viernes 24 de noviembre de 2023

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Editorial

Expectativas que chocan con la realidad

La brutal agresión que recibió el joven Fernando Báez Sosa fue un hecho singular, no solo porque tuvo un desenlace...

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La brutal agresión que recibió el joven Fernando Báez Sosa fue un hecho singular, no solo porque tuvo un desenlace fatal sino también por su ferocidad, que quedó registrada en videos. Las peleas de jóvenes –y no tan jóvenes- a las salidas de fiestas o boliches se han convertido lamentablemente en episodios repetidos, casi una constante en cualquier ciudad de la Argentina con vida nocturna activa. También suceden en Catamarca, aunque por suerte, tal vez solamente por eso, no ha habido en el último tiempo casos graves que lamentar.

Al margen de que se acuerde o no con la pena que el tribunal le aplicó a los victimarios de Fernando, la expectativa generalizada de la ciudadanía es que el caso al menos sea útil para reflexionar sobre la necesidad de ponerle límites a la violencia en este tipo de peleas, que en algunos casos son riñas y en otras patoteadas a víctimas prácticamente indefensas. Incluso, para que los propios protagonistas habituales de esas trifulcas puedan verse reflejados en las imágenes repetidas hasta el hartazgo antes y durante el juicio en el Tribunal Oral del Crimen N° 1 de Dolores y sean conscientes de que si no existen esos límites concretos puede haber consecuencias muy indeseadas, siendo ellos víctimas o victimarios. No es posible aceptar la violencia física como método para dirimir las diferencias entre las personas, pero en caso de que la pelea suceda lo mismo, el objetivo no puede ser hacer el mayor daño posible, no importa si los golpes provocan secuelas irreparables o la muerte.

Sin embargo, esas expectativas parecen chocar contra la dura realidad. Apenas un día después de la condena a los agresores de Fernando Báez Sosa, otro grupo de rugbiers patoteó a un joven de 31 años que estaba indefenso en el piso. El hecho ocurrió en la provincia de Corrientes. La víctima, Leandro Chávez, fue abordado a la salida de la segunda jornada de carnaval por nueve personas y agredido salvajemente, incluso con patadas en la cabeza. A diferencia de Fernando, el agredido correntino pudo ser protegido por sus amigos, que evitaron un desenlace peor. Chávez fue internado con diversos golpes y pérdida de piezas dentarias.

Párrafo aparte para la condición de rugbiers de los agresores, en uno y otro caso. No corresponde estigmatizar a los que practican esa disciplina deportiva juzgándolos como violentos en una generalización injusta. De todos modos, por su condición física deben ser conscientes de que, trenzados en feroz pelea, pueden hacer mucho más daño que una persona que no la tiene. La misma reflexión cabe para los que practican, por ejemplo, boxeo o karate, por citar apenas un par de ejemplos más.

Si la condena de los rugbiers es “ejemplar”, como se menciona, debería servir para atenuar la violencia callejera. Pero hechos, como el de Corrientes, no permiten ser muy optimistas. Habrá, entonces, que recurrir a otros método de concientización en la temática.

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