El vertiginoso avance de la tecnología ha forzado una competencia entre los expertos en seguridad informática y los ciberdelincuentes. Los que procuran, a través de herramientas cada vez más sofisticadas, cometer estafas virtuales y otros hechos delictivos de esa índole, son repelidos, no siempre con éxito, por los estrategas de sistemas de seguridad.
Los ciberdelitos son cada vez más frecuentes. En la Argentina han crecido un 23% respecto de un año atrás, lo que implica un promedio de 2.052 ciberataques exitosos por semana, pero los intentos se cuentan en cientos de miles en ese lapso. Según un informe de la OEA, nuestro país es uno de los que tiene mayor tasa de criminalidad cibernética del continente.
A veces los ciberdelitos son facilitados por la ingenuidad de las víctimas, que caen en las redes de los estafadores y logran apoderarse de información clave para la usurpación de identidad, pero cada vez más son cometidos sin que las personas perjudicadas tengan responsabilidad alguna, lo que crea una angustiante sensación de vulnerabilidad.
El phishing es un conjunto de técnicas que persiguen el engaño a una víctima ganándose su confianza, haciéndose pasar por una persona, empresa o servicio de confianza, para manipularla y hacer que realice acciones que no debería realizar. En estos casos apela a la ingenuidad de las víctimas y es, si se implementan campañas eficaces de concientización, más fácil de prevenir.
Hay otros ciberdelitos que no requieren de la participación directa de la víctima aportando datos a personas desconocidas. El carding, por ejemplo, consiste en un copiado de las tarjetas de crédito de la víctima para realizar posteriormente una adquisición de bienes con éstas. Se logran a veces mediante un software específico que genera algoritmos para obtener números de tarjetas y sus códigos de seguridad.
La propagación de virus informáticos espías para acceder a datos personales es otra estrategia de los ciberdelincuentes que no requiere de una participación activa de las víctimas. Así se acceden a datos de cuentas bancarias o billeteras virtuales o contraseñas y códigos de seguridad que les permiten vaciar cuentas o pedir créditos.
Lo cierto es que las modalidades delictivas virtuales crecen en cantidad de casos y en la complejidad de sus métodos. Exige, para repelerla, estrategias de ciberseguridad que no siempre se configuran al ritmo que evoluciona el delito. Diversos informes sobre la problemática admiten que a nivel global se necesitarían alrededor de tres millones de profesionales más que los ya existentes que trabajen en ciberseguridad. En Argentina el personal especializado debería aumentar en un 145% para cubrir la demanda.
La prevención de las estafas virtuales exige, por lo tanto, de un mayor número de profesionales abocados de un modo permanente a estas tareas, pero también de campañas de concientización respecto de qué deben hacer y de qué no deben hacer- las personas comunes para evitar caer en las garras de estos ciberdelincuentes.