Luis
Caputo. Como ministro de Macri y de Milei apuesta a
lo mismo: usar al dólar como ancla antiinflacionaria.
La primera medida económica de fondo que tomó el gobierno de Javier Milei apenas asumió fue una megadevaluación que hizo incrementar la cotización del dólar, respecto del peso, un 118%. La decisión, que además era reclamada por el Fondo Monetario Internacional como condición necesaria para que la economía argentina recuperara competitividad, trajo aparejado previsiblemente un impactante aumento de la pobreza y la indigencia, la caída de la actividad económica y del consumo, y una pérdida notable del poder adquisitivo de los salarios.
Hoy, casi un año después, la relación dólar-peso está a los mismos niveles de diciembre de 2023, pero las secuelas de aquella megadevaluación no han desaparecido: la pobreza está alrededor de 10 puntos porcentuales más altas que en diciembre de 2023, el consumo sigue por el piso y la actividad económica no termina de recuperarse. De hecho, finalizará 2024 con una caída del 3% o más respecto del año pasado.
Un informe reciente de la consultora 1816 en base a estadísticas del Banco Central señala que, en los últimos 30 años, hubo cuatro momentos en los que el tipo de cambio real estuvo tan bajo como el actual: al final de la Convertibilidad; al final del mandato de Cristina Kirchner; en 2017, durante el gobierno de Mauricio Macri; y en los últimos meses de la gestión de Alberto Fernández. Después de esos momentos clave, se produjeron devaluaciones con fuerte gravitación negativa en la economía argentina.
Es que el dólar barato y sin modificaciones en su cotización es una tentación para las gestiones presidenciales, porque garantiza gobernabilidad de corto plazo y otorga la sensación de que la economía va por el buen camino. Pero estos “veranitos financieros” no pueden durar mucho tiempo, porque generan problemas de competitividad para muchos sectores y de sustentabilidad del programa económico en general. Por eso algunos economistas hablan de “populismo cambiario”, como por ejemplo el brasileño Luis Carlos Besser-Pereira, que en diciembre de 2017 cuestionó al gobierno de Mauricio Macri por usar al dólar como ancla antiinflacionaria, generando las condiciones para déficits prolongados en el comercio exterior y en las transacciones corrientes con el resto del mundo. Unos meses después, el plan económico de Luis Caputo, entonces ministro de Macri, estallaba por los aires.
La apreciación del peso provoca que la Argentina sea un país muy caro en dólares. La primera y evidente consecuencia se observa en la actividad turística. Cada vez son más los argentinos que viajan al exterior y cada vez menos los turistas extranjeros que llegan al país. Son muchos más, por lo tanto, los dólares que se van de la Argentina que los que entran.
La brecha también impacta en la balanza de cambio. Crecen las importaciones (los productos de otros países son relativamente cada vez más baratos) y se estancan las exportaciones. Por ejemplo, la importación de carne porcina aumentó 477% interanual, sobre todo de Brasil. De modo que el actual tipo de cambio tiene evidentes perjuicios tanto para la industria como para el campo argentino.
De persistir este tipo de cambio con fuerte apreciación del peso, se incrementa la posibilidad de que empresas localizadas en la Argentina migren hacia otros países. Este fenómeno se registró con mucha fuerza en los últimos años de la Convertibilidad, cuando decenas de grandes empresas, fundamentalmente vinculadas a la industria automotriz, se mudaron a Brasil, donde tenían mayor competitividad. Hoy, como en aquella época, Argentina tenía dólar barato y Brasil devaluaba.
En este contexto, otra alternativa para las empresas nacionales ligadas a la industria es convertirse en meros importadores. Esta conversión es un buen negocio para las firmas, pero una mala noticia para los trabajadores, porque una importadora funciona con mucho menos empleados que una fábrica.
Las oscilaciones entre devaluaciones bruscas e igualmente bruscas apreciaciones del peso, son una marca registrada en la economía argentina, y producen permanentes inestabilidades que restringen el crecimiento sustentable y las posibilidades de desarrollo estratégico.