solo prolongará sus horas de uso, sino que evitará que nos ensuciemos las manos con el contenido. El problema radica en que uno suele realizar estas acciones en el medio de la vorágine de la vida cotidiana y no pone especial cuidado en recordar el doblez utilizado, con las consecuencias del caso. La vida en sociedad, además, nos plantea dificultades para desplegar el pañuelo en toda su dimensión a los fines de un aprovechamiento íntegro. No está bien visto extender todo el pañuelo, con todo su contenido a la vista, en ámbitos burocráticos o en el transporte público.

Por supuesto, se puede descender sin ambages a la barbarie de hacer un bollo con el pañuelo. Semejante conducta no amerita el desgaste de su análisis.

En cuanto al momento adecuado para el cambio del pañuelo, es importante señalar que la regla primordial es que mientras sus pliegues se abran sin resistencia, mediante un movimiento grácil, se lo puede seguir utilizando. Establezcamos, a los fines de este estudio, qué es un movimiento grácil. Supongamos la siguiente situación: usted se encuentra en una peña folclórica, suena una zamba y el destino lo pone ante la feliz presencia de un interés amoroso. Usted ha tomado lo suficiente como para sentirse ligeramente místico e interesante, pero no tanto como para develar su naturaleza mundana y falible. Se halla en ese equilibrio pintoresco previo a la borrachera y decide invitar a bailar la zamba a esa persona que lo desvela. Para ello retira el pañuelo de su bolsillo y el momento de la verdad ha llegado. Una primera sacudida tenue se revela incapaz de vencer las propiedades cohesivas del contenido de la prenda, así que recurre a un segundo movimiento, sin violencia, pero firme, como otorgando la orden estricta al pañuelo de abrirse para iniciar el proceso de seducción. Este, señor lector, es el movimiento grácil del que hablamos. Lo que venga después solo puede ser territorio de vergüenzas y tragedias, pues ha quedado demostrado que ese pañuelo no está apto para la zamba, sus pliegues acartonados no pueden acompañar la sedosidad musical del ritmo y se corre el riesgo de un desenlace similar al del Dandi Zabala, quien en el Poncho del 97 sacudió con tanta fuerza su pañuelo que este se abrió pese a la cantidad obscena de mucosidad, para luego desprenderse de su mano y salir volando directo al rostro de Patricia, una chica a la que todavía intenta olvidar.

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