jueves 28 de marzo de 2024
Cara y Cruz

Cómico, de puro trágico

Petrificada en la cornisa del desastre, fracasados ya tantos intentos por correrse de tan ingrata posición, la sociedad argentina podría indagar en las posibilidades de desarrollo que ofrece la extraordinaria aptitud para el grotesco de su dirigencia política.

La de ayer fue una jornada paradigmática como muestra de esta vocación por lo que podría definirse como insólito, si no fuera por una frecuencia que ha terminado por incorporarlo a la naturaleza de las cosas.

Recuérdese, por ejemplo, la Subsecretaría de Resiliencia creada a nivel nacional para “subir la autoestima” afectada por la pandemia. Cierto es que el organismo no duró ni 24 horas, pues el Gobierno nacional retrocedió ante el escándalo, pero el caso es que alguien supuso que era sensato crearlo y la idea atravesó todos los filtros hasta alcanzar la publicación en el Boletín Oficial. Síntoma de enajenación: a nadie se le ocurrió señalar la inconveniencia de avanzar con tamaño despropósito en medio de los graves agobios que padece la sociedad. Recién cuando la repartición comenzó a ser objeto de ridiculizaciones sus ideólogos recularon.

Entiéndase bien: no es que la resiliencia –capacidad para superar circunstancias traumáticas- carezca de importancia, mucho menos en la golpeada Argentina, pero resulta a todas luces evidente que es posible trabajar sobre ella con los instrumentos burocráticos que ya existen, sin necesidad de inventar nuevos cargos y nuevos gastos.

El país se encuentra atrapado desde hace años en una espiral económica crítica, con inflación desbocada. A esto le suma las reyertas en la cúspide de su sistema de poder, que incrementa la incertidumbre y por consiguiente una angustia que entrena a los argentinos en la resiliencia con una eficacia que reíte de Ucrania.

En este contexto, al presidente Alberto Fernández no se le ocurre mejor cosa que sugerir “una suerte de terapia de grupo”. Recordó a John Lennon: “Como Lennon, que le pedía al mundo que le dé una oportunidad a la paz, démonos la oportunidad una vez al diálogo, para ver si podemos construir algo nuevo y distinto”, imploró.

Estas incursiones del mandatario por la poética son habituales y forman parte de su estrategia para aparentar campechanía, así que no es tan serio. Lástima que Cristina no se conmueva.

Lo bueno vino después, de la verba del secretario de Asuntos Estratégicos y titular del Consejo Económico y Social, Gustavo Béliz, quien dijo que cree en “la Argentina del pacto social” y está en contra del “odio social”.

Hay varios proyectos en carpeta para erradicar tan nocivo factor de discordia, aseguró. Entre ellos, destacó uno encaminado a promover “el buen uso de las redes sociales”, ya que a su criterio estos espacios virtuales intoxican la democracia.

“Vamos a profundizar los lineamientos centrales en el uso de las redes sociales para el bien común. Estamos trabajando con un estudio pionero que marca y propone un pacto para el buen uso de las redes sociales y que dejen de intoxicar el espíritu de nuestra democracia”, señaló.

Para qué. Se desató un alud de críticas alarmadas por las supuestas intenciones del Gobierno de controlar las redes sociales, fenómeno que obligó al Gobierno a hacer aclaraciones y consignar que este asunto del buen uso de las redes sociales está muy de moda en países como Francia y Alemania, cuyas situaciones sociales son muy similares a las de la Argentina, como todo el mundo sabe.

En fin: una controversia inconducente y estéril por una nimiedad. Sobreactuación de Béliz, sobreactuación sensiblera de Fernández, sobreactuación de sus objetores: el espectáculo es cómico de puro trágico. La que no sobreactúa es la inflación, que le mete nomás sin tanta milonga.

Los problemas argentinos no se cifran en las redes sociales.

Como señaló Montaigne: “Nadie está libre de decir estupideces. Lo grave es decirlas con énfasis”.n

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