jueves 28 de marzo de 2024
CARA Y CRUZ

Los bancos no se tocan

Por Redacción El Ancasti

Tan bien venía el Gobierno nacional timoneando en la incertidumbre de la peste y vino a estrellarse con un escollo tan cartografiado como el pago de jubilaciones y la primera tanda del Ingreso Familiar de Emergencia. La imprevisión logística del Banco Central y la ANSES disparó una estampida de jubilados hacia los bancos y rompió la cuarentena trabajosamente impuesta en el día 15. 
Se abre una incógnita tenebrosa sobre el efecto que esta interrupción tendrá en el terreno sanitario. Los aglomerados de ayer son personas mayores, víctimas fatales por excelencia del COVID-19: el promedio de edad de los muertos por coronavirus en Argentina es de 67 años y medio.
Otro flanco a considerar es el político. 

La autoridad lograda por el presidente Alberto Fernández, reconocido por propios y extraños como el comandante en la batalla, un elemento central para llevar adelante una estrategia consistente, podría verse mellada. El “Capitán Beto” tiene que eludir los disparos de su propia tropa a pocas horas de iniciar el combate contra la oligarquía y el megaempresariado “miserable”, enemigos proverbiales del campo nacional y popular.
Las acusaciones se concentran en el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, y el jefe de la ANSES, Alejandro Vanoli. En Casa Rosada incluyen también en el combo de los responsables a Sergio Palazzo, titular del sindicato bancario.
Una sospecha comienza a extenderse: que el desatino haya obedecido menos a la imprevisión que a la decisión deliberada e irresponsable de no incordiar a los operadores bancarios con un fin de semana de trabajo que descomprimirá la afluencia a las entidades después de dos semanas de inactividad. Esto es: los bancos no se tocan.
Tal presunción es hija de lo evidente. 


La apertura de los bancos se produjo cuando en el Gobierno comenzaba a tramar el modo más apropiado de salir del letargo económico producto del confinamiento. Podía aprovecharse como una suerte de ensayo para esto, porque los que iban a cobrar eran los menos habituados a la gestión por medios electrónicos o cajeros. 
Indicios de lo que podía llegar a ocurrir con el aluvión de jubilados habían aparecido antes, cuando coincidieron en los cajeros quienes buscaban hacer retiros con los que trataban de depositar para cubrir sus cheques. Las imágenes de las colas interminables fueron las que decidieron al BCRA y a la Asociación Bancaria a abrir las sucursales, solo para atención de jubilados y beneficiarios de IFE. 
Más de un tercio de los jubilados no opera con tarjeta de débito aunque las tengan, porque nunca las activaron. En algunos casos las perdieron, en otros no se emitieron. Muchos plásticos fueron invalidados por reiterados intentos fallidos de activarlas con claves erróneas. El caos se precipitó.
Las multitudes de vulnerables al virus atropellándose en los bancos de todo el país, sin respetar la distancia mínima recomendada para prevenirse de contagios, hicieron estallar de furia al presidente Alberto Fernández, que ordenó habilitar el fin de semana para segmentar la demanda.

La improvisación de Pesce es palmaria: desde el jueves a la noche –y acá en Catamarca se informó sobre ello- había gente pernoctando en los alrededores de los bancos para garantizarse la atención. Era obvia la necesidad de implementar un programa de contingencia, tipo el que el Gobierno catamarqueño dispuso al escalonar el pago a la administración pública.
Los bancos atenderán hoy y mañana, pero en unas horas se tiró por la borda el esfuerzo hecho en dos semanas de encierro.
Hasta ayer, el Gobierno nacional podía atribuir una eventual disparada del coronavirus a imponderables: es claro que hizo todo lo que estaba a su alcance para contenerlo. La muchedumbre que el Central y la ANSES lanzaron a las calles reduce significativamente el margen para echarle la culpa al azar. 

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