El chiste que el Papa utilizó para tratar de atenuar el impacto de su inusual referencia a la pobreza y la inflación “impresionante” de la Argentina, sintetizó el sentido de la secuencia de acontecimientos entre la inflación imaginaria postulada por el presidente Alberto Fernández y el recrudecimiento de la interna oficialista detonada por el disgusto que le produjo al ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, el hecho de que no lo invitaran a las reuniones con el presidente de Brasil, Lula da Silva, durante la cumbre del CELAC.
El Sumo Pontífice, que es cualquier cosa menos tonto, intuyó necesario reforzar con la chanza la aclaración de que no estaba haciendo política al aludir a los dos elementos más ostensibles del fracaso colectivo nacional.
Resulta que los ángeles custodios de los países, contó en la entrevista, le recriminaron a Dios la cantidad de dones otorgados a la Argentina. Había recibido “todo”, se quejaron, mientras el resto de los países debían arreglárselas solo con una parte. Dios los dejó mudos, y tranquilos, con la respuesta: se los di a los argentinos, muchachos.
O sea: la eficacia de los argentinos para malversar las ventajas que les fueron otorgadas contribuye al equilibrio cósmico.
“No se enojen, es un chiste, yo soy argentino. Me río, pero algo de verdad hay, porque no terminamos de llevar adelante nuestra cosas”, aclaró Francisco.
Al Gobierno no le hizo gracia, pero no se le ocurrió en principio más réplica que la trillada de echarle la culpa a Macri, precariedad imaginativa que Alberto salvó con un dardo en clave intestina: “Mientras gobernó Perón, otra era la realidad de Argentina”.
Como Perón gobernó entre 1946 y 1955, y luego menos de un año entre octubre de 1973 y su muerte en julio del ’74, a criterio de Fernández habría que retroceder casi medio siglo para encontrar una referencia positiva en el historial. Qué raro que haya omitido el ciclo de los tres mandatos kirchneristas de 2003-2015, mucho más próximos. Tantos esfuerzos por congraciarse con Cristina y viene a fallarle la memoria justo en la ocasión ecuménica de responderle al Papa.
Indicios del reducido alcance de la política nacional. La opinión del jefe de Estado del Vaticano fue respondida con agravios elípticos a los antagonistas internos del Frente de Todos.
Más Alberto que nunca.
Operación ONU
El vodevil papal formó parte de una minuta reveladora sobre la insolvencia de un Estado nacional que requiere del orden internacional el crédito político que su sociedad le retacea.
Debido a esta carencia, el secretario de Derechos Humanos de la Nación Horacio Pietragalla solicitó al Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas respaldo para el juicio político contra la Suprema Corte de Justicia, engranaje del “lawfare” que según argumentó tiene en la peripecia de Cristina Kirchner su demostración más acabada.
El juicio político es una evidente farsa, pues el Frente de Todos carece de las mayorías calificadas necesarias para coronarlo en el Congreso. Sin embargo, la mayoría simple le alcanza para montar un espectáculo en la comisión pertinente de la Cámara de Diputados y tratar de avanzar en la consecución de la meta real, que no es mejorar el servicio de Justicia, sino erosionar el prestigio de la Justicia que ha condenado a Cristina por corrupción. Un indicador del subsuelo en el que ha caído la institucionalidad argentina es que esta tarea sea en gran parte superflua, ya que el Poder Judicial se ha encargado de mellarse solo.
El insólito planteo de Pietragalla recibió por respuesta recomendaciones al Gobierno para que procure preservar la independencia de la Justicia y una serie de sugerencias sobre lo que se podría mejorar en materia de derechos humanos en la Argentina.
Como era de esperarse, el pronunciamiento del Comité fue objeto de exégesis controversiales a nivel local, cada una adecuada al cristal de los intereses del exégeta. Pocas, o ninguna, tocó el asunto central: el organismo se negó a pronunciarse sobre la pelea del consorcio criollo.
Lógico: no tiene la ONU por qué meterse en controversias que los argentinos deberían resolver solos.
Quizás alguien le haya preguntado a Pietragalla sobre el rol que cumplen quienes ostentan el poder en el país. La casuística de Estados perseguidos por sí mismos debe ser escasa.
El trofeo Lula
Las maniobras en las Naciones Unidas se desarrollaron mientras en Argentina se llevaba adelante la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
La figura central del encuentro fue el presidente de Brasil, Lula Da Silva, quien para ganarle a Jair Bolsonaro debió conformar una alianza de delicados equilibrios con viejos antagonistas y enemigos. Lo ajustado del triunfo le impone robustecer y ampliar los acuerdos alcanzados para estabilizar una escena cuya volatilidad se hizo manifiesta con el asalto a las sedes de los tres poderes brasileños de grupos bolsonaristas a una semana de su asunción.
Como si el arduo trabajo que tiene por delante fuera poco, Lula se vio sometido en la Argentina a los tironeos entre albertistas y cristinistas, que se lo disputaron como un trofeo. Tuvo que aplicar toda su diplomacia para eludir una entrevista que la vicepresidenta Cristina pretendía tener con él en el Senado, diferenciada de la agenda programada por la Casa Rosada.
Cristina buscaba el respaldo a su liderazgo de Lula, en contra de Alberto, el Presidente, con una suerte de CELAC personalizada.
Esto es: mientras Pietragalla operaba para complicar a la ONU en los litigios intestinos del país, la vicepresidenta hacía lo propio con Lula.
Las presiones fueron de tal calibre que Celso Amorín, asesor en asuntos externos del mandatario, tuvo que justificar el desaire en lo intenso de la agenda oficial.
Las relaciones en el Frente de Todos están tan envenenadas que Cristina consideraba una degradación participar de los actos de la CELAC en compañía de Fernández.
Lula precisa afianzar su proyección como líder regional para conjurar las acechanzas de su frente interno y la cumbre era una vidriera ideal.
Quedar entrampado en las intrigas del cotolengo argentino hubiera contribuido poco a sus objetivos como estadista, por no hablar de lo inconveniente de romper el protocolo para darle el gusto a Cristina, que está condenada por corrupción y acaudilla una arremetida contra el Poder Judicial. No cuenta aún con holgura política suficiente para asumir el riesgo, detalle que a sus egocéntricos amigos de la Argentina parece importarles poco.
Habrá sido un alivio para él liberarse de los compromisos en Buenos Aires y pasar a Uruguay, donde se reunió con el presidente Luis Lacalle Pou antes de visitar al expresidente José “Pepe” Mujica sin temor a herir susceptibilidades.
Ya no estaba en el tóxico territorio argentino cuando trascendió el enojo de “Wado” de Pedro por haber sido excluido de la agenda y el gabinete entró en otra de sus recurrentes crisis.
De exportación
La cumbre de la CELAC, de tal modo, expuso la descomposición de un Gobierno incapaz de deponer sus diferencias siquiera para oficiar de anfitrión en evento tan importante. Hasta el venezolano Nicolás Maduro aportó al degradante espectáculo con la explicación que dio para su decisión de no asistir: algo terrible podía ocurrirle. No dijo qué, pero en cualquier caso su compromiso con la Patria Grande no es tanto como para confiarle al Estado argentino su seguridad y libertad ambulatoria.
El Comité de Derechos Humanos de la ONU, el ascendente Lula… prótesis de legitimidad que se le negaron al oficialismo y al kirchnerismo. Fracasos internacionales. La confirmación de lo que el Papa dijo “urbi et orbi”.