Hace muchos, muchos años (no sé exactamente cuántos, más de cien, seguro) el rey persa Jerjes, ofuscado con el mar, lo mandó a azotar. No era cualquier mar, sino una parte de los Dardanelos, masa de agua sensible si las hay. Las crónicas de la época, sin embargo, no hacen referencia a la reacción del agua a este castigo. De todos modos, antes de que el lector salte a las conclusiones, es bueno advertir que a lo largo de la historia la humanidad se ha enfrascado en numerosas batallas contra la naturaleza, algunas mucho más absurdas que la de Jerjes.
De todos los enfrentamientos sin sentido que el hombre puede librar, creo que el más indigno es contra la calvicie. Por supuesto, digo esto desde la tranquilidad de una cabellera tupida, pero de verdad creo que es una pelea absurda. Incluso los métodos más exitosos como el trasplante de cabello tienen por resultado un triunfo que es más una derrota si se lo piensa dos veces. Es curioso que todo lo que logran las personas que se enfrentan a la calvicie sea dejar en evidencia –a través de una cabellera sublime, incuestionablemente artificial – su verdadera condición natural.
Pero hay un método olvidado –con razón, probablemente- que quiero describir en esta oportunidad. Se trata del casco Schwaneck, la punta de lanza de la batalla contra la alopecia durante la década del noventa. No era una solución para los débiles de espíritu, solo acudían a ella los que estaban verdaderamente comprometidos contra el flagelo de la alopecia.
El aparato poseía unas ventosas que se adherían al cuero cabelludo y vibraban sobre la piel, estimulando de tal manera el nacimiento de nuevos cabellos. No sé exactamente el principio científico que se hallaba detrás de su tecnología, y siendo sincero no tengo noticias de que haya funcionado. Los testimonios de la época eran ambiguos, y en retrospectiva es de suponer que por lógica debió haber causado algún nivel de daño neuronal, aunque sea mínimo. Tampoco ayudaba el hecho de que su aspecto recordara al del casco de una silla eléctrica.
Pero existieron rumores con respecto al casco Schwaneck, rumores que se pierden en la bruma de los años previos a internet y que van mucho más allá de un inocente esfuerzo para combatir la calvicie. Algunas personas aseguraron que luego de un uso prolongado los efectos cerebrales eran tan impresionantes como impredecibles. Reportes de episodios de amnesia, de telepatía y de percepción de la realidad alterada. Otros testimonios hablaban de un mensaje secreto que se transmitía a quienes superaban el umbral de la hora de uso sin desmayos ni vómitos. Las peores versiones lo acusaban de ser un dispositivo de control mental ingeniosamente disfrazado de artefacto para hacer crecer el pelo. Es imposible saber quién o quiénes estarían detrás de una conspiración así, pero una cosa es segura: no tienen un pelo de zonzos.