Víctor Daniel Godoy nació el 23 de julio de 1929 en Belén. Es el cuarto de siete hermanos. La mayor y la única mujer: María Emilia; su madre, Doña Grimaldina Godoy, oriunda también de Belén solo que de un pueblo entrando a los cerros, muy sufrida, criada no por su madre, dormía donde podía junto al rebaño que cuidaba en todo tiempo.
Daniel hoy tiene 88 años y lleva en su memoria muchas cosas vividas. Su anhelo es poner todo en escrito porque se asombra siempre de todo lo que vivió y cuántos lugares recorridos.
En primer lugar, los pocos años en su terruño fueron pobrísimos, descalzo en tiempos fríos, su alimento tan natural fue el guaschalocro a orillas del fogón calentándose con leñas, tuvo su inteligencia siempre dispuesta para aprender de todo, le gusta mucho la música y el baile. En sus primeros tiempos recuerda que iba a la escuela, ayudaba a cosechar el trigo y llevarlo en carro hasta un molino, un disco grande de piedra, es decir dos discos que giraban y trituraban el grano. Luego, en bolsas la traían hasta donde vivía, en la escuela lo elegían para leer y danzar. Recuerda el libro “Alfarero”, su madre trabajando en casa de gente con buen pasar; recuerda que conoció a su padre un hombre herrero con quien pasó pocos días ya que su madre lo llevó con ella.
Con el paso del tiempo, su hermana se vino a la ciudad, comenzó a trabajar y así pudo hacerlos traer a todos, por supuesto no fue nada fácil. Ya estaba completa la familia, los que estaban en edad de trabajar lo hicieron. Él y un hermano más chico ayudaban a la madre a que lavara ropa y debían llevarla limpia y planchada hasta el Regimiento 17 de Infantería. Siempre caminando. Cuando lo tuvo que anotar en la escuela, ya para cuarto o quinto, no pudo ir ya que la Escuela Rivadavia no lo aceptaba sin zapato. Y no sé qué otro requisito le pedían. Entonces su madre le buscó una casa donde hacía limpieza. Era un negocio grande cerca de la Plaza de la Estación. Su madre pasaba cada mes por el pago. Así pasó su niñez a la adolescencia, en la que ayudaba albañilería. Todo resultaba sacrificado. Hay muchos recuerdos, pero no vamos a extendernos en detalles.
Donde podía, se anotaba y trabajaba de lo que venga. Y así surgió Arquitectura de la Nación. Se casó a los 20 años y no paró en la búsqueda de mejorar. En una temporada trabajó en los ingenios de Tucumán. El “Santa Bárbara”. Y de allí volvió a Catamarca, donde Arquitectura lo llamaba. Fue a obrar, ya que en esos años se hacían muchas obras, viviendas y escuelas. Después lo llevaron a las oficinas para ser ordenanza. Preparó café e hizo limpieza. Su curiosidad lo llevó a aprender a escribir a máquina, a hacer y despachar correspondencia, por lo que iba al Correo en bicicleta por las tardes. Aprendió a manejar los jeeps y pasó a ser chofer de los jefes. A todo esto, ya tenía su familia: esposa y seis hijos. Tuvo suerte y, gracias a que su mujer habló con su jefe, los dejaron vivir en lo que hoy es Gendarmería.
Llegó el año en que Arquitectura dejaba Catamarca y le dieron a elección Córdoba o Tucumán. Fue a Tucumán porque Silvia, su esposa, era de allí y tenía a sus hermanas. Para este tiempo, sus hijos estaban casados. Así recomenzó su vida en otro lugar, con otros jefes. Como chofer viajó a varias partes: Buenos Aires, Córdoba, Salta, y por varias veces. Su escalafón fue cambiando y lo nombraron encargado de personal y jefe de Depósito. También le gustaba hacer trabajos por las tardes. Plomería y electricidad.
A grandes rasgos, esta es la vida de un hombre fuerte, educado y respetuoso. Dios quiera que él pueda leer lo que tanto deseaba. Cumplirá años en el mes de julio. Está en su casa, con su espíritu atento, lúcido y siempre recordando y dando gracias a Dios por todo lo vivido.