Escritores catamarqueños por autores catamarqueños
La poesía de Migó Garriga, ecos de una plegaria profana
Alfredo Luna
Se sabe que comentar un poemario es imaginar sobre él luminosidades que, de otra manera, no sabríamos nombrar. Por esa sostenida complejidad no es mi propósito realizar una “reflexión geométrica” (el adjetivo fue utilizado por Gastón Bachelard), ni siquiera antropocósmico, sino acompañar la imaginación poética del autor de estos textos.
La exégesis de un texto poético es una espiral semiótica que intenta decir de otra manera algo que jamás se ha dicho, porque la poesía no dice: sugiere, señala, deja indicios para tentar una huella. También se sabe que el poema es una patria inestable, una música tan leve como espesa. Otras veces, es un grito negro para ver cómo retumba la sangre. Por eso, cuando la noche sube a lo oscuro y da vueltas,”…uno se extrae todas las estrellas con las uñas…” dice el poeta A. Migó Garriga en “Poesía Reunida”, y prueba, desde su vibración más íntima, una suerte de camino al que nos invita a transitar la voz poética que se avienta en cada texto y lanza rastros.
Esas formas otras de construir epistemes, esa potestad que yace en la poesía para acceder al silencio y la muerte y que, en algunos momentos se materializa en ecos que reverberan en “Herido / pájaro sin voz, / plumaje desgarrado /metáforas ándidas / filosas aristas rasgan las luminiscentes noches; /…”. Una forma de conciencia a partir de las huellas de lo real en un mundo que siempre será más amplio en la palabra como meditación, como observación de un jardín aéreo donde planea el ave majestuosa.
Esta experiencia lírica es como si la voz poética le dijera a su otredad lectora que devenimos más adelante todos, que escribir poesía es una constante aventura del lenguaje, la consagración de las resonancias y la incertidumbre que se tiene al habitar un mismo aliento: el silencio como forma total de expresión; es una invitación, además de una advertencia; porque desde este instante sabemos que la voz poética es una búsqueda de la “incertidumbre del paisaje”, en tanto certeza líquida sobre la que construir su propia palabra. El poema nos empuja a los laberintos de la significación donde el no decir aguarda resonando el inicio, lo poético. Por esto, “la economía del lenguaje es más que un recurso y se establece como episteme, y la imagen, más que punto de encuentro, se vuelve sentimiento que estructura la porción de realidad que necesita expresarse objetivamente por medio de las palabras y los vínculos que inauguran”, dijo Amado Alonso.
Así, el texto pretende establecer un lugar desde lo iniciático en una aventura espiritual a partir de la distancia que se asume como ejercicio vital para entender la otredad; ese salto hacia dentro de sí.
En la primera serie de poemas, “Del polen humano”, se trata de un modo de historizar, desde el polen original, el mundo del habitante andino; hay en esta “narrativa” una fuerte carga erótica: el polen no es en sí mismo un gameto masculino; en el “polen humano” se expresa como material genético del poema: “…unido al lodo que formó la sangra y el / soplo vivificante que liga y latiga sus propias ligaduras. / …”. “El polen de América, ese milagroso mineral que crece/ en la entraña de los cóndores. /…/. De este amasijo de polen y lodo surge el género humano.
Las texturas desbordan sensualidad expresada en la danza aérea que convoca la ceremonia de seducción y conquista que antecede al apareo, como en las aguas de un río, sin pedir, sin esperar.
A la depuración del lenguaje, uno de los rasgos esenciales de esta colección, debe añadírsele el novedoso uso de sintagmas cultos, por ejemplo, “rémige”, rútila”, “sizigia” entre otros; además del uso de verbos acompañados por pronombre enclítico nos conduce a una serie de imágenes limpias y a un juego con la sintaxis, para abrir resonancias y significantes nuevos a partir del quiebre rítmico con el uso del verbo comandando lo impersonal. No obstante, la prosa poética de las series “Cuéntame Kuntur aquel horizonte criollo” o “Cántame Kuntur de la epopeya libertaria” hay un decir mucho con poco, es apelar a la sorpresa, a lo inesperado, organizando nuevas figuras rítmicas que no renuncian a la economía y el poder de condensar una línea versal, nos conmina a repensar lo que venía reposicionándonos desde nuestra esfera de lectores sacudidos por el cambio brusco, valiente y sostenido.
Las representaciones en torno a las aves desde la antigüedad permiten comprender su simbolismo alegórico y encriptado y ver la transformación de los halcones hasta llegar, más cerca en el tiempo, desde el cristianismo a la imagen de la paloma y, por extensión, al Espíritu Santo. Así, los egipcios observaron que, para caracterizar el cielo (y el poder), nada mejor que la figura de un ave rapaz que volara alto y majestuosa; en nuestro caso puede ser homologado, de alguna manera, a nuestro cóndor, “Fecundado por el fluido resplandor fulgurante, el silencio magnificante/…”.
Sin eludir su responsabilidad política en tanto ser humano situado, desde lo hondo y a modo de denuncia, la voz poética expone con estremecedora empatía, el documento que ordena el exterminio de estas aves. A mi juicio, aquí se concentra el más alto desasosiego de todo el libro: “Érase el silencio en la extensión. En las profundidades/ el silencio era. El silencio siempre. Siempre el silencio. /…”.
En la serie “Carta a mi ciudad”, desde el “Abrazo azul” invoca a esa “…muchacha violada / que con su embarazo de siglos / no ha podido parir / aún /sus joyerías…”.
En “verás Catamarca” nos remite a esa misma violencia que hoy se comete contra otros pueblos originarios. Luego, en el mismo poema la voz lejana que surge entre las brumas de la Historia, se actualiza como escenario del presente: “…verás cómo los hermanos de los surcos / desvirgan (otra vez la violencia) terrones con las uñas/ sembrando oro / y cosechando lágrimas de ocasos. Y puños de altas cumbres / denuncian / su fértil vientre maternal. / …”. Finalmente “…sabrás / que desde el cóndor/ se anuncian / purísimas / alboradas de esperanzas.” Feliz analogía con la mítica paloma mensajera portadora de la Buena Nueva. Del paisaje que atraviesa el ave, más adelante dirá: “La sequía cubre las comarcana latitudes, / estallan agrietados /los labios paridos de la tierra /…).
La dicotomía esencial, la dualidad que define la episteme que somos, el mundo, las ideas, lo real y lo ajeno, la razón cartesiana y lo que felizmente nos excede, están aquí en irrevocable presencia. Intuyo que no se trata solamente de narrar el vuelo rasante de un mito sino también transitar la ruta en la poética expandida en este libro que busca ser habitando por los excesos, el silencio y la contemplación, los del deseo y la escritura. De esta manera se organiza en un viaje exploratorio hacia dentro, en una toma de distancia del referente personal que le permite a la voz poética conquistar la libertad de dejar de ser, para Ser en lo mínimo que lo contiene. “Porque penetrar por las palabras hacia su pleno contenido, / entraña adentro del poema, al numen del espacio”.
Atravesando la cueva cósmica, pleno anda Kuntur, y aquí abajo, el Fariñango. Eternos, porque se habían olvidado del tiempo.
“Poesía Reunida” es una obra que recoge lo esencial de nuestra tierra, de nuestro paisaje espiritual, una larga oración, desde un misticismo cósmico. Es también un legado, hoy un poco omitido, espera despertar un nuevo ardor. Porque “Uno anduvo por la vida con todas las muertes / del camino / …”. Porque “en esto he muerto mucho” –dijo esa contundente voz poética-.