jueves 28 de marzo de 2024
cartas al director

Fiel seguidor de Cristo y defensor de la República

Estamos celebrando un nuevo aniversario del nacimiento del venerable Padre Esquiú. En este tipo de fechas, en las que recordamos la figura descollante del humilde franciscano, es ocasión propicia para reflexionar en torno a lo que fue su vida. Ello motiva mirar la figura de Esquiú como paradigma de testigo de Cristo. Siendo un fiel seguidor del Maestro vivió su cristianismo en el tiempo y el lugar en el que le tocó actuar. No es por otra razón que fue un santo. Por ello, sus fieles devotos anhelan y esperan la decisión oficial de la Iglesia, de nominar oficialmente beato a nuestro Padre Esquiú.
A pesar de ser un hombre reconocido por su calidad de sacerdote, su capacidad intelectual y su categoría de orador, entre otras virtudes, vivió esquivándole a las loas y exaltaciones; quería solo vivir ajustado a las normas del Evangelio; buscaba de hacer prácticas las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (Mt. 5:3 y ss). La vida del Padre Esquiú se centró en un Cristo viviente, que es el otro, el prójimo. No le importó nada más que el bienestar general, como lo señala la Constitución de la Nación Argentina. Por eso, él se comprometió con la unión nacional, cuando todo era anarquía, desorden, muerte. Nada era, en ese momento, el mensaje más sublime para la comunidad, como la paz y la concordia de sus hermanos. Nada más evangélico. Nada más valioso para la nación de ese momento.
No fue Esquiú un orador para los salones o sectores que podían haberlo aplaudido porque era un placer escucharlo. Fue él un hombre que empeñó su existencia por la vida de la República, por la paz y la unión de los argentinos. La Constitución no habría servido demasiado, faltaba una palabra esclarecedora de alguien que tuviere autoridad moral e intelectual para apaciguar la vorágine del desorden. Como dice un biógrafo, hacía falta "la palabra hablada", para una sociedad que estaba como lanzada a la nada. Hizo, con su palabra, un verdadero servicio evangélico. Fue un auténtico servidor de la patria. La humildad y la sabiduría respaldaban su gestión.
En una biografía del santo franciscano se lee: "En medio de la anarquía general, se hizo el misionero de la sumisión a la ley. En pleno hervor de pasiones políticas, volcó de sus labios sobre la muchedumbre rebelde el bálsamo de los preceptos evangélicos...". Y continúa el texto: "Le cupo la dicha de evangelizar el bien de la virtud, del orden y de la paz, con valentía, dulzura y elocuencia a través de larga calamidad pública y privada...".
El alma de nuestro venerable era la morada de las virtudes que activaban su diario quehacer. Le preocupaba enormemente la suerte de la comunidad y le preocupaba también su salud espiritual. Él mismo lo dice en su Diario, del 24 de febrero de 1873: "En Guayaquil desembarqué y pedí por caridad hospitalidad en el convento de mi Padre San Francisco. Expuse mis licencias. Se me admitió... Estoy bien, nadie me conoce. El Señor me concede la más bella ocasión de trabajar contra la soberbia, mi más antiguo y cruel tirano".
Lo encontramos en Guayaquil; ¿qué hacía allí? A poco de llegar, recibió una carta, en la que se le informaba que su renuncia al arzobispado de Buenos Aires le había sido aceptada. En su Diario, Esquiú escribe: "Informo de esta carta al Padre Guardián y recién pudo darse cuenta del motivo de mi viaje. Di gracias a Dios. Podía ya volverme". (Diario, 31 de marzo de 1873). Solo en la humildad de un santo pueden entenderse tales conductas. Esta magnífica virtud fue sustantiva en su ardua tarea pastoral.
La República está transitando un momento difícil en su vida interior como exterior. Quizá hay sectores que aún no entendieron que ella solo debe caminar guiada por la ley. Es el único medio con posibilidades de convivir en paz y armonía. Estos bienes que deben ser comunes, son posibles en el disentimiento, que es lo que nutre la vida democrática en los pueblos con madurez política y tolerancia por cuantas ideas se dan en la comunidad.
En estos días que los catamarqueños fuimos alegrados por la novedades sobre la augusta figura del Padre Esquiú, esperemos también alegrarnos para que los argentinos nos veamos fortalecidos en nuestra fe de cristianos y ciudadanos; que cada uno de nosotros tenga la firme convicción de que solamente la unidad nos permitirá alcanzar los objetivos propuestos por los que nos precedieron.

Prof. Lorenzo Aybar
DNI 6.967.929
 

 

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