Catamarca vive tiempos convulsionados desde hace meses. Aunque previsible, la caída de los esquemas piramidales montados por empresas que captaban ahorros de ciudadanos prometiendo rentabilidades impagables en el mediano o largo plazo, tiene un impacto todavía imposible de mensurar. La porción de la sociedad que se mantuvo distante de estas operaciones financieras, ahora investigadas por delitos variados, que van desde la estafa al lavado de activos, pasando por la asociación ilícita, asiste estupefacta a la envergadura de la otra porción, la que sí está involucrada, integrada por miles de ahorristas desesperados por recuperar su dinero y decenas de presuntos embaucadores que se beneficiaron con la “timba” y que de a poco van cayendo al ritmo parsimonioso y errático de la Justicia.
Entre las víctimas se cuentan personas que lograron reunir sus ahorros con esfuerzo y que sucumbieron a la tentación de multiplicarlos a partir de las seductoras rentabilidades prometidas y otras, de mayor poder adquisitivo y experimentados en el manejo de grandes sumas de dinero que, sin embargo, fueron insólitamente engañadas y hoy presionan por distintas vías para recuperar, al menos, el capital invertido.
Entre los victimarios hay propietarios de financieras, gerentes, contadores y hasta “poceros” vinculados estrechamente y no por comedidos, a las operatorias fraudulentas. Llama la atención, en este grupo, el grado de temeridad con el que perpetraron la maniobra de quedarse con el dinero de los inversionistas a sabiendas de la inviabilidad a largo plazo de este tipo de esquemas piramidales. No existe operación financiera que esté en condiciones de lograr rentabilidad mensual de más del 20% en pesos, mucho menos en dólares. Los que pergeñaron la operatoria no podían ignorar que, más temprano que tarde, no iban a poder afrontar los compromisos asumidos y la pirámide se derrumbaría pesadamente, arrastrando en la caída a los ahorros de los inversores, pero también a ellos mismos, los mentores del esquema.
El daño es mayor al que se ve. Hay un deterioro muy grave del tejido social cuya magnitud se desconoce porque una parte de ese menoscabo se registra en ámbitos de la intimidad de los protagonistas de esta historia sombría. Hay furia, desilusión, desconfianza, amenazas y hasta advertencias de venganza. Hay, también, familias enteras disgregadas entre las víctimas y entre los victimarios.
Cómo saldrá Catamarca de este trance histórico, mojón ineludible en la historia provincial contemporánea, es una incógnita. Lo inmediato es resolver la cuestión judicial. Que se establezcan mecanismos formales y equitativos de resarcimiento a los ahorristas –y no arbitrarios e informales como los presuntamente intentado los últimos días- y que se delimiten responsabilidades para que los culpables de cometer los delitos que se investigan terminen presos, porque la impunidad no es una posibilidad que deba admitirse.
Y luego habrá que restañar las heridas abiertas, ardua tarea para una sociedad que llegó a su estado de zozobra actual por la ambición desmedida de víctimas y de victimarios.