Un episodio ocurrido días pasados en el programa de televisión conducido por Fabián Doman, en el Canal 13 de Buenos Aires, reveló un preocupante desprecio por la cultura de los pueblos originarios. Esta actitud es muy común en la ciudad capital de la Argentina y entre sectores medios y altos de las grandes ciudades, pero esta vez no pasó inadvertida, como sucede habitualmente, porque salió al aire en vivo.
Kantuta Killa y Wari Rimachi son dos personas de la comunidad originaria Ayllu Mayu Wasi. Fueron abordados por la movilera del programa mientras viajaban en subte, pero durante la entrevista tanto la periodista como los panelistas y el conductor, que estaban en piso, no hicieron otra cosa que burlarse de ellos en un tono discriminatorio. Se mofaron de las palabras en quechua que pronunciaron y de su condición de participantes del “Tercer Malón por la Paz”, que tuvo como reivindicaciones centrales el pedido de inconstitucionalidad de la reforma jujeña y el cese de la criminalización de la protesta social en esa provincia.
La entrevista terminó abruptamente porque Doman así lo decidió, enojado porque los entrevistados criticaron la actitud de los integrantes del programa televisivo. Hubo numerosos repudios de usuarios de redes sociales que se quejaron del trato que recibieron Kantuta Killa y Wari Rimachi. Pero también se registraron intervenciones oficiales: el INADI y la Defensoría del Público advirtieron que la entrevista resultó "banalizadora" y reclamaron "un trato respetuoso y sin distinciones para aportar al diálogo intercultural y plural en el país". “Es importante hacer foco en la necesidad de que los medios reconozcan la existencia de las identidades indígenas sin exotizarlas ni ridiculizarlas", expuso el INADI.
Kantuta y Wari integran el Consejo de Amautas indígenas del Tawantinsuyu de Argentina y el Cosindia (Consejo de Sanadores Indígenas de Argentina), entre otras organizaciones. Además, forman parte del centro cultural Waka Luna, de Villa Martelli, donde dan talleres de lengua quechua, de instrumentos andinos, cursos de medicina ancestral indígena y ofician ceremonias ancestrales.
El etnocentrismo que suele caracterizar al habitante de la capital argentina subestima las pautas culturales de los habitantes del interior, más aún si son personas que pertenecen a los pueblos originarios, a los que caracteriza, en el mejor de los casos, como “personajes pintorescos”. En materia cultural, lo distinto a lo hegemónico –en las grandes ciudades- produce asombro que habitualmente se traduce en un trato prejuicioso y, finalmente, discriminatorio. Hay, desde un paternalismo cultural, una asociación de la cultura originaria con el “atraso”.
Las costumbres de las comunidades originarias, en el mejor de los casos, divierten, o producen lástima, sentimientos reduccionistas que no logran captar la enorme riqueza que encierra y que forma parte indisoluble del patrimonio nacional, aunque los burlistas, autopercibidos como “cultos”, lo ignoren.