Con el regreso casi pleno a la normalidad –con poco de nueva normalidad- la pandemia parece cosa del pasado. Pero sigue vigente, aunque con una incidencia mucho menor en lo que respecta a la cantidad de enfermos por día y, sobre todo, al número de fallecidos. Las vacunas jugaron un rol esencial para morigerar las consecuencias de la pandemia y, luego, reducirlo a una dimensión mucho menor que la existente hace por ejemplo dos años, cuando las dosis recién empezaban a colocarse al personal de salud y la población de riesgo.
No es posible conocer con exactitud el verdadero impacto que tuvo la pandemia en el mundo, o país por país, porque las estadísticas respecto de los casos totales y las muertes no son precisas: estuvieron condicionadas por la dinámica arrasadora del COVID-19, para la que ningún sistema sanitario estaba preparado. De modo que se produjo un subregistro muy notable de casos y también de muertes. Ese subregistro –es decir- la información de víctimas en una cantidad inferior a la real, fue consecuencia también, en algunos casos, de políticas deliberadas para distorsionar la realidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que el número total de muertes por COVID-19 sería tres veces mayor a las muertes reportadas por cada país. De todos modos, ya es imposible saber a través de mecanismos directos de verificación cifras siquiera aproximadas a las reales.
Pero sí es factible tener datos más o menos aproximados, que se obtienen a través de mecanismos indirectos. El índice es el de exceso de mortalidad, que se construye a partir de una metodología que compara el número total de muertes esperadas, de acuerdo a un promedio de años anteriores con las muertes efectivas que ocurren durante una crisis (epidemia, pandemia, catástrofe) en un período y lugar determinado. Se infiere, de ese modo, que el exceso de muertes tuvo como causa la aparición de ese evento inusual.
Un informe de Our World in Data (una publicación en-línea que presenta datos y resultados empíricos que muestran el cambio en las condiciones de vida en todo mundo), con información obtenida solamente de fuentes oficiales, revela que Argentina tuvo un exceso de mortalidad del 26,3%, lo que corresponde a un “exceso” de 89.895 muertes. La buena noticia es que ese exceso de mortalidad registrado en 2021 en Argentina fue bastante menor al de la mayoría de los países de América Latina, salvo Uruguay y Chile, que tuvieron mejores números. El exceso de mortalidad de Brasil fue del 34,3%, en Ecuador del 35,3%, en México del 42,6%, en Colombia del 44,2%, en Paraguay del 55,2%, en Bolivia del 57,9% y en Perú del 60,9%.
La información permite concluir que fueron efectivas medidas como el uso del barbijo, el distanciamiento social y, sobre todo, el uso de las vacunas, que en Argentina se colocaron a un ritmo muy importante en el segundo semestre de 2021, permitiendo frenar en buena medida la devastadora gravitación del COVID-19 sobre el sistema sanitario.