sábado 7 de diciembre de 2024
El mirador político

La reacción del centro

El lanzamiento de las operaciones libertarias para capilarizar La Libertad Avanza hacia el interior, el fracaso del radicalismo porteño en su incursión para tomar el Comité de la Provincia de Buenos Aires y la interna entre Cristina Fernández de Kirchner y el eje Ricardo Quintela-Axel Kicillof por la presidencia del Partido Justicialista, responden a un mismo estímulo: la dirigencia del área metropolitana intenta recuperar el control de la estructura política nacional perdido con el sorpresivo ascenso de Javier Milei a la Presidencia.

Esta pretensión entra en conflicto con la reticencia de los liderazgos provinciales que consiguieron sostenerse o emergieron del trauma libertario y encontraron en la fragilidad institucional de Milei espacio para ganar autonomía y maniobrar en función de sus propias aspiraciones e intereses. Este movimiento es heterogéneo solo en apariencia. Lo articulan incipientes pero nítidas tendencias a la regionalización en torno a vectores ajenos a lo ideológico, como las que protagonizan las provincias mineras y petroleras en el norte y la Patagonia.

Es que Milei es producto del hartazgo con una “casta” que fue progresivamente enajenándose de la demanda social, pero también y quizás más, del colapso del régimen metropolitano que orientó el país desde la crisis de 2001.

La incertidumbre que signa la escena es producto de ese colapso: un orden estalló, el que lo suplantará está en construcción.

A medida que se aproximan, las elecciones legislativas de medio término hacen más evidente lo que dejó el tsunami libertario. No existe poder con consistencia suficiente para articular un proyecto de poder de alcance federal. La fragmentación opositora engrana con la exigüidad de la representación parlamentaria oficialista en un equilibrio precario, pero funcional a la Casa Rosada.

Vetos en pugna

En ese proceso, hay dos poderes de veto en permanente puja: el del Poder Ejecutivo y el de un Congreso que refleja la balcanización general.

Prevalecer con su veto a la movilidad jubilatoria y el financiamiento educativo le demandó a Milei un costo altísimo. Alianzas coyunturales e inestables le permitieron alcanzar el número indispensable para impedir que sus antagonistas obtengan los dos tercios para insistir con leyes sancionadas en acuerdos también circunstanciales, pero que incuban un riesgo siempre latente para el Ejecutivo.

Los dirigentes de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense buscan tomar el mando de los aparatos partidarios para incidir sobre la conformación de las listas de candidatos al Congreso el año que viene, sumar brazos incondicionales y empoderarse de cara al segundo tramo del mandato de Milei.

Intentan revertir la fragmentación, lo cual podría considerarse virtuoso si no fuera porque lo hacen en función de sus proyectos y desde sus perspectivasparticulares,en las que el interior es mero apéndice de sus apetencias. Acaudillan una restauración metropolitana frente a la que los caciques del interior se rebelan.

En lo medular, se trata de una pelea por el poder de veto del Congreso en el precario orden libertario, que implica robustecer posiciones en la relación con la Casa Rosada. Los metropolitanos, cualquiera sea su filiación, pretenden arrastrar al interior sin beneficio de inventario.

El fracaso de Lousteau

La elección del año que viene es nacional solo en el nombre en este contexto. Los ingredientes locales gravitarán más que nunca. Cada provincia elige sus propios diputados, ocho elegirán además senadores. Los cacicazgos provinciales serán determinantes en la confección de la oferta electoral.

Lo de Milei es obvio. Extender los tentáculos de La Libertad Avanza le sirve para promover el ingreso de tropa propia en el Congreso y, en el mejor de los casos, prescindir las trabajosas tratativas que debe transitar para neutralizar el poder de veto parlamentario. O sea: cristalizar al menos el tercio alcanzado hasta ahora con alto estrés institucional.

Martín Menem llegó a Catamarca el viernes con el mensaje. Las alianzas deben ser por afinidad ideológica, bajo un concepto sanitario general: es necesario curar a la sociedad del socialismo que la infecta.

Una semana después de la misa de Parque Lezama en la que Milei ungió a su hermana Karina como armadora general, se produjo la controvertida interna por la conducción del radicalismo bonarerense.

El senador nacional Martín Lousteau y Emiliano Yacobitti, radicales porteños, perdieron con el diputado nacional Pablo Domenichini frente a la lista promovida por el actual titular del Comité, Maximiliano Abad. Lo que quería Lousteau era el poder para conformar la lista de candidatos bonaerenses al Congreso y la política de alianzas de la UCR en el distrito más populoso del país y así abonar su carrera presidencial. Fracasó y quedó en una posición incómoda ante el resto del ecosistema boinablanca, más que nada ante gobernadores como el mendocino Alfredo Cornejo, el santafesino Maximiliano Pullaro, el correntino Gustavo Valdés o el chaqueño Leandro Zdero. Como los radicales de Buenos Aires, ningún gobernador será proclive a compartir la lapicera con Lousteau y sus auspiciantes. ¿Cómo le iría en Córdoba?

¿Tu quoque, fili?

Por el cachete peronista, Cristina Kirchner protagoniza un drama de ribetes shakespeareanos. En la reyerta por el control del peronismo bonaerense, se vio obligada a laudar en favor de su hijo biológico Máximo, líder de La Cámpora, en contra de su hijo adoptivo, el gobernador Axel Kicillof.

Que CFK haya tenido que descender a pelear por el sello del PJ nacional contra el riojano Ricardo Quintela es un indicador del grado de su retroceso político. Detrás de Quintela, o junto a él, está Kicillof.

El litigio justicialista es casi un juicio sucesorio. Dos hermanos se disputan la herencia kirchnerista, bastante devaluada tras el experimento de tercerización con Alberto Fernández. La genética falló. Máximo no pudo disciplinar a Kicillof y empujó a su madre a la pelea por el sello. M’ijo querido: los genes de dos presidentes y no puede cortar el cordón umbilical.

En el acto por el 17 de octubre, Día de la Lealtad, Kicillof ofreció un gajo de olivo y se deshizo en elogios a su madre adoptiva, pero fue inútil. Cristina le respondió al día siguiente, implacable: “Judas”.

¿Tu quoque, fili? La líder siente el respaldo de Kicillof a Quintela como un puñal filicida.

También ella quiere digitar las listas de candidatos al Congreso en la mayor parte de las provincias del país posible, retener o ampliar su cuota parte en el poder de veto parlamentario para la segunda etapa libertaria. El “operativo clamor” que lanzaron sus acólitos fue respondido por la sordina de la indiferencia y el inesperado empoderamiento de Quintela afirmado en el estribo del kicillofismo.

Todos traidores, gobernadores incluidos, menos ella y su feligresía. Es la estribación más dramática del proceso que se inició con la muerte de Néstor Kirchner, cuando se encapsuló en La Cámpora, se radicalizó y comenzó a expulsar peronistas, para pasar de líder de un movimiento a jefa de una facción.

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