En el mensaje que cerró el “operativo clamor” para colocarla al frente del Partido Justicialista, Cristina Fernández de Kirchner se pregunta si este “momento inédito” de la Argentina obedece solo al “fracaso de los dos últimos gobiernos democráticos” o a que “una parte de nuestra sociedad está dispuesta a soportar cualquier cosa antes de que gobierne un peronista”.
Tan “inédita” como el momento le parece la “pérdida de representación institucional” del peronismo, que “solo gobierna 5 de las 23 provincias argentinas y perdió la mayoría en la Cámara de Senadores”.
“¿Es una casualidad que los únicos dos presidentes con fuerte impronta antiperonista o antikirchnerista –como más te guste- solo hayan podido llegar a la Casa Rosada a través de balotaje, como fueron los casos de (Mauricio) Macri y (Javier) Milei?”, plantea.
Las preguntas retóricas le sirven a la señora Kirchner para tratar de relativizar el alcance de una inconveniente certeza: ella cumplió un rol protagónico en todo el decadente proceso que condujo a estas “inéditas” situaciones.
Como el fracaso sobrevino bajo su conducción política, capaz que indagar sobre las causas sea más productivo para el justicialismo que preguntarse sobre casualidades tan hipotéticas como incomprobables.
Las políticas facciosas del ultrakirchnerismo y La Cámpora no pueden atribuirse a la casualidad. Tampoco el sistemático desgaste que ejecutaron sobre la autoridad de Alberto Fernández, al que Cristina llevó a la Presidencia en una ficción de apertura que apenas superó el umbral electoral.
Cristina Kirchner se encapsuló en un círculo cada vez más reducido de incondicionales, plagado de genuflexos y estimuló de este modo la fuga de dirigentes y militantes que redujo la base política del peronismo.
El “operativo clamor” apunta a entregarle instrumentos para convertir al PJ en una extensión del Instituto Patria, pero es notorio que no trasciende más allá del ultrakirchnerismo. Catamarca sintetiza a la perfección la escena: no hubo pronunciamientos del peso a favor de su candidatura, salvo el de Lucía Corpacci, que hizo sacar un comunicado del PJ provincial que encabeza y ordenó que se expresara en el mismo sentido el PJ Capital, que preside su “mozo ‘e manos” Armando López Rodríguez.
El encumbramiento de CFK como presidenta del PJ parece despertar movimientos centrífugos antes que un reagrupamiento en torno a su figura.
Con olfato oportunista, Florencio Randazzo aprovechó la aceptación de la candidatura por parte de Cristina para publicitar su renuncia a la afiliación. “Sin el más mínimo pudor, sin autocrítica, con absoluta hipocresía y memoria selectiva, la vicepresidenta de Alberto Fernández y jefa del peor gobierno desde el retorno de la Democracia, ahora será presidenta del Partido Justicialista Nacional”, posteó.
En la misma línea, la senadora nacional cordobesa Alejandra Vigo, esposa del exgobernador Juan Schiaretti, dijo que si el peronismo de Córdoba no participó de la vida institucional del PJ nacional “cuando lo presidía Alberto Fernández, el presidente de la Nación violento e incapaz elegido por Cristina”, tampoco lo hará “en este ensayo desesperado que quiere ejecutar CFK que, cuando fue Presidenta, dinamitó los canales de diálogo y la buena convivencia entre los argentinos, profundizó una grieta que le hizo tanto daño al país y contribuyó a este presente de pobreza”.
Hace una semana hubo un encuentro de veteranos dirigentes peronistas de distintas provincias en Santa Fe, en el que estuvieron siete exgobernadores y referentes como el exsenador nacional Ramón Puerta. Por Catamarca participaron el exembajador Guillermo Rosales y el exdiputado nacional Jorge Díaz Martínez.