miércoles 11 de septiembre de 2024
Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Aplausos

Por Rodrigo L. Ovejero.

En el pasado impreciso pero reciente de la otra noche fui a ver el concierto de una banda que homenajea a los Beatles, llamada Los Hijos de Harri. El espectáculo fue maravilloso, hay pocas cosas tan satisfactorias como la buena música bien ejecutada. Pero a nivel personal sumé una nueva frustración. Sucede que cerca del final el repertorio incluyó algunas canciones de los fabulosos cuatro en las cuales se utiliza el aplauso como un instrumento más. Para esto invitaron a algunos amigos a subir al escenario y animaron al público a aplaudir.

No soy un entusiasta del aplauso, pero si la ocasión lo requiere estoy dispuesto a batir palmas. El problema es que, al igual que muchas otras personas, sufro de una variante de lo que se conoce como dislexia del aplauso, un mal que hace que me resulte imposible aplaudir al ritmo de una canción con una precisión decente. Y este concierto no fue la excepción. A pesar de que en el escenario había gente aplaudiendo en plena comunión con el ritmo, y solo debía seguirlos a ellos para seguir el compás, me las ingenié para aplaudir a destiempo.

Mi caso, por suerte, no es de los más graves. Hay personas que sufren lo que se conoce como aplauso precoz, y están prestos a aplaudir canciones o discursos que no han terminado. A veces son reprendidos en público porque apenas se produce una pausa ya están golpeando las palmas, incapaces de contener sus manos. Otros desconocen ámbitos u ocasiones: un primo fue expulsado del teatro Colón por batir palmas al son del cuarto movimiento de la quinta sinfonía de Beethoven, y en su defensa adujo que Ludwig lo habría querido así. En los casos más graves se convierten casi en adictos al aplauso y andan por la vida aplaudiendo las ocasiones más triviales. Si el mozo les sirve bien el café, aplauden, si la fila del banco avanza, aplauden. En la playa se alegran si se pierde un chico porque pueden aplaudir largo y tendido. Aplaudidores compulsivos, irresponsables.

Los aplausos son una de las formas más notorias de aprobación social y algunas personas lograron advertir el nicho de mercado y explotarlo. Aplaudidores profesionales, encargados de iniciar el clásico clap clap pase lo que pase luego de alguna función. Todo ello en base a la premisa de que el aplauso funciona muchas veces por un principio de solidaridad: nos cuesta ver gente aplaudiendo sola, es una de esas acciones a las que en muchas ocasiones nos vemos compelidos sin desearlo realmente. Es como cuando llega la ola en el estadio, uno tiene la convicción íntima de que se trata de una pérdida de tiempo, pero la marea nos lleva sin que nos demos cuenta. Los aplausos son casi un acto reflejo, algunas veces suenan por alegría al final de una obra, y otras por el alivio de haberla superado. Si nos detuviéramos a pensarlo, aplaudiríamos mucho menos.

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