domingo 17 de marzo de 2024
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El Templo franciscano celebró los 195 años del natalicio de Esquiú

Por Redacción El Ancasti

Durante la tarde del martes 11 de mayo, en la casa donde el fraile Mamerto Esquiú diera sus primeros pasos como novicio, se celebró con gozo los 195 años de su natalicio, en este tiempo de preparación para vivir la ceremonia de beatificación, a realizarse el próximo 4 de septiembre.

El Templo de  la comunidad franciscana en Catamarca se vistió de fiesta para homenajear al amado fraile. Tal como establecen los protocolos por Covid-19, los fieles se hicieron presentes para tributarle honores en esta fecha tan especial.

La Santa Misa fue presidida por fray Pablo Reartes y concelebrada por el Guardián del Convento, fray Eligio Bazán, acompañados por fray Raúl Orlando Piazza.

En su homilía fray Pablo Reartes enalteció las virtudes de fray Mamerto Esquiú, destacando su humildad, como el camino de santidad que transitó toda su vida desde pequeño. Y rescató sus propias palabras: “Sólo alguien consciente de su minoridad ante Dios y ante los demás, puede expresar esta bella palabra: ´Como es verdad que a los que nos falta el amor, ¡nos falta igualmente la inteligencia de las cosas más sencillas de la vida espiritual! El Señor me haga humilde y me conceda la gracia de que yo reciba como de sus santísimas manos esta contradicción a mi propia voluntad´”.

También destacó el apego del Venerable Siervo de Dios a cumplir la voluntad de Dios, su devoción a la Eucaristía, a San José y a la Virgen del Valle.

En otro tramo de la predicación, recordó el paso del fraile catamarqueño por Tierra Santa con estas palabras: “Cuando veo las cúpulas y murallas de Jerusalén, pido que pare el carricoche, ya en las calles de esa nueva población, me bajo y beso la misteriosa tierra que por un inmenso beneficio de la divina Misericordia recibe a un gran pecado”.

“Cierto sacerdote español -continuó fray Reartes- muy devoto, impresionado por la sabiduría y santidad del Padre Esquiú, al observarlo corriendo diariamente la Vía Dolorosa, la calle de la Amargura, diciendo Misa en la Iglesia de Getsemaní y predicando sin cesar a los peregrinos de lengua española, lleno de piedad, se le acercó y le dijo: «Enseñadme, hermano, alguna oración digna de Jesucristo, para rezarlo en el Santo Sepulcro». Y el Padre Esquiú le contestó: ‘¡No sé ninguna hermano! Yo no encuentro palabras ni formas para dirigirme a Él. Cuando me arrodillo en su sepulcro, sólo sé llorar!’”.

Sobre la santidad, expresó que “para fray Mamerto, la santidad no fue una aventura. Buscó ser santo en la vida cotidiana. Construyó su vida en santidad, sobre la roca firme de Jesucristo, el Señor”, y compartió el pensamiento de Esquiú: “Trabajemos y creamos que nada somos ni podemos sin Dios. Los santos que con el espíritu y el corazón tenían esta verdad firmísimamente, siendo humildes como la nada, ¡cuántas trazas y medios y diligencias empleaban para adelantar en la perfección y vencer las tentaciones! La grandeza de un santo no es de compararse con nada en este mundo. Los santos me enseñan que allí, en el Corazón de Jesús, está el remedio de mis incurables males”.

Finalmente, Reartes hizo alusión a la importancia que tenía para fray Mamerto la Virgen del Valle, comentando que “en su quinto sermón del 24 de septiembre de 1875 sobre la Reforma de la Constitución Provincial de Catamarca, titulado: Omnia in ipso constant, escribía: ‘Desde su misma cuna, el pueblo catamarqueño ha estado bajo la guarda de la Inmaculada Concepción, sensibilizada en esta imagen sagrada que lleva el dulce y hermoso nombre de Virgen del Valle. Ésta fue para Catamarca el objeto de su fe y de su amor; repetidas veces fue jurada patrona de la Capital y provincia; y a través de tantos trastornos como se han sucedido de medio siglo a esta parte, ese amor aún subsiste, nuestra devoción y confianza en la Inmaculada Madre de Dios no han desmayado, y mucho menos su bondad y misericordia con nosotros. Hoy, pues, que se trata de un acto tan importante de la vida de este pueblo, os invito, señores, a que renovemos nuestro antiguo juramento de fe y amor a la Virgen del Valle, a que invoquemos su protección y la confesemos llena de gracia como es…’.

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