Atardecía. Los últimos destellos del dios Inti filtraban algo de luz en el fondo de una caverna oscura, en la ladera este del cerro.
Atardecía. Los últimos destellos del dios Inti filtraban algo de luz en el fondo de una caverna oscura, en la ladera este del cerro.
La selva, hábitat de miles de creaturas, despedía al astro rey con extraños presagios mientras en aquella caverna el tigre dormitaba su cansancio después de una jornada de caza.
Por una de las tantas grietas apareció un serenatero, desembolsó su arpa con el entusiasmo de concertista e inició el ensayo. El “cri-cri-cri” fue creciendo con agudeza ante los oídos cansados del tigre. De repente, el furioso tigre rugió desplegando la fuerza de sus pulmones e insultó al pobre grillo de arriba abajo. Acto seguido le lanzó un zarpazo que fue a estrellarse en la peña dura de la montaña.
A las carcajadas el grillo le respondió: “¡sos un overo agrandado al cuete… ya vas a ver que alguien te bajará el copete!”. El tigre encegueció de ira y juró eliminar a todos los grillos por lo que les declaró la guerra. El serenatero aceptó el desafío: “¡A la guerra vamos. Ahí veremos quién es quién!” dijo el soberbio grillo ante miradas atónitas de sus camaradas.
Los aprestos bélicos cambiaron de un santiamén los paisajes de la selva. El tigre se asoció al león y entre ambos generales reclutaron a toda fiera voluntaria, incluyendo a zorros y hienas.
El grillo logró reunir un ejército con millones de avispas, mosquitos, pijis, san jorges, abejas, zancudos y liendres. Hasta los escarabajos coprófagos y las libélulas se ofrecieron buscando funciones en la tropa. Su cuartel general estaba estratégicamente ubicado en un descampado donde lograron acopiar miles de lechiguanas, vejigas infladas y calabazas secas.
El general tigre, soberbio y confianzudo, envió como emisario a su ahijado el zorro intimándoles rendición a los bichitos, so pena de que nunca más tocarían el arpa si se negaban a deponer armas. Además se les perdonaría la vida. El grillo contestó ante el zorro: “ataque cuando quiera ya que sus arpas sonoras jamás se silenciarán por ser ellas mensajes del alma de la selva”. El zorro, muy curioso, antes de retirarse manoteó una de las vejigas recibiendo una lluvia de aguijonazos. Desesperado se lanzó a un pozo con agua y así salvó su vida de milagro.
Recibida la respuesta el tigre aprestó sus tropas para la gran batalla y ordenó “exterminio total”. Al llegar al lugar de choque divisó un escuadrón de grillos en correcta formación de gladiadores.
“¡Aplasten!” gruñó el tigre y su ejército atacó en veloz carrera, sin percatarse que cada grillo tenía adelante una cueva, obra de la compañía de escarabajos, donde se escondieron súbitamente. Las fieras, por inercia, chocaron con los cuarteles de insectos picadores que repelieron el ataque formado nubes para dificultar la visión de los atacantes. El zorro, desde un altillo gritaba: “¡al pozo! ¡al pozo!”, pero no hubo tiempo y allí murió el grueso del batallón, aplastados o ahogados. Las hienas ya habían desertado vislumbrando el festín que se avecinaba. El tigre, casi ciego, pidió clemencia, concedida generosamente por el general Grillo.
La formación de grillos automáticamente se constituyó en banda musical para acompañar los festejos de la victoria en clara demostración de que los pequeños, unidos y organizados, pueden vencer a los grandes por invencibles que parezcan.
Texto: Colaboración de César Noriega
(*) Este relato pertenece a nuestra tradición oral y fue narrado en la década del cuarenta por el Sr. Rafael Bernardo Colque, tío del poeta Napoleón Andrónico Colque quien me lo proporcionó a los fines de su publicación que se hará realidad mediante una iniciativa del CFI.
En aquellos años don Bernardo era baqueano de Juan Alfonso Carrizo, en su quijotesca búsqueda de dichos y coplas populares del NOA, en lugares inhóspitos como San Antonio del Cajón (Dpto. Santa María), origen geográfico del relato.