Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, a su modo,
es La Gioconda. Un
monumento universal que, como las estatuas de los próceres, recibe
candorosamente la peluca, los bigotes o los grafitis vandálicos. Son meras
cosquillas: nada puede bajar a ese jinete del trono del consenso.
Sin embargo, durante
las semanas inmediatamente posteriores a su publicación, Sgt. Pepper's provocó
emociones mezcladas. En medio de una invasiva campaña publicitaria, la prensa
más hip saludó su edición como una victoria aplastante y, al
otro lado del Atlántico, la cofradía de la costa oeste lo escuchó con
"veneración religiosa". Pero, como recoge Norberto Cambiasso en su
libro Vendiendo Inglaterra por una libra, también generó una ola de
perplejidad. "La obsesión con la producción, acoplada a la calidad
sorprendentemente mediocre en la composición, permea todo el álbum -decía el
crítico Richard Goldstein en The New York Times-. No hay nada hermoso en Sargent
Pepper's. Por primera vez Los Beatles nos han dado un paquete de efectos
especiales, deslumbrante, pero en definitiva fraudulento? En Revolver encontraba
una complejidad que me dejaba estupefacto en su sobrecogimiento, su innovación
y su empatía. Pero en Sgt. Pepper's siento una nueva
distancia, un sarcasmo que se camufla en pura actitud?"
Distancia, sarcasmo,
actitud. De acuerdo con la perspectiva, las palabras de Goldstein no
necesariamente eran valores negativos. El disco, en efecto, comenzaba poniendo
distancia: Los Beatles interpretaban a la Sgt. Pepper's Lonely Hearts
Club Band y Ringo, como una suerte de maestro de ceremonias, se ponía
los zapatos de Billy Shears. Si con Revolver habían cruzado
una frontera -ya no eran una banda de performance: eran un grupo de estudios-,
con Sgt. Pepper's saltaban incluso los decorados de la música.
Los Beatles dejaban de ser una banda -o sólo una banda- para transformarse en
un concepto.
Esa distancia teatral
les permitió usar la música como forma de la ironía, pero también de la
evocación. George Martin, que venía de producir discos de comedia junto con
Peter Sellers y otras estrellas del firmamento de la BBC, dio un paso al frente
para redondear la fanfarria de apertura, el music hall de "When I'm Sixty
Four" y el carrusel de "Being for the Benefit of Mr. Kite". El
disco -como era obvio- celebraba la psicodelia, pero también -menos obvio-
algunos valores de la tradición británica. "She's Leaving Home",
capaz de enternecer a Borges y a la cúpula revolucionaria de los Panteras
Negras, era empática con la fugitiva y con sus padres.
Los Beatles, como
señala Diego Fischerman, eran "un fenómeno anfibio". George Harrison
ponía sobre la mesa sus rudimentos del zen y Paul McCartney seguía de cerca las
novedades del floreciente underground londinense (leía The
International Times y sabía perfectamente quién era Syd Barret). Lennon, que
más tarde renegó públicamente del costado "conceptual" de los Beatles,
era todo menos ajeno al arte pop y la avant-garde. Después de todo,
ya estaba de novio con una muchacha que no sólo había sido parte de Fluxus,
sino también discípulo de John Cage y La Monte Young.
La onda expansiva hizo
estragos. En un puñado de meses, Sgt. Pepper's ya tenía sus
homenajes y sus sátiras (Jimi Hendrix hizo una versión del tema de apertura,
Frank Zappa remedó la portada) y los discos nuevos de los Stones, The Who, The
Zombies, Pretty Things o Small Faces acusaron recibo de sus enseñanzas. Por un
lado, la tradición no necesariamente es un museo. Por otro, el LP puede ser más
que una colección de singles: es un escenario donde las máscaras, como anticipó
Oscar Wilde, dicen la verdad. En ese sentido, y acaso en contra de la creencia
más extendida, Sgt. Pepper's fue tan importante para el glam
como para el rock progresivo.
Pero, parafraseando a
Pipo Lernoud, el disco fertilizó el planeta. En nuestro país se editó en agosto
y, sólo en Buenos Aires, vendió cuarenta mil ejemplares en quince días. Los
muchachos de La Cueva sintonizaron la frecuencia al mismo tiempo que los
pioneros del Di Tella. Esa alquimia posibilitó el nacimiento de Mandioca y
Almendra: ergo, el rock argentino. En el Uruguay, El Kinto comenzó a trabajar
la idea del candombe beat y Los Shakers editaron La conferencia
secreta del Toto's Bar. Unos kilómetros más hacia el Norte, Caetano Veloso,
Gilberto Gil y Os Mutantes mezclaron el manifiesto antropofágico de Oswald de
Andrade, el samba, la poesía concreta y la macumba para tramar la conspiración
tropicalista: una cepa nueva de esa misma uva. "Lo más importante no era
tratar de reproducir los procedimientos musicales del grupo inglés, sino su
actitud ante el sentido de la música popular como fenómeno -dice Caetano Veloso
en Verdad tropical-. Partiríamos de los elementos de los que
disponíamos, no del intento de querer sonar como los cuatro ingleses."
Los Beatles, que eran
el núcleo indivisible del pop, habían modificado su composición molecular.
Abrieron la cadena de ADN y, entre los pliegues del rhythm and blues, el folk y
las canciones adolescentes, metieron una bomba. La explosión dejó saldos
positivos y negativos. Cuando bajó la humareda, teníamos una banda desmembrada
(el Álbum Blanco, su siguiente LP, fue la prueba) y el brillo
palpitante de un planeta nuevo.
La tapa, en ese
sentido, es el aleph de la contracultura: a través del ojo de su cerradura
podemos espiar el universo alternativo concentrado dentro de una nuez. Desde la
ciencia ficción (H.G. Wells) hasta la izquierda política (Karl Marx), pasando
por la comedia ácida (Lenny Bruce), el psicoanálisis de avanzada (Carl Gustav
Jung), el Nuevo Periodismo (Terry Southern), los exploradores de la superficie
del planeta (Livinsgtone) y los abismos de la conciencia (Burroughs. Huxley).
Desde el esoterismo (Aleister Crowley) hasta las divas del póster (Marlene
Dietrich, Marilyn Monroe), pasando por la literatura prepsicodélica (Carroll,
Dylan Thomas), los héroes de la desobediencia civil (Gandhi), el humor gráfico
(Aubrey Beardsley), los abanderados rebeldes de la música popular (Bob Dylan) y
la académica (Karlheinz Stockhausen). En el centro, claro, los propios Beatles:
antes y después de la detonación.
Sgt. Pepper's, con ese gesto, había puesto en marcha el
procedimiento inverso de Duchamp y su mingitorio: en lugar de introducir la
vida cotidiana en el mundo del arte, metió el arte en la vida cotidiana.
¡Voilá!
La revolución musical
por dentro
La reedición
Más que una manzana
(el ícono representativo de su Apple Corp.), The Beatles parece una naranja de
la que se sigue exprimiendo año tras año. Ahora es el turno de una nueva
reedición de Sgt. Pepper's, que incluye un segundo CD con tomas alternativas de
las canciones (en su mayoría primeras tomas, mucho más despojadas, que
demuestran el extenso y obsesivo proceso por el que atravesaron John, Paul,
George, Ringo y el mismo George Martin para crear esta obra), bajo la atenta
dirección de Giles Martin, el hijo del productor y quinto beatle honorífico.
El documental
Para continuar con las
celebraciones por el 50° aniversario del álbum, este sábado, a las 20,
OnDirectv pondrá en su pantalla (canal 201) el documental Sgt. Pepper's Musical
Revolution, con la conducción del compositor Howard Goodall, y en el que se
examina el legado musical y cultural de este puñado de canciones.