miércoles 20 de marzo de 2024
Cara y Cruz

La impostura del diálogo

La caída de la reunión del Gobierno y la oposición que se había programada para ayer le ahorró al público una fotografía y unas declaraciones voluntaristas inconducentes e hipócritas.

Los frustrados contertulios iban a encontrarse, decían, para dialogar de la fecha de elecciones, o más bien para que el gobernador Raúl Jalil las comunique.

La invitación había sido realizada por el propio mandatario para sortear un acoso periodístico en el que se lo interrogaba acerca del dichoso cronograma, sobre el que viene evitando pronunciarse oficialmente aunque ya tendría decidido ir a octubre, conforme a lo que dialogó con el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner. Acompañado en ambos casos por la senadora nacional Lucía Corpacci, pero por separado, pues ya se sabe que el Jefe de Estado y su Vice no dialogan entre ellos, y si lo hacen se cuidan de que no se entere nadie.

Como los periodistas le requerían explicaciones a Jalil sobre los motivos del misterio, dijo que dialogaría con los referentes de la oposición, que por su lado le viven recriminando la falta de vocación dialoguista.

Más importante que saber de qué se hablaría en el meneado diálogo –éste o algún otro que se surja en el futuro- sería establecer para qué se lo entablaría.

Los temas pueden ser muchos: resolver el conflicto de salud, ordenar el caótico diseño salarial de la administración pública, reformar la Constitución, mejorar la prestación del servicio de Justicia, reducir los gastos políticos superfluos, revisar el sistema de PASO, la fecha de las elecciones incluso.

La variedad de asuntos que podrían conformar la agenda contrasta con el objetivo, que es uno solo: alcanzar consenso.

Esto, por supuesto, si el diálogo es sincero. A veces el consenso se logra, a veces no, pero si tal posibilidad no está entre las alternativas no tiene gollete entablar diálogo alguno, obviamente desde el punto de vista político. A tomar café o comer asado podrían juntarse oficialistas, opositores y colados, hasta en la mismísima Casa de Gobierno, pero en tal caso se trataría de una reunión social, no de un diálogo político.

Si se aborda el asunto desde esta sencilla perspectiva, se advertirá que todo el entuerto se reduce a que los antagonistas encuentren un tema en torno al cual puedan ponerse de acuerdo, los interlocutores designados por cada bando se reúnan sin demasiadas alharacas, negocien, acerquen posiciones, elaboren una propuesta y recién entonces se reúnan el Gobernador, los legisladores, el Obispo y la mar en coche y se saquen la foto de la concordia.

Es decir: el proceso debería ser exactamente inverso al que se adopta, que ha terminado por devaluar el sentido de la palabra diálogo para equiparlo a una fantochada recurrente.

Funciona así porque los participantes concurren sin la menor intención de acordar nada, con posiciones ya tomadas que ni se les pasa por la cabeza revisar, acaso porque están sinceramente convencidos de que tienen razón, y para ver qué beneficio faccioso obtienen de la escenificación.

De modo que el diálogo consiste en que los opositores vayan a la Casa de Gobierno y le exijan a Jalil una serie de medidas, y éste los escuche para después hacer lo que mejor le parezca, o lo que dialogue con sus funcionarios y aliados.

Lo saben los opositores, lo saben los oficialistas, lo saben todos, de manera que está perfecto que la reunión de ayer no se haya hecho, porque era de balde. Los opositores hicieron sus críticas y dieron sus justificaciones para no ir, Jalil respondió diciendo que en realidad está tan abocado a la gestión que le viene al pelo que sus objetores falten.

Al fin, la verdad. Para qué hacer la mímica del diálogo si no se van a poner de acuerdo. Mejor lo charlan por teléfono, se mandan unos mensajes por whatsapp y, cuando tengan algo concreto para anunciar juntos, lo hacen sin tantas milongas e histeriqueos.

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