jueves 23 de enero de 2025
Editorial

Un proceso complejo

Un grupo de padres realizó ayer una sentada pacífica frente a Casa de Gobierno, en avenida Presidente Castillo, para apoyar y dar visibilidad pública a la lucha que viene librando la madre de un niño con autismo. Según la mujer, su hijo sufre discriminación por su condición en una escuela privada del medio. Dijo, además, que ya presentó numerosas notas denunciando el hecho y videos como prueba de lo que ocurre.

Paralelamente, se conoció también que el arquero del club Independiente de Avellaneda, Rodrigo Rey, se quejó a través de sus redes sociales de que el colegio al que va su hijo con autismo le negó la renovación de la matrícula. Y atribuye el hecho a una represalia a una crítica suya a la falta de inclusión del niño por parte de la institución escolar.

Sin entrar en consideraciones respecto de ambos casos, resultan de todos modos útiles para reflexionar sobre la necesidad de inclusión de los chicos con alguna discapacidad o tienen alguna condición del espectro autista en las escuelas comunes, y al mismo tiempo respecto de las dificultades que tienen los docentes para llevar a cabo la tarea integradora, que exige de una serie de conocimientos pero también de templanza y herramientas didácticas que no siempre están disponibles.

La Educación Especial en la Argentina adquirió rango institucional en 1949, cuando se creó la Dirección Nacional de Educación Especial. Pero el concepto ha ido reinterpretándose a la luz de nuevas corrientes pedagógicas y en las últimas décadas, a diferencia de lo que ocurría hace un siglo, las personas con discapacidad son consideradas sujetos de derechos.

La segregación de los alumnos “especiales” fue de a poco cediendo su lugar a un proceso de integración en escuelas comunes, primero, y luego de inclusión, que es un paso más en el proceso. Como ya se dijo en este mismo espacio editorial en otra oportunidad, mientras la integración promueve que los chicos con alguna discapacidad vayan a escuelas comunes pero con actividades propias y diferenciadas del resto, la inclusión procura que todos compartan el mismo ámbito. La educación inclusiva, sostienen los expertos, tiene un doble beneficio: para los alumnos especiales, en los que también se incluyen a las que tienen alguna condición del espectro autista, que dejan de sufrir exclusión y discriminación negativa, pero también para el resto de los estudiantes, que aprenden pautas de conductas relacionadas con la tolerancia, la comprensión y la empatía.

Pero, como se dijo, no siempre están dadas las condiciones ideales para ese proceso de integración. Tal vez muchos de los conflictos que surgen en este camino de la inclusión puedan resolverse con diálogo e intercambio de puntos de vista. Mas es imprescindible, al mismo tiempo, que las escuelas y los docentes dispongan de la capacitación, los recursos y las herramientas para poder llevar a cabo ese proceso. El voluntarismo, en la mayoría de los casos, no conduce a las soluciones adecuadas.

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