lunes 18 de marzo de 2024
EL MIRADOR POLÍTICO

El iceberg bajo el agua

Por Redacción El Ancasti

La convocatoria del presidente Alberto Fernández a los gobernadores para procurarse una base de afirmación en la interna con el cristinismo que desencadenó la derrota electoral marca los límites del sistema que orbita alrededor del eje metropolitano para alumbrar y conducir un proyecto colectivo nacional. 

Es irónico. El diseño de las construcciones políticas se despliega desde el centro hacia periferia, pero es el interior subestimado, ninguneado, institucionalmente descalificado como feudal mientras más lejos está del puerto, inducido a una lógica de intercambio de concesiones de la Casa Rosada por disciplina electoral, el que las sostiene cuando, como ahora, bordean el colapso. Resuelta la crisis de autoridad, el mando vuelve a ejercerse con los criterios impuestos por el peso de los padrones de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires, región de la que surgieron todos los presidentes desde 1999.

Cuando en 2001 el estallido de la Convertibilidad eyectó de la Presidencia, masacre mediante, al porteño Fernando de la Rúa, los gobernadores peronistas operaron sobre el Senado para ungir como interino a su par puntano Adolfo Rodríguez Saa. Lo desplazaron a la semana al advertir que pretendía quedarse con la poltrona que le habían cedido para acomodarse en la coyuntura y designaron a Eduardo Duhalde, frustrado candidato presidencial que había sido el gobernador de Buenos Aires hasta dos años antes y se desempeñaba como senador. 

Veinte años no es nada, dice “Volver”, y los acontecimientos recientes refrescan recuerdos ominosos. Anuladas sus posibilidades de permanecer en la Presidencia por el brutal ajuste que tuvo que ejecutar y los asesinatos de los piqueteros Kosteki y Santillán en el puente Avellaneda, Duhalde ordenó una escena electoral que destrinchó la oferta peronista en tres. El riojano Carlos Menem se impuso por un par de puntos sobre el santacruceño Néstor Kirchner, que se quedó con la Presidencia porque su antagonista desertó del balotaje; tercero se ubicó Rodríguez Saá. 

A continuación, Kirchner decapitó a Duhalde con la colonización de Buenos Aires. Sedujo a los barones del Conurbano y Cristina Fernández de Kirchner batió en 2005 a Hilda “Chiche” Duhalde en la contienda por la senaduría nacional. El proceso se complementó con la incorporación de los movimientos sociales, las organizaciones de derechos humanos y, sobre todo, los gobernadores del radicalismo a través de la “transversalidad”. 

El único sobreviviente de aquel experimento es el santiagueño Gerardo Zamora. El catamarqueño Eduardo Brizuela del Moral lo integró, pero se retiró en 2008, ya con Cristina en la Presidencia, alucinado por la rebelión del vicepresidente Julio César Cleto Cobos en el conflicto con el campo.
Discriminar lo coyuntural de lo estructural suele ser clave en política. Brizuela del Moral y el FCS, desertores de la transversalidad, resignaron el gobierno tres años después a manos del peronismo.

 

Gobernadores
Carlos Menem, en 1989, fue el primer gobernador que llegó a la Presidencia desde que el voto universal, secreto y obligatorio fue institucionalizado por la ley Sáenz Peña en 1914. Lo hizo tras imponerse en las internas del PJ sobre el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero, y en las generales sobre el de Córdoba, Eduardo César Angeloz. 

El incremento de la gravitación de los gobernadores a expensas de la Casa Rosada, clarísimo en este momento, comenzó a configurarse en el proceso previo a aquel litigio. Los mandatarios provinciales peronistas lograron la ley de coparticipación federal después de que Raúl Alfonsín perdió las legislativas de 1987 y su candidato cayera ente Cafiero en Buenos Aires.

Desde entonces, todos los presidentes fueron gobernadores con dos solitarias excepciones estimulantes para analizar el efecto de las asimetrías demográficas en el desempeño político e institucional del país: Menem, De la Rúa, el interino Duhalde, Kirchner y Mauricio Macri; ocho años de Cristina, que no fue gobernadora pero heredó a su esposo, dos de Alberto Fernández.

Sobre esta secuencia se acelera a partir de la muerte de Néstor Kirchner, en octubre de 2010, un proceso de fragmentación disimulado por el aplastante triunfo de Cristina en 2011. Sus acólitos hicieron una lectura parcial de los resultados e interpretaron que el 54% la habilitaba para eternizarse. Recuérdese el “vamos por todo” y el globo de ensayo de la reforma constitucional para la reelección indefinida que se tiró a poco del triunfo para desinflarlo cuando Sergio Massa ganó las elecciones bonaerenses en 2013.

Pero Cristina había ganado con el capital emotivo de su viudez reciente, en una pelea ayuna de candidatos competitivos. Segundo se ubicó el santafesino Hermes Binner con el 16%; tercero Ricardo Alfonsín con el 11.

 

Simetrías
Aunque el proyecto reeleccionista se frustró, lo holgado de los resultados llevó a una radicalización del kirchnerismo bajo el supuesto de que no era necesario ampliar su base de sustentación.
Daniel Scioli fue ungido candidato por el peronismo en 2015 a regañadientes. Su ajustado triunfo sobre Macri en las primarias anunció la derrota. 

Dos imágenes condensaron entonces el momento del peronismo bajo la conducción cristinista. Cristina hizo una reunión en la Casa Rosada en la que María Eugenia Vidal, que acababa de ganarle la Gobernación de Buenos Aires a Aníbal Fernández, tuvo el rol protagónico. Scioli, su candidato, no estuvo: viajó a Tucumán en busca de respaldo, para un encuentro con los gobernadores peronistas. Era tarde: Macri se alzó con la Presidencia.

Las simetrías son notorias. En 2015, el peronismo pierde Buenos Aires y su candidato, que era gobernador de esa provincia, recurre a sus colegas ante el frío de la líder. En 2019, en primarias legislativas adversas en el mismo distrito, agravadas por reveses en la mayoría del país, Alberto Fernández hace lo mismo luego de que sus socios amenazan con vaciarlo.
Es decir: el poder nacional recién gira al interior para tratar de legitimarse cuando implosiona el cimiento metropolitano sobre el que se sustenta. 

Para ganarle a Macri hace dos años, Cristina no exploró en los gobernadores. Eligió un operador, Alberto, confiada en que podría condicionarlo solo con su predicamento en el voluminoso Conurbano para convertirlo en mera escala de su retorno.
Pero la realidad es demasiado dinámica. 

La imagen del poder nacional engaña, como el iceberg: CABA y Buenos Aires son solo la punta visible; bajo el agua, esperando para emerger en el momento oportuno, están los cacicazgos territoriales de los gobernadores. La metáfora aplica también para el gobernador bonaerense Axel Kicillof, al que sus intendentes, alarmados por el retroceso, le metieron al zamorense Martín Insaurralde como jefe de Gabinete. 
Billetera mata galán, territorio mata ideología.

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