viernes 29 de marzo de 2024
CARA Y CRUZ

Inversión cultural

Por Redacción El Ancasti

Aunque el cantante Abel Pintos negó haber pretendido cobrarle 100.000 dólares a la Municipalidad de Chilecito por una presentación de 40 minutos, el incidente reactualiza una polémica de facetas diversas. 
Una, planteada hace un par de días en el editorial de este diario “¿Mega espectáculos o ambulancias?”, tiene que ver con el despropósito de que municipios con inconvenientes económicos y financieros para cumplir con la prestación de sus servicios destinen millonadas la contratación de artistas convocantes para sus festivales. 
En Chilecito, el intendente prometió comprar una ambulancia con la plata que supuestamente le exigía Pintos, quien ayer salió a desmentir que haya existido siquiera contacto entre su representante y la gente de la comuna riojana.


Otro aspecto de la discusión concierne al sentido de la inversión pública específicamente cultural. Como disparador de una reflexión al respecto, podría postularse si la prioridad del Estado ha de ser asegurarse público para festivales y otros eventos, o bien promover y difundir expresiones culturales que contribuyan a construir, fortalecer y visibilizar la identidad local y regional, o a acercar manifestaciones meritorias no tan difundidas de otros parajes, que la cultura genuina puente y el mestizaje enriquece. 
Pintos, y quien sea, es muy dueño de pedir por su trabajo la contraprestación que se le antoje. El asunto no pasa por ahí, sino por la decisión política de pagarle con fondos públicos que podrían destinarse a alentar y procurar la difusión de producciones regionales que tienen expresiones de calidad notoria en todos los ámbitos, no solo el musical, y son ignoradas por una industria del espectáculo cuyo meridiano pasa por lo económico. 
Allí lo cualitativo, como en cualquier industria, se subordina a lo cuantitativo, pues se persigue la masificación para incrementar utilidades. Del Club del Clan a esta parte podrían anotarse varios ejemplos de muy fértiles máquinas de hacer chorizos. 


Si ya hay una industria cultural que instala y afianza artistas por canales de penetración masiva, si la propia industria se encarga de generarles audiencia y la taquilla que tales artistas aseguran es obvio aliciente para la inversión privada ¿con qué necesidad el sector público invierte fortunas en lo mismo? Mientras, muy meritorios actores culturales ajenos a tan prósperos circuitos tienen que peregrinar meses por laberintos burocráticos para que les retribuyan esfuerzo y talento,
Esto, por supuesto, al margen del valor artístico que puedan tener las producciones taquilleras. Lo que se plantea es que las producciones taquilleras tienen cómo financiarse y las que no lo son no, independientemente del valor artístico.
En Catamarca, por fortuna, la actividad cultural es intensa y han surgido varios espacios independientes y autogestionados, alternativos, para la música, las artes plásticas y audiovisuales, el teatro, la literatura y la poesía. 
Hay allí un semillero de talento que merece ser alentado y trascender, no para satisfacción de egos, sino porque son tientos que suman al lazo de la identidad provincial y arriman elementos que la nutren. Alentar no es palmear lomos gratuitamente, sino proveer recursos y pagar los que corresponda.


Marcar esto no implica desconocer la tarea que desarrollan los organismos públicos de cultura, sino subrayar la necesidad de profundizar en el rastrillaje en obras e interpretaciones, que exceden, y mucho, lo meramente folklórico.
No es cuestión de hacer nombres, pero no faltan casos de comprovincianos a los que recién les llegó el reconocimiento local cuando los valoraron afuera. Hasta esos consagratorios aplausos foráneos, el principio general había sido “qué va a cantar, si vive a la vuelta de casa”. n
 

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