domingo 26 de noviembre de 2023

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Lo Bueno, Lo Malo y Lo Feo

Una oportunidad venida del cielo

Javier Vicente

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"La religión es el opio de los pueblos" (Karl Marx)

"Comenzaron hace 2000 años con una canastita de panes y peces" (Senador Guillermo Andrada)

"La doctrina cristiana es tan fuerte que subsiste pese a la acción de la Iglesia" (Mi papá)

En ejercicio de mis labores de tío y abuelo más o menos comprometido con pequeños de la familia, estuve asistiendo en los últimos días a ceremonias de comunión y confirmación en iglesias católicas de Fray Mamerto Esquiú y Capital. En templos abigarrados de fieles, un sacerdote y el obispo brindaron con entusiasmo y ciertas dotes de oratoria (no tan comunes) consejos y reflexiones a niños, padres, padrinos y feligresía en general. El núcleo de esa prédica podría resumirse en la necesidad de que quienes se inician en la comunidad eclesial con el bautismo, luego comulgan y luego confirman ese ingreso en la vida cristiana, no interpreten esos eventos como fiestas que se celebran de tanto en tanto y que no generan compromiso mayor en la vida posterior de los niños, sino que el sentido profundo de esos actos se refuerza y alimenta en cada misa, en cada rito al que, con el transcurrir de los días y años, se atiende con menor rigurosidad, a tal punto que el que podría considerarse el cuarto acto de este compromiso, el matrimonio, cada vez cuenta con menos adeptos.

Mientras los religiosos pregonaban estas reflexiones, se me ocurrió pensar en la extraordinaria oportunidad que tiene la Iglesia de captar y encauzar las voluntades, las aspiraciones, los sueños y, en definitiva, la vida de millones de seguidores del movimiento que tiene más de dos mil años de vida y comenzó con una cesta de pan y peces. Acusados alguna vez los creyentes de vivir en el “opio de los pueblos”, creo que no cabe duda de que hay una crisis mundial de las ideas políticas, un declive de las creencias más extremas del socialismo y el capitalismo, por ejemplo. Los viejos militantes pueden seguir manteniendo sus principios pero han advertido en la mayoría de los casos las limitaciones de cada ideario. Y los jóvenes, por distintas razones, no comulgan tampoco en general con la militancia política. El humano, no obstante, tiene la permanente necesidad de creer… Creer, entre otras cosas, que la vida de sus hijos y nietos será de algún modo mejor que la suya.

Al mismo tiempo, mi visión respecto del lenguaje que manejan los que dirigen esas ceremonias es que en la mayoría de las ocasiones es abstruso, hermético, de difícil comprensión para fieles en general y niños en especial. La referencia a epístolas y parábolas, por ejemplo, entre otros muchos casos, creo que aleja a los participantes de esas ceremonias de las referencias a la vida diaria y sus contingencias. No puede esperarse (¿o sí?) que los oficiantes hablen como se habla en la calle o redes sociales; son dignatarios de la Iglesia. Pero me da la impresión de que el común de la gente necesita que se le hable claro, en el idioma y con los ejemplos de hoy. Asimismo, la perenne referencia a cumplir con los ritos (se entiende que no confesarse o comulgar seguido o asistir a misa cada tanto son serias faltas) expresan un culto de las formas sobre el fondo, del rito frente a lo profundo, del protocolo y la ceremonia sobre la actitud concreta que, a mi juicio, el Evangelio proclama: AMA AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO. Puedo estar equivocado, pero no me parece tan importante confesarse o comulgar seguido o asistir a misa como vivir cada instante de la vida cristiana ejerciendo en hechos concretos ese amor al prójimo… ¿Y quién es el prójimo? El próximo, el que tengo cerca. He militado en Mar del Plata hace muchos años en la Juventud Universitaria Peronista y había allí muchos compañeros que pregonaban en nombre del Hombre Nuevo la solidaridad con Nicaragua, que está a muchos miles de kilómetros, pero no la ejercían con el compañero venido de una localidad rural porque no era marplatense y no manejaba los códigos urbanos.

Ser solidario con los mapuches desde CABA, por ejemplo, es fácil, porque están a 2.000 km. Lo importante y verdadero es ser empático con mi vecino de cuadra o edificio. Dice mi amigo el licenciado Luis Reyes que los ritos son necesarios… son como fotos que detienen el tiempo, para que todos los días no sean iguales… Pero de lo que estoy hablando es de conservar los ritos, poniendo el acento en el fondo: ejercer la caridad, la solidaridad, como valores permanentes y diarios de la vida cristiana.

Hay una expresión laica que dice “la Patria es el otro”. De impecable enunciado, se asemeja, iguala, al “ama al prójimo como a ti mismo”. En ambos casos, lo importante no es el enunciado en sí, sino que se lo ejerza efectivamente. Si de las iglesias saliera la feligresía con una especie de espíritu de gesta de hacer el bien, no habría cabida para las expresiones que hablan de salvarse solos o de que “el mercado” decida quién va a comer, educarse o curarse... Y tal vez ni siquiera es necesario que todo el mundo haga el bien; con que no nos hagamos daño, si no podemos ayudar o mejorar algo, el mundo sería otro… estamos continuamente agrediéndonos en la inflación, el tránsito, los encuentros deportivos, por el aspecto o la condición física.

Por eso, me gustaría ver que desde el lugar del oficiante se llame menos a cumplir con los ritos y más a ejercer la solidaridad diaria y constante; a que se haga carne que nadie se salva solo. Que donde otros se hunden no hay salvación cristiana posible. Por otro lado, sabemos que muchos movimientos políticos contemplan o dicen contemplar en sus principios y acciones lo prescrito en el Evangelio como base de su accionar, entre otras fuentes: el peronismo, las democracias cristianas. De tal modo que, para el que guste canalizar por la política sus inquietudes solidarias, allí tiene donde… pero no hablo aquí de actuar como partidos o movimientos, que no subestimo, sino como fieles.

Los conceptos “Dios y Patria” se han dejado durante décadas en manos de gente muy honesta y sana, y de gente muy deshonesta y muy enferma. El llamado progresismo se los ha entregado graciosamente y los siente extraños. Existen, por cierto, las agrupaciones tipo Tradición, Familia y Propiedad (ajena) que se adueñan de tales expresiones mientras se roban la capa de la reina de España.

Dios. Patria. El otro. Invito a contemplar desde nuestro catamarqueñismo la relación entre ellos, la que nos enseñaron nuestras madres al borde de la cama mientras nos deseaban “que sueñes con los angelitos…”. Lo dice magníficamente Juan Oscar Ponferrada en su “Cántico a Esquiú”: “Quien ama y bendice el pan/ama y bendice la espiga/ porque en el pan va la miga/que es donde las gracias van… /En ambas cosas están/ los condimentos de Dios/ Mamerto, buscándolas/anduvo en cuanto buscaba/ y a Dios en la Patria hallaba/ y a la Patria hallaba en Dios”.

Ama al prójimo (el próximo) como a ti mismo. Si no haces el bien, al menos no hagas el mal. Nadie se salva solo. Eso es lo que quisiera escuchar todo el tiempo en las iglesias. Seríamos así más refractarios a prédicas trasnochadas de odio, egoísmo e intolerancia y seríamos verdaderos cristianos en lo que importa: no lo que se dice, sino lo que se hace. Así sea.

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