Los polos de la grieta reformateada por el orden libertario escalan en sus desmesuras sobre un trasfondo de deserción electoral que se afianza.
Los polos de la grieta reformateada por el orden libertario escalan en sus desmesuras sobre un trasfondo de deserción electoral que se afianza.
En el embudo hacia las nacionales del 26 de octubre, Ciudad de Buenos Aires fue la única excepción a las victorias oficialistas en las seis elecciones provinciales realizadas hasta ahora. Los litigios mostraron también un crecimiento de las formaciones libertarias en desmedro de oposiciones tradicionales en crisis, con singularidades signadas por las características de cada distrito, pero el desplome en el nivel de participación es el elemento común. Son 14 puntos promedio menos que los comicios de 2023: del 71 al 57% en dos años, con los picos de Chaco y Jujuy, que registraron 20 puntos menos de concurrencia.
La caída es muy superior a la habitual entre elecciones para cargos ejecutivos y legislativos, pero el fenómeno resulta más indicativo de la apatía si se lo compara con la intensidad de una retórica política contaminada por el estilo brutal de Javier Milei y su legión de energúmenos.
La sociedad no parece conmoverse con las infatuaciones revolucionarias de sus líderes. Se retrae al momento de votar y marca que la desconexión entre la política y la sociedad no solo continúa tan vigente como cuando habilitó la irrupción de Milei jineteando la prédica antisistema, sino que se profundiza.
Los componentes escenográficos y los rituales clásicos de la actividad política adquieren ribetes cada vez más farsescos. El público asiste al espectáculo con interés dispar, pero no responde a los estímulos en el sentido que los dramaturgos quisieran. No respalda en el campo electoral y se refugia en una indiferencia resignada, como si nada de lo que ocurre le concerniera realmente.
El potencial dramatúrgico de personajes como Milei o Cristina Fernández de Kirchner no puede negarse. El problema es un guión disociado de los intereses inmediatos del electorado.
Hay una demanda que no encuentra cauce para expresarse distinto al repudio generalizado. La crisis de representación continúa a pesar del inorgánico tsunami libertario.
La ratificación de la condena por corrupción a Cristina Kirchner en la Corte Suprema de Justicia desenfrenó las operaciones para asimilar su peripecia particular con la épica de la Resistencia tras la proscripción de Perón y el peronismo impuesta por el golpe de la Revolución Libertadora –o “Fusiladora”- en 1955.
Encajar la analogía demanda importantes esfuerzos interpretativos y omisiones históricas, a los que Cristina contribuyó con su proverbial humildad: “Soy una fusilada que vive”, se amparó en la legendaria “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh, horas antes de que la Corte ratificara la validez de todo el proceso judicial en la Causa Vialidad, la condena de seis años de prisión y la inhabilitación de por vida para ocupar cargos públicos. No puede descartarse que los libretistas aprovechen que cursará la prisión domiciliaria en el barrio de Montserrat para agregar otro ingrediente heroico a la narrativa: allí fue donde las tropas criollas repelieron las Invasiones Inglesas en 1807.
Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre la sentencia suprema, en el plano político no hace más que corroborar el retroceso de la condenada, que ya no podrá ser candidata. La declinación está amojonada geográficamente.
Desde que dejó la Presidencia en 2015, la gravitación de Cristina fue restringiéndose del país a la Provincia de Buenos Aires y de ahí a la Tercera Sección Electoral bonaerense para tratar de neutralizar la rebelión del gobernador Axel Kicillof. San José 1111, su Puerta de Hierro particular, es la última estribación de ese descenso.
La solvencia táctica, con la que retuvo centralidad durante el eclipse e incluyó encumbrar a Alberto Fernández como Presidente, deshilachó cualquier línea estratégica en aras de su ombligo.
Otra perspectiva del derrotero cristinista muestra una balcanización del peronismo que llegó al paroxismo con ella como presidenta del partido.
Primero divorció al peronismo bonaerense del peronismo del interior agrupado en torno a gobernadores e intendentes. La fractura evolucionó a fragmentación con el hostigamiento a Kicillof.
Su liderazgo fue achicándose del peronismo al PJ, del PJ a La Cámpora.
No es necesario meterse en análisis demasiado minuciosos para advertir las diferencias entre el Perón que arrasó en las urnas en septiembre 1973, luego de 18 años de exilio, con la referente privada de competir como candidata a diputada provincial de la Tercera Sección de Buenos Aires.
La épica que el cristinismo le propone a la sociedad merma su estatura considerablemente. Casi tanto como la de un Poder Judicial que recién osó incomodar a la líder cuando estaba en el piso.
Mientras el ultracristinismo comenzaba a desplegar su ficción heroica y el peronismo a asumir la desarticulación heredada, el presidente Javier Milei avanzaba en su enésima gira internacional para recibir distinciones de discutible prestigio, disertar ante auditorios de fanatizados y regodearse en su condición de referente global de la ultraderecha.
El impacto de estas incursiones es glorificado por una caterva de epígonos del “Gordo Dan” Parisini dedicada a estimular el odio en las redes sociales, en sintonía con intervenciones sesudas como las de Lilia Lemoine o deleznables hasta la imbecilidad como la del diputado nacional José Luis Espert, principal referencia electoral de La Libertad Avanza en Buenos Aires, que no se privó de llamar “hija de una gran puta” a Florencia Kirchner.
Las ínfulas globalistas de Milei quedan despojadas de pintoresquismo y adquieren inquietantes proyecciones con el respaldo incondicional a Israel en la matanza de palestinos de Gaza y el ataque a Irán. El presidente ha decidido unilateralmente exponer a la Argentina en un conflicto en el que no tiene arte ni parte, con todos los riesgos que ello implica. En este viaje tocó nuevamente Israel, enarboló su bandera y reiteró que trasladará la embajada argentina a Jerusalén.
Estas peligrosísimas y selectivas provocaciones al terrorismo, el más tenebroso síntoma de su egolatría, son celebradas y multiplicadas por sus cohortes virtuales en la construcción de una épica libertaria fantochesca.
La Libertad Avanza no consigue perforar la indiferencia colectiva para ser algo más que expresión de repulsa. Comienza a ingresar al cuadrante de los réprobos.
La fragmentación del peronismo expuesta por la exclusión definitiva de Cristina Kirchner como candidata se inserta en una fragmentación del país que Milei alienta en lugar de tratar de revertir desde la Presidencia.
Los errores estratégicos y los desvaríos profundizan la tribalización política argentina. En ese contexto asoma el mensaje de la abstención electoral.
Las desmesuras dejan huérfanas porciones cada vez más grandes del electorado. La vacancia de representación resulta ostensible y creciente.
Encapsulada en sus mistificaciones, la política no atina a capturar la oportunidad para intentar reconstruir el tejido político.