domingo 17 de marzo de 2024
Análisis

Pandemia y economía: volver a lo local

Por Rodolfo Schweizer- Especial para El Ancasti, Abril 2020

Por Redacción El Ancasti

Sin duda que, cuando la pandemia actual afloje en unos meses más, uno de los efectos que más recordaremos, aparte del dolor por las víctimas de este flagelo, será el tomar conciencia de los daños a las fuentes de trabajo, la caída del empleo y sus consecuencias sociales. 

Para apreciar el problema, permítanos presentar un ejemplo que, si bien es externo al país, representa una situación común en el mundo y posiblemente en nuestro país. Esto no debería sorprender, porque toda la economía mundial funciona bajo leyes comunes a la economía del presente, en Catamarca, EE.UU. o China. Esa ley universal es la teoría de la economía de mercado, que genera, entre otras cosas, la mutua dependencia económica a nivel regional, nacional e internacional, más sus consecuencias no deseadas. Justamente, la pandemia fue posible gracias a la fluencia de esa dependencia internacional, hoy llamada globalización.

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  • La acechanza económica
  • Obviamente esa relación obliga a compartir las buenas y las malas, y en esta última estamos. Sin embargo, debemos aclarar de entrada que esta ley de funcionamiento es una opción humana, es decir, fue creada por el hombre en el siglo 20 y, como todas las teorías de origen humano, no representa una verdad absoluta.

    Quienes duden de esto simplemente repasen los libros de historia: el mundo es un espacio en permanente evolución y, dentro de ese proceso, como las olas del mar en una playa, la historia va y viene. Hoy, gracias al coronavirus estamos en la ola de vuelta al mar, en la de retroceso, lo cual nos debería inspirar para buscar una salida racional y moral a la crisis sistémica en que la pandemia nos arrojó. 

    Esa crisis es la de una teoría económica, la de mercado, que, por ahora, domina el mundo, pero que no por ello encierra una verdad absoluta. Hay alternativas más humanas y mejor adaptadas al nivel de desarrollo de los pueblos. Después de todo, si la globalización, esa “joyita” que hoy nos embriaga haciéndonos creer en fantasías económicas que solo benefician a unos pocos, no a los pueblos, no hubiera existido, el virus no habría pasado de ser un acontecimiento lejano. Salir de esto o limitar sus alcances para no ser tragados por la historia es, por lo tanto, una necesidad histórica de supervivencia. 

    El ejemplo del cual hablamos más arriba es tomado del diario New York Times de este 12 de abril. Como dijimos, la historia interesa porque seguramente reproduce la situación en nuestro país, donde innumerables empresas están pasando por las mismas circunstancias. 

    En su nota, el medio neoyorquino nos cuenta que la compañía lechera Dairymens (Hombres de tambo) de Cleveland, EE.UU., que procesaba diariamente 51.000 litros de leche, tuvo que tirarlos y dejar de comprar más porque se quedó sin su cliente principal, la cadena de cafeterías Starbucks, que se vio forzada a cerrar sus 31.256 bares café en todo el país por la epidemia. 

    El problema obviamente alcanzó al primer eslabón de la cadena productiva, el tambero. En este caso, una familia dueña de un tambo con 200 vacas, que proveía a Dairymens de unos 12.800 litros de leche diariamente y que ahora se ve obligada a tirar al lago de desperdicios del tambo, cada día, esa cantidad, al haberse quedado sin comprador y no tener suficientes tanques de refrigeración para almacenar semejante cantidad de leche. La vaca necesita ser ordeñada cada día. 

    Una historia parecida viven las plantas productoras de pollo para restaurantes. En la nota periodística se informa que la firma Sanderson Farms está destruyendo cada semana 750.000 huevos empollados a punto de reventar, porque no tendrían qué hacer con los pollos que nacieran, al haberse cerrado los restaurantes por la pandemia y quedarse sin clientes. 

    Pero, el problema de esta firma no termina ahí. Tampoco saben qué hacer con los miles de pollos vivos y ya crecidos. Ahora el destino de esas aves se define entre la eutanasia o ser donados a bancos de alimentos del personal médico de emergencia.
    El trauma causado por la pandemia en el área rural tiene otras historias parecidas. En el estado de Idaho, famoso por su producción papera sobre todo, los agricultores abrieron zanjas para enterrar 500.000 kilos de cebollas que no tienen mercado.

    En Florida, el estado proveedor de casi todos los vegetales de la mitad este de los EE.UU., los tractores están repasando con sus arados los campos de porotos y repollos listos para la cosecha, con el fin de destruir las plantas y volverlas al suelo al no tener compradores. 

    Completa este cuadro aterrador lo que informa la cooperativa lechera más grande de los EE.UU., Dairy Farmers of America, que cuenta que los tamberos norteamericanos están tirando 11,6 millones de litros de leche a la basura por día, al no poder colocarlos. 

    La pregunta obvia del lector puede ser por qué no se donan estos productos a los necesitados. La solución no es simple.Donar un producto implica cosecharlo, procesarlo, empaquetarlo y transportarlo hasta el destino de la donación, lo cual implica un gasto que el productor o procesador no está en condiciones de afrontar, debido a que perdió todo. Pero, por otro lado, suponiendo que alguien se haga cargo de esos gastos, las organizaciones sociales tampoco tienen los medios de guardar la cantidad disponible de productos perecederos que se les regala o dona. Por lo tanto, el tema es complicado.

    No es casual, entonces, como bien lo refleja el diario neoyorquino, que la destrucción de alimento fresco en un momento en que millones de personas están afectadas por haber perdido sus puestos de trabajo (casi 10 millones hasta la fecha), haya generado una distopia, es decir, una sociedad dominada por la sensación de fracaso, sufrimiento e injusticia. 

    Reflexión final

    La crisis desatada por la pandemia invita a una reflexión social e individual. Sin dudas, muchos culparán al coronavirus por este momento de estrés personal, social y económico. Sin embargo, esta diminuta y maldita criatura producto de la naturaleza no es la única culpable de la situación, sino, como lo dijimos arriba,la matriz de funcionamiento del sistema económico en el cual vivimos.

    Esta construcción teórica, identificada como política de mercado, no es creación de un virus, sino del hombre del siglo 20. 
    Uno de sus pilares más importantes lo conforma la creencia en la inmutabilidad indiscutible de sus leyes de oferta y demanda, a lo que se suma la obligación de medir costos y beneficios económicos antes de tomar una decisión en cualquier área. El problema es que, desde esta visión, las necesidades humanas y sociales, provinciales o nacionales, pasan de ser categorías humanas a ser solo categorías monetarias. Y así se tratan, dejando de lado las consideraciones éticas y morales de una decisión económica y política.

    Lo grave de esto es que,en el campo social, o sea el “mercado” desde esa perspectiva, tales estimaciones no se hacen teniendo en cuenta la necesidad natural y racional que todo ser humano o la sociedad puedan tener, sino de las necesidades artificiales que se crean en el individuo y la sociedad, para transformarla en mera consumista y generadora de ganancias. 

    El problema no termina ahí porque, además, el individuo ignora que su transformación en simple agente de consumo tiene un costo, el más común expresado en la destrucción del medio ambiente con el consiguiente estrés de la naturaleza. Justamente, si hemos de creer las explicaciones iniciales de cómo se originó la pandemia, el coronavirus apareció como producto de la invasión humana del mundo natural, del hábitat de las especies animales.Lamentablemente, al hombre se le olvidó que la naturaleza sabe cómo protegerse de sus agente destructores y con ironía: que el virus haya sido diseminado por las heces de un murciélago, representa el valor real que la naturaleza le puso a nuestros dislates. 

    Ahora bien, ¿cómo salir de la trampa económica en que estamos metidos por la santificación de la política de mercado? El tema es amplio y no cabe en estas líneas, pero ya asoma una respuesta mundial por lo menos en un tema elemental y fácil de conseguir: reforzando la producción local y quebrando la dependencia de productores foráneos o alejados en la producción de productos esenciales.

    Esto implica dejar de lado la mentalidad de que lo barato necesariamente representa la mejor opción, para adoptar en su lugar una actitud de respeto y solidaridad hacia el productor local.En el caso de Catamarca, resulta inadmisible que el suministro de hortalizas y vegetales dependa de proveedores de Cuyo, Tucumán o Salta y no de productores locales. 

    Quizás se argumente que no se puede competir en precio con los grandes productores de esas regiones. Pero, ¿cuál es el costo social de tener una familia rural de Nueva Coneta, por ejemplo, desocupada porque no puede competir con un productor de Mendoza y pidiendo subsidios de sobrevivencia al Estado?¿O se cree, acaso ingenuamente, que la desocupación y los peligros que eso implica en términos de seguridad personal y colectiva, más salud desatendida, no tienen un costo que lo pagamos entre todos?
     

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