No todos los megamillonarios del mundo son iguales. Aunque tienen en común fortunas que igualan a superan los PBI de algunas naciones, la percepción que tienen sobre el funcionamiento del sistema económico global y, fundamentalmente, sobre cómo deben estructurarse los sistemas impositivos no es la misma. Elon Musk y Bill Gates tal vez sean los dos representantes más importantes de posiciones contrapuestas al respecto.
Musk, la persona más rica del planeta con una fortuna que se acerca a los 228.000 millones de dólares, es el referente emblemático de los magnates que son partidarios del libremercado a ultranza. Su fundamentalismo desdeña cualquier regulación estatal y se opone fervientemente a reformas impositivas progresivas, que permitan una distribución del ingreso y la riqueza más equitativa. Y también un reparto del poder de incidir financiera, económica y políticamente, que es inherente a la acumulación de riqueza. Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, otros integrantes de la nueva generación de magnates.
Gates, que posee un patrimonio neto estimado de 138.000 millones de dólares, piensa, por el contrario, que resulta imprescindible la aplicación de un sistema tributario que propicie mayor igualdad. En una entrevista recientemente publicada, explicó: “Soy un gran partidario del impuesto sobre el patrimonio (el equivalente estadounidense del impuesto sobre sucesiones del Reino Unido) y de una tributación más progresiva. No creo que debamos permitir que, en general, las familias cuyo bisabuelo, gracias a la suerte y la habilidad, acumuló una gran riqueza tengan el poder económico o político que eso conlleva”.
“Si yo hubiera diseñado el sistema impositivo –agrega-, sería decenas de miles de millones de dólares más pobre de lo que soy. El sistema impositivo podría ser más progresivo sin dañar significativamente el incentivo para hacer cosas fantásticas”. El “más pobre” que utiliza, como se comprenderá, es una manera de decir. Sería, en ese caso, un poco menos multimillonario.
No es el único megamillonario que piensa de esa manera. Sin embargo, en la mayoría de los países del mundo el sistema tributario sigue condicionado por criterios regresivos, que facilitan la ampliación de la brecha entre ricos cada vez ricos y pobres cada vez más pobres. Bill Gates, sin embargo, ha sido en la práctica consecuente con su prédica. En 2000 renunció como director ejecutivo de Microsoft para crear la Fundación Bill y Melinda Gates con su entonces esposa, con el objetivo de financiar a nivel mundial proyectos de mejora en la salud pública de varios países, de promoción educativa, a favor de la preservación ambiental, de desarrollo de pequeños emprendedores y agricultores, entre muchas otras iniciativas solidarias y humanitarias.
Sus esfuerzos, aunque sumamente valorables, son arrestos aislados. Son los Estados los que deben garantizar las políticas de igualdad. El propio Gates lo admite: “El trabajo más importante todavía lo tiene que hacer el gobierno. La filantropía no es un sustituto del gobierno. Asegurarse de que todos tengan educación, comida y alojamiento: es el gobierno el que va a crear esa red de seguridad”. Musk, Bezos y Zuckerberg no piensan lo mismo.