La denuncia por violencia de Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández destapó una cloaca.
La denuncia por violencia de Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández destapó una cloaca.
Anoche se publicaron fotos de la exprimera dama con un ojo en compota y moretones en los brazos que obran en el expediente, junto a chats en los que le recrimina a Fernández por las golpizas mientras él, macho agobiado, le pide que “pare” con los reproches porque se siente mal y le falta el aire.
Minutos antes se había viralizado el video de una erótica tertulia entre el expresidente y la panelista Tamara Petinatto realizada en el despacho Presidencial. La pieza había sido filmada por el propio Fernández, vaya a saberse con qué intenciones y trascendió porque le entregó el celular a Yáñez para que se lo diera al hijo de ambos, sin tomar la elemental precaución de eliminar contenidos comprometedores.
La sociedad verifica que la Presidencia del país estuvo cuatro años en manos de un personaje decadente, sin respeto por sí mismo ni por su investidura, por obra y gracia de Cristina Fernández de Kirchner, quien no tuvo inconvenientes en asignarle tamaña responsabilidad con tal de ejecutar un gambito electoral que le permitiera satisfacer angurria de poder y expectativas de impunidad.
Millones de argentinos que de buena fe confiaron en el proyecto del Frente de Todos y Unión por la Patria asisten a la más denigrante de las descomposiciones.
La líder política argentina más importante de los últimos 20 años habilitó para ejercer la máxima magistratura de la Argentina a un hombre débil, incompetente, prisionero de sus vicios, que descargaba sus frustraciones con la violencia hacia su esposa.
El daño que le infirió al peronismo es enorme, pero mucho mayor el que le hizo a la Argentina.
¿Cómo asombrarse de que el electorado haya engendrado un fenómeno como el del Javier Milei, si el precedente inmediato era esta caterva de inmorales y perversos?
Las estrafalarias características del libertario y su entorno parecen altísimas virtudes cívicas comparadas con lo que sale a la luz sobre el cristinismo y su patético delegado. Y el descubrimiento se debe, conviene recordar, a la inesperada derivación de una causa por corrupción que involucra a Fernández, su secretaria privada y el esposo de ésta, que se suma a la extensa cadena de malversaciones kirchneristas.
Mientras Alberto Fernández aprovechaba el cargo para refocilarse en Olivos o en la Casa Rosada y castigaba a Fabiola, Cristina le mandaba mensajes cifrados e instigaba intrigas palaciegas. Por su parte la secretaria privada María Cantero, la persona de mayor confianza del mandatario, la que le manejaba la agenda, hacía lobby cebada en el acaparamiento de seguros de organismos públicos y oficiaba de confesora de la apaleada primera dama.
Sergio Massa esperaba beneficiarse del aquelarre, pero el voto determinó otra cosa: el salto a lo desconocido del experimento Milei.
La imagen que el país proyecta al exterior es denigrante. La alternativa ideológica al Gobierno es un peronismo de molido en su credibilidad y en su autoridad moral por quien lo conduce a su arbitrio desde hace 15 años, que es Cristina Fernández de Kirchner. Un poder precario, que todavía no termina de construir sus instrumentos, se queda sin contrapesos institucionales, legitimado cada vez más exclusivamente en la ilegitimidad de sus antagonistas.
La discusión política desciende hasta perforar las catacumbas de la indignidad.
Contra ese telón de fondo, la pobreza sigue avanzando.