Una nueva tragedia enluta al mundo: al menos 59 migrantes, entre ellos niños, murieron ahogados al naufragar un barco en el Mar Mediterráneo, frente a las costas italianas. No fue un accidente: el barco, de apenas 20 metros de largo, estaba sobrecargado de personas –había, según los primeros cálculos, más de 170 migrantes- que huían de Afganistán, Pakistán y Somalia e, intentando eludir controles impuestos por los países europeos, terminó chocando con arrecifes rocosos.
El drama de los migrantes, miles de familias que cada año huyen del hambre o de la guerra que campea en sus países, lleva muchos años. Y miles son las víctimas fallecidas en naufragios similares al ocurrido el fin de semana pasado.
Los países europeos han endurecido su política migratoria, impidiendo la mayoría el ingreso de inmigrantes ilegales, aun cuando puedan argumentar cuestiones humanitarias. El avance de la derecha y la extrema derecha en varias naciones de ese continente han reforzado la tendencia.
El último naufragio sucedió apenas días después de que el parlamento italiano sancionara una ley que reduce los rescates, pues obliga a los barcos humanitarios financiados por organizaciones no gubernamentales a efectuar un solo rescate por salida al mar. De ese modo, son mayores los riesgos de que la cantidad de muertos se incremente. El proyecto fue impulsado por el gobierno de la primera ministra, Giorgia Meloni, formado por partidos de derecha y extrema derecha.
La postura europea es inmoral e históricamente injusta. Cuando los migrantes fueron de ese continente, escapando sobre todo del hambre y de las guerras mundiales, fueron recibidos con los brazos abiertos por la mayoría de los países del mundo a donde se dirigieron buscando un futuro. Ahora que la ecuación se invierte, cierran sus fronteras.
Se calcula que hay más de 100 millones de seres humanos que abandonaron sus hogares y huyeron hacia otros países para escapar de la pobreza, los desastres naturales, las persecuciones o los prolongados conflictos armados.
La enorme desigualdad que existe en el mundo es una de las causas principales de las corrientes migratorias masivas. Los países centrales, que generan y se benefician con esa inequidad, y que con sus políticas de producción y de consumo masivo favorecen el cambio climático y los desastres naturales, luego les niegan el ingreso a las personas que no tienen cómo subsistir en sus naciones de origen.
El rechazo al ingreso de inmigrantes ilegales no es una medida ética, pero además no soluciona ninguno de los problemas que ocasionan las corrientes migratorias. No parece un tema que deba debatirse país por país, sino un problema que merece ser analizado por el conjunto de las naciones del mundo, que tienen la obligación moral de generar condiciones de vida digna en los países más vulnerables de la tierra, combatiendo de ese modo una de las causas centrales que obliga a millones de personas a buscar un destino en tierras lejanas. n