Sentimos gran complacencia cuando recibimos la hermosa tarjeta de invitación a estos actos, porque en ella estaban reflejados los ejes motivados que sustentan, a nuestro juicios, la trascendencia y permanencia de la escuela en el medio: en primer lugar, la imagen de su fundadora, Miss Clara Jeannette Armstrong; el nombre que caracterizó siempre a la Institución: “Escuela Normal” y no un número frío que a nosotros no nos dice nada, que es solo una marca o identificación; la frase acuñada en el Centenario, hace 30 años y que preside el primer patio del edificio: “Cien años al servicio de Dios y de la Patria”, hoy reemplazada por “130 años al servicio de Dios y la Educación”; el logo que identifica a la escuela y que hoy lucimos con orgullo, como ayer, en nuestros corazones y las hermosas palabras del educador Juan Manuel Chavarría al perfilar a la ilustre maestra norteamericana. Estos detalles que alabamos y agradecemos, abren caminos de esperanza para el porvenir de la escuela, y son signos que hablan a las claras de que aquella formadora de maestras y de seres humanos no se ha perdido. Y digo esto porque en nuestro constante acercamiento en reuniones gratificantes, que gracias a Dios mantenemos, pese a las dificultades que la vida nos acarrea, seguimos creyendo en la educación superadora de crisis y angustias. Vivimos en un mundo acuciado por otros intereses que, en la mayoría de los casos, no concuerda con nuestra visión de educadores y formadores de personas. Es que al advertir cada día una educación deshumanizada, exenta de los valores fundamentales en que creímos, que bebimos de la fuente de insignes maestros y formadores de la educación de la Patria, nos conmueven los cambios y actitudes de quienes hoy están al frente de la Educación y que inciden en el futuro de nuestra juventud.
Los orígenes mismos de la educación argentina han sido tergiversados. Ya no se habla de virtudes cívicas, cristianas y familiares que cimentaron esa educación, que fue modelo en el país y que sembró de maestros el territorio nacional. Espero que no interpreten incorrectamente mis pensamientos y creo que con mis colegas, a los que represento, no estamos en contra de la nueva escuela secundaria por la tecnología, la técnica y los medios auxiliares para posicionarnos en un mundo nuevo y vertiginoso, donde a pasos acelerados los cambios se suceden. Esto es peligroso para el sistema educativo, sobre todo, cuando se trata de influir con nuevas filosofías o de contenido moral lo que ha constado construir a los largo de los años. Pero no compartimos que esa moderna tecnología y esos avances vertiginosos atenten contra una educación integral, donde el ser humano en su conjunto es el eje central en el sistema.
Por algo sigue vigente el pensamiento del ilustre sanjuanino cuando decía que había que poblar de escuelas el territorio, que el pueblo era el soberano a quien se debía instruir y formar; por algo está, gracias a Dios, el pensamiento lúcido y siempre actual de Manuel Belgrano, cuando favoreció la instalación de escuelas especiales, técnicas y de manualidades, junto a otras modalidades que forjaron la identidad del país, y en este mes en que recientemente celebramos su nacimiento y pronto, el de la creación de nuestra bandera, más que nunca debemos tener presente su pensamiento y su virtudes que debemos emular, respetar y difundir.
Belgrano difundió ampliamente su doctrina con espíritu de maestro y realizó innumerables esfuerzos en procura del establecimiento de escuelas públicas y gratuitas de primeras letras en la Capital, y la campaña o técnicas especializadas, que lo señalan como el verdadero precursor de la educación en nuestro país. En su trabajo periodístico “Educación Moral” y luego “Educación política-moral” se dirige a los jóvenes destacándoles el esplendor de un Estado, con una crecida población de “hombres industriosos y ocupados”, a los que es necesario agregársele la formación moral y cristiana de los mismos, “único molde en que se pueden vaciar los hombres grandes”.
Las escuelas normales vinieron a llenar y cumplir un papel protagónico en la educación del país. En el decreto de su creación, de mayo de 1875, en uno de sus párrafos leemos: “… la reforma operada en beneficio de la educación primaria será completa, dentro de pocos años, y al entregar a la mujer educada y moral la dirección de la escuela, el pueblo argentino podrá creer con razón que ha confiado a las madres la más augusta de las labores: la de formar el corazón y la inteligencia de las generaciones venideras”.
A ustedes, jóvenes que se educan en estas aulas, les corresponde conocer su historia, su trayectoria y los frutos que dio al país. Porque es muy cierto aquello que dice que nadie ama lo que no conoce. No solo asisten a ellos por voluntad de vuestros padres, o de ustedes mismos, sino que este edificio centenario hecho de cemento, ladrillos, que son materiales nobles, esconde en sus muros un corazón que late y palpita a través de los años. Y vienen a mi memoria esos versos memorables de la gran maestra chilena Gabriela Mistral cuando decía: “Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe, que lleve el nombre de Maestra que Tú llevaste por la Tierra, dame el amor único de mi escuela; hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Que no me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé. Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él”.
Es inexplicable, para quienes nos formamos en este modelo de educación, que las Escuelas Normales hayan ido desapareciendo del sistema educativo nacional. Somos conscientes de que era necesario el cambio ante el vaivén de los tiempos, que la educación debe marchar al ritmo y la evolución de las épocas. Sembrar de escuelas el país, como decía Sarmiento, y por eso introdujo el sistema normalista, porque consideró que era el apropiado para modelar al niño y al joven argentino. Y ellas, las escuelas normales, a lo largo del país dieron su fecunda siembra.
No hace muchos años, cuatro, para ser más precisos, creímos y tuvimos fe en que el normalismo volvía al país. Eso nos prometieron. Y confiamos en ello. Y nada de esto sucedió. Quedan, en algunas provincias que defendieron este viejo proyecto sarmientino, establecimientos que conservan su nombre original. A nosotros no nos pasó eso. Y para los que estudiamos y nos formamos en la Escuela Normal Superior “Clara J. Armstrong”, era todo un orgullo y defendíamos su nombre, sabiendo que pertenecíamos a una “escuela modelo”, a la de Miss Armstrong.
Personalmente, y pienso que sucede con muchas que pasamos por ella, hoy sentimos esa oculta llama del orgullo de habernos formado en esta escuela. Y más aún, si en nuestra vida se nos dio la gratificante tarea de enseñar, ordenar y conducir su destino, ese sentimiento se agranda y fortalece. Y hoy vemos, con enorme satisfacción, rostros queridos y entrañables con los que compartimos en esta escuela y aún están en ella. Y seguramente, nuestros hijos y nietos sabrán recoger esa fecunda siembra de los que aquí nos formamos. Insisto en el término “formamos”, porque en cada edad de nuestro paso por la escuela sentimos que fuimos creciendo en cuerpo, alma e intelecto, siguiendo sus pasos, como de toda la escuela pública argentina.
Cada proyecto educativo que se iba modificando en el país fue asimilado con seriedad y compromiso por quienes debíamos ejecutarlo. Nunca resistimos al cambio por el cambio mismo. Y a esos intentos de innovación le dimos nuestro sello propio, con estudio, seriedad y responsabilidad. Así nacieron los Bachilleratos especializados, de los que tan buenos frutos recogimos. Es enorme nuestro orgullo y satisfacción como docentes, al ver el crecimiento de las que fueron nuestras alumnas y hoy son verdaderas profesionales en las distintas ramas del saber, o excelentes amas de casa y grandes emprendedoras, que demuestran con orgullo y agradecimiento la formación que en esta casa recibieron. Y no hay mejor devolución en la tarea docente, que saber que hemos cumplido. Es que llevábamos muy adentro el sentido de vocación y servicio. Sin estos ejes motivadores, no hay verdadera educación, porque educar significa donación, entrega y fundamentalmente: amor.
Y surge incuestionablemente, y más en estos tiempos: ¿qué educación queremos para Catamarca? ¿Qué esperamos de la Nueva Ley Educativa para la provincia? ¿Qué perfiles debe tener?
Ante todo, y sobre todo, que sea eminentemente humana y cristiana, que respete y haga respetar los mínimos códigos de respeto por la dignidad del hombre, que haga conocer a nuestros alumnos y a la comunidad toda, los grandes valores que tenemos en nuestra historia, en las letras, en la tradición de nuestro pueblo, en el conocimiento de hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí para su engrandecimiento y desarrollo. Una educación que contemple las virtudes morales y familiares que nos distinguieron siempre, que erradique la violencia, en nombre de la paz, que haga de nuestros hijos ciudadanos nobles y servidores de la Patria. Que crezca en sus ánimos el amor por la justicia y la verdad, por el enriquecimiento en sus estudios y que sean dignos continuadores de aquellos ilustres que cimentaron nuestra patria chica. Y, en verdad, tenemos mucho para respetarlos, conocerlos y adquirir sus saberes. No olvidar nuestras tradiciones, porque los pueblos que las olvidan o reniegan de ellas, van contra la historia y la cultura que les dio origen.
Vaya nuestro sentimiento nostálgico para aquellos que ya no están a nuestro lado y que, en las distintas tareas que les tocó realizar en esta escuela dejaron lo mejor de sí con entrega y sacrifico, con fe y con amor.
Querida Escuela Normal: nuestro pasado se remonta a la imagen del inolvidable guardapolvo blanco, con la insignia en el pecho. Sé que muchas de ustedes aún conservan en un rincón de su casa o corazón el último delantal de secundaria, lleno de firmas y cariñosos saludos, con curiosos apodos y frases elocuentes de amistad y cariño, esa unidad entrañable que perdura con los años. Sé que el paso del tiempo no ha borrado de vuestras mentes la imagen de un docente preferido, temido y respetado; que la disciplina en que la escuela las formó les sirvió de conducta para la vida y la educación de vuestros hijos. Que hubo ratos felices y amargos en la edad juvenil, éxitos y fracasos, pero la vida es eso y, a cada instante, debemos templar el corazón, reunir fuerzas y seguir adelante. No olvidemos que nuestro país se formó en base al heroísmo, al renunciamiento, cuando fue necesario, pero nunca en la cobardía y la debilidad ante los poderosos. Eso necesitamos conservar desde el lugar que ocupemos en la sociedad y nuestros hijos se sentirán orgullosos de ello. Y sobre todo, debemos dejarle a nuestra juventud, modelos de vida coherentes y sinceros, nobles y austeros, que nos dignifiquen como seres humanos.
Y para finalizar, recordemos, sin olvidar a los demás que pasaron por esta escuela, el nombre de dos ilustres maestras que llevaron con orgullo su título de tal por los pueblos de nuestra provincia:
María Emilia Azar decía, cuando la recordaba:
“Buenos días campana
Cierro los ojos
para escuchar que llamas.
…¡Y cómo nos llenaba de alegría
su bronce gris que se hizo timbre
sin lengua!
…Y Miss Armstrong sonríe
desde su cuadro, joven
como a los ojos de Sarmiento
el día que dejaba Norteamérica”.
O a Francisca Granero de García, la querida Paquita, que nos decía:
“Maestra
que junto a mi niña
te olvidas de todo
lo ruin y egoísta
que ensucia este mundo,
y modeles su alma
-fuente de tenura-,
con amor de madre,
con pasión de artista”.
Señoras, señores, jóvenes, solo deseamos que en este día de júbilo, en estos jóvenes 130 años de nuestra querida escuela, que vuelva a resonar, como antes, como siempre, con todo nuestro orgullo, el bendito nombre de “Maestras”, que supimos llevar. Paz y felicidad para todos”.