El informe del Observatorio de Argentinos por la Educación sobre el Índice de Resultados Escolares del nivel primario arrojó para Catamarca cifras peores de las que podían colegirse de la pruebas Aprender 2021, que ya habían ubicado a la educación provincial entre las de más paupérrimo rendimiento del país.
Solo 26 de cada 100 alumnos catamarqueños que completaron el ciclo primario entre 2016 y 2021 alcanzaron el 6º grado con los aprendizajes esperados en Lengua y Matemáticas.
La media nacional no es para enorgullecerse: 43%, pero Catamarca se desplomó 20 puntos más abajo y quedó segunda en el “palmarés” del desastre, entre Chaco, medalla de oro con el 25%, al fondo, y Corrientes, bronce con el 30.
Los resultados de las pruebas Aprender difundidos a mediados del año pasado, base del análisis, auguraban ya los modestos indicadores. Midieron el desempeño de 2021 comparado con 2018. Catamarca registró una caída de 2,6% en Matemáticas y un derrumbe del 22 en Lengua, en ambos casos muy inferiores al promedio del país.
Las provincias con desempeño más bajo en Lengua fueron Chaco (39,6%), Catamarca (43,9%) y Santiago del Estero (45,0%). En Matemática Chaco, un verdadero campeón, encabezó nuevamente con 39,8%, seguido otra vez por la empeñosa Catamarca, con el 39,9, y La Rioja con el 43,3%.
O sea: a Catamarca la salvaron de ser la peor Santiago del Estero y La Rioja, pero sería injusto no subrayar el mérito de haber compartido podio con Chaco en las dos categorías, segunda apenas por un hocico, cosa de la que no pueden jactarse santiagueños y riojanos, que tampoco entran en la cola del estudio del Observatorio, desplazados por Corrientes. Eso les pasa por no ponerle garra al entrenamiento.
Al difundirse los resultados de las Aprender, la ministra de Educación Andrea Centurión atribuyó el retroceso al impacto de la pandemia, cuyas medidas profilácticas discontinuaron las clases presenciales. Era, dijo, “una foto”, y a su criterio debían considerarse también los perjuicios provocados por la “desinversión” de la gestión de Mauricio Macri, el otro azote virósico descubierto por el Gobierno nacional para justificar sus fracasos.
Por desgracia, la película expuesta por el Observatorio de Argentinos por la Educación resultó todavía más dramática que el fotograma, porque, encima, los autores tuvieron la precaución de consignar que los resultados de la camada primaria anterior, que transcurrió sus estudios primarios entre 2011 y 2016, exenta de los influjos maléficos del COVID y Macri, habían sido similares.
Eso es: el descenso de la educación argentina, mucho más profundo en Catamarca, es un fenómeno sostenido.
Cuestión de mercado
La caída es correlativa, además, a la no menos crónica pauperización nacional. La condena de la degradación educativa cala con mayor crueldad en los sectores socio-económicos más desguarnecidos.
Del ejemplar dispositivo de integración social que supo ser, el sistema educativo muta hacia engranaje de la exclusión.
Acceder a educación de calidad demanda tener los recursos para pagarla, con un ingrediente adicional que impregna el guiso, o desaguisado, en los últimos años: la diversificación de la oferta de la educación paga, tendiente a capturar también bolsillos menos prósperos, cosa que se refleja en la calidad de la educación impartida. En muchos casos, ya ni pagando las familias pueden estar seguras de que su prole incorpore las herramientas elementales para escaparle al destino de paria.
La variedad de alternativas en el campo de la educación privada obedece menos a novedades pedagógicas que a la fuga registrada en la pública. El deterioro de la educación pública estimula la deserción y conforma un mercado sobre el que, como en todos los mercados, las iniciativas de honestos emprendedores, pedagogos incluso, convergen con las de mercachifles de todo pelaje.
La demanda genera la oferta.
Si hasta hace 30 años los maestros particulares impartían sus conocimientos al circunscripto universo de niños y jóvenes reticentes a la disciplina escolar o duros de entendederas, que requerían clases adicionales para pasar de grado o de nivel, las deficiencias del sistema educativo fueron elevando la necesidad de complementar la formación a escala estratosférica.
¿Cómo asombrarse de la multiplicación y organización de instituciones dirigidas a satisfacer esa necesidad creciente? El éxito de la educación privada ya no depende de procurar conocimientos por encima de los que proporciona la educación pública. Le alcanza con empardar los que debería dar teóricamente para no da en la práctica, y crecen los casos en que ni eso.
Sintéticamente: la educación privada, paga, se afirma y perfecciona estrategias para incrementar clientela sobre sectores que la defección pública deja liberados.
Fuga y resultados
El Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la Universidad de Belgrano consignó en 2018 una reducción a nivel nacional del 12% en la matrícula de alumnos primarios estatales entre 2003 y 2015. Los cargos docentes habían aumentado en el mismo período un 19%.
El caso catamarqueño, para variar, superó todas las marcas: la matrícula pública había caído un 22,27%, contra un incremento del plantel docente de casi 42%. En contrapartida, la matrícula de las escuelas privadas había crecido 27% y la cantidad de cargos docentes solo 23%.
En mayo pasado, dos meses antes de que se difundieran los resultados de las pruebas Aprender, el mismo CEA publicó un informe que daba cuenta de una gran diferencia entre la cantidad de estudiantes graduados en tiempo y forma de las escuelas públicas con respecto a los colegios privados. En Catamarca, sobre el total de alumnos de las escuelas públicas solo egresa el 39,2%, mientras que en las escuelas de gestión privada ese porcentaje llega al 75,7%, 36,5 puntos más.
Solo un cuarto de los niños catamarqueños termina el ciclo primario con los conocimientos suficientes en Lengua y Matemáticas. Sobre ese número podría proyectarse más de una reflexión. Por ejemplo, sobre el nivel en general de la sociedad catamarqueña y la calidad de sus representaciones institucionales.
Con las salvedades del caso, pero recordando siempre que una golondrina no hace verano, quizás sea adecuado insistir en los contenidos curriculares con el refrán popular: en el país de los ciegos, el tuerto es rey.