Jovita vivía con sus padres en calle República, entre Salta y Tucumán.
Entre carpetas con recortes, fotos e historias, comenzamos la tarea de reconstruir esta crónica. "Tenía unos 13 años y en el paso a nivel de la calle Santa Fe -en cercanías donde actualmente está el Polideportivo Sur-, había un señor cuyos hijos eran cordobeses y tenían un conjunto de danza. Yo iba y me paraba en el alambrado a ver. Les enseñaban zapateos a los chicos, que eran amigos míos, y yo ya sabía hacer las figuras", comentó Manolo. Con el rostro pensativo, levantó la mirada y, en el aire, comenzó a tejer los recuerdos. Jovita, a su lado, repasaba las prolijas carpetas de fotos y recortes. Con escucha activa, asentía o corregía alguna fecha mencionada por su esposo.
"Había un señor que se llamaba 'Chito' Vergara, y que sabía más que todos, y nos enseñaba. Entré a ese grupo y conocí a 'Pepe' Díaz", el notable bailarín con quien luego participó del grupo Flor de Tusca. Antes integró el grupo de danzas "José Ramón Luna", con el cual viajó a muchas ediciones del Festival de Cosquín y al Festival Internacional de las Termas de Río Hondo.
Con Flor de Tusca participó en la primera edición de la Fiesta del Poncho, la máxima fiesta de los catamarqueños, que años más tarde lo tendría como coordinador.
Por su parte, Jovita hizo del teatro su gran compañera. Sus primeros contactos con el teatro ocurrieron en 1962, durante sus años de secundaria, cuando fue invitada por el profesor Horacio Monayar a unirse al "Teatro de Estudiantes Secundarios de Catamarca". En ese grupo interpretó obras clásicas, incluyendo "Los Entremeses" de Miguel de Cervantes. Se recibió de maestra jardinera y en Córdoba estudió el profesorado en jardín de infantes.
Hasta entonces, las vidas de Jovita y Manolo no se habían cruzado. "Era en el 66 o en el 67 -dice ella- cuando nos conocimos durante los ensayos de la obra teatral 'El Carnaval del Diablo'."
"Juan Oscar Ponferrada vino a Catamarca y armó el elenco. Él (por Manolo) bailaba y yo actuaba. Eran como setenta personas, ya que se incluyó al coro de Guillermo Watkins, el ballet Flor de Tusca y el grupo de teatro”.
El cronograma fue intensivo. Ponferrada llegó el 1° de mayo y, apenas tres semanas después, la obra ya se estrenaba en el Cine Teatro Catamarca. Ensayos maratónicos marcaron ese proceso”. Jovita recuerda que ensayaban por la mañana, durante la siesta, por la tarde (con el ballet) y por la noche (con el elenco), para poder cumplir con la fecha de estreno.
"El hecho de haber compartido con Ponferrada fue fabuloso. Era un grupo increíble y recuerdo que no volvía prácticamente a casa", rememora Jovi.
"Siempre fui muy delgada, más que ahora. Mi mamá me mandaba con una empleada un sándwich todas las noches. La verdad, le veía la cara a Manolo -que era un flaquito que no daba nada- y pensaba: ‘Este está mal’. Entonces, yo le decía ‘vamos’ y partía el sándwich en dos, y tomábamos una gaseosa sentados en el túnel del cine”.
Jovita bailaba folklore y empezó a perfeccionarse en danza con Nacha Sotomayor de Barés. “Cuando éramos chicos, todos estudiábamos con ella. Me gustaba mucho la danza y la música, tengo buen oído, así que me lancé. Y me lancé con él”.
Pero en 1970, debieron separarse por un tiempo: Jovita consiguió una beca en teatro para estudiar en el Teatro Nacional Cervantes. Regresó al año siguiente y, en 1972, volvieron a encontrarse. Finalmente, en ese mismo año, decidieron casarse. Tiempo después, Jovita se convirtió en profesora de folklore en la Escuela de Danzas.
"Hasta hoy ninguno de los dos sabe muy bien por qué nos casamos”, comenta entre risas. “Estábamos divinos, sin tener claro adónde íbamos. No teníamos nada, nada”.
En 1973 nació Sebastián, 'El Zurdo', y en 1977 llegó Victoria.
Por esos años, nació también la academia "El Fortín", que sería cuna de grandes bailarines que hoy siguen formando generaciones en las danzas folklóricas. El nombre surgió porque los ensayos se hacían en la sede del club Vélez Sarsfield, cuyos colores 'Chuña' Manolo siempre defendió.
"El Fortín" fue un hito en la historia de la danza en la provincia: por su constancia, su duración y su innovación. Presentaban cuadros argumentales con personajes históricos locales, como "Gran Lanzamiento Calchaquí", que relata la historia de Juan Chelemín; "Felipe Varela, un grito americano"; y "Cubas, gobernador mártir".
Para crear estos cuadros, Daniel Martínez se encargaba del teatro, mientras que Manolo se ocupaba de las coreografías. Sus presentaciones, llenas en el Cine Teatro Catamarca, dejaron huella en la cultura provincial.
Manolo recuerda con orgullo esa etapa fortinera y la influencia que tuvo en la formación de talentos del folklore.
De esa cantera surgieron referentes como César Reinoso, director del Ballet Atahualpa, “Pipí” y “Chichí” Berrondo, entre otros, quienes continúan la tradición formadora”.
Jovita y el Grupo Martín Pescador
Jovita entró al legendario grupo teatral en 1981. Martín Pescador había sido fundado por Daniel Martínez y Alejandra Patricia Cowes, y ya tiene más de cincuenta años en las tablas.
En ese entonces, el grupo llegó a participar en tres ocasiones en el Festival Internacional de Teatro para Chicos en Necochea.
“Con el grupo hicimos muestras por todo el interior de la provincia y actuamos en la calle, en las plazas, en las parroquias, en los patios, en todos lados. Las producciones en general se ponían durante todo el verano en El Rodeo”, expresó Jovita. Ya el Urbano Girardi y el Salón Calchaquí eran las salas disponibles para mostrar el teatro.
“También había en las escuelas. Girábamos mucho por las escuelas. Y el grupo Martín Pescador sigue haciendo lo mismo. Porque es la manera de llevar teatro a los chicos. O de llevar los chicos al Girardi o al Calchaquí. Formar espectadores es la idea”, manifestó.
En la actualidad el grupo es dirigido por Lu Jerez y cuenta con la producción de Carla López Berrondo. “Lu fue alumna del grupo desde chiquita y ahora es la directora de la obra “Pido gancho, la historia de Carlitos y Violeta”, en la que forma elenco con Héctor Cangi.
Manolo y el Poncho
Con el paso de los años, Manolo dejó de ocupar el escenario de la Fiesta del Poncho y pasó a estar del otro lado: durante 18 años fue organizador del mayor evento de la provincia.
Manolo fue enviado a los festivales de Cosquín y Jesús María para interiorizarse y aprender sobre la organización de grandes festivales.
Eran tiempos en los que la Manzana del Turismo era el epicentro del festival. El tránsito se interrumpía desde La Alameda hasta el viejo edificio de la cárcel, sobre avenida Güemes.
En plena avenida se levantaban las carpas de los expositores y, en las calles adyacentes, los ranchos de los artistas. “Quienes terminaban de tocar en el escenario de la Manzana del Turismo pasaban por el Unku Rancho”, recordó Manolo, en referencia a la peña estable ubicada sobre calle Ministro Dulce.
Eran diez días de fiesta y un incesante movimiento de gente, que también dieron lugar a reclamos de los vecinos por los ruidos molestos. La mudanza era inminente. Finalmente, la fiesta se trasladó al Polideportivo Capital.
En un gesto vanguardista, fue él quien se animó a abrir el festival a otros géneros: incorporó artistas del rock y del tango a un espacio tradicionalmente ligado al folclore. Aquella decisión generó resistencia en un primer momento, pero con el tiempo se transformó en un acierto que amplió públicos, multiplicó la convocatoria y consolidó al Poncho como una fiesta de todos.
“Yo me basaba en una sola cosa. No es festival folklórico, es Fiesta Nacional del Poncho y en ese momento se me trató horrible. La prensa me trató mal y hubo críticas por donde se viera, pero bueno pese a ser resistida fue un éxito”.
“Alma y Vida”, Juan Carlos Baglietto, Lito Nebbia, el eximio tanguero Raúl Lavié, Tormenta, Manuela Bravo, entre otros artistas no folklóricos que llegaron al Poncho bajo la gestión de Rodríguez.
“Hijo audaz de las vicuñas/ coplero del alba, señor del andar/ llegaste a mis días cargado de tiempo/ y ungido del puro calor animal” rezan las estrofas de Zamba de mi poncho, letra de Kike Sánchez Vera y música de René Vargas Vera.
La canción obtuvo en 1967 el primer premio en el concurso organizado por la Dirección Provincial de Turismo para instituir la Canción Oficial de la Fiesta del Poncho. Sin embargo, durante varios años su rastro se perdió. Fue Manolo quien luchó para que la zamba volviera a ocupar el lugar que merecía y sonara en la apertura del festival.
“La zamba se había perdido y René siempre nos recordaba su importancia; incluso me llamaba por teléfono para insistir: ‘Manolo, ¿cuándo van a poner la zamba?’. Entonces, en uno de los festivales que me tocó coordinar, reuní a todos los bailarines y les dije: ‘Todo el mundo tiene la obligación de entrar bailando la Zamba de mi Poncho. No me importa si la meten adentro o afuera, pero ustedes la ponen’. Y así fue como se rescató, aunque con el tiempo volvió a desaparecer”, recordó.
“Tras la muerte de Vargas Vera, el último Poncho le rindió homenaje. En ese marco, Jovita y Manolo fueron invitados a bailar en el escenario Jorge ‘Negro’ Herrera”.
Hoy Manolo eventualmente dibuja figuras en cuanta peña o evento lo inviten. Siempre junto a Jovita, quien sigue con proyectos teatrales. “No me quiero quedar quieta. No tengo ganas”, dice con una sonrisa enorme.
La historia de Jovita y Manolo es, en definitiva, un espejo de la cultura catamarqueña: hecha de raíces, de esfuerzo, de escenarios humildes y de gestas mayores. Ellos, que se encontraron en un ensayo, hoy representan la constancia de quienes entienden el arte como forma de vida. El Poncho, el teatro, la danza y la música los abrazaron y todavía los sostienen.
Cada vez que un bailarín surca en un escenario o que se levanta un telón en alguna sala de la provincia, hay algo de esa huella que permanece. Porque, como dice Jovita con humor, Manolo la llevó “para toda la vida”.
Texto: Pablo Vera
Fotos: Ariel Pacheco