miércoles 9 de octubre de 2024
EDITORIAL

Mala praxis

Por Redacción El Ancasti

Así como la Argentina no tiene buenos recuerdos del Fondo Monetario Internacional, es probable que tampoco el Fondo Monetario Internacional tenga buenos recuerdos de la Argentina.

La crisis del 2001 tuvo un impacto social negativo formidable en nuestro país, pero el FMI no salió indemne de aquel proceso. El acompañamiento del organismo internacional al gobierno de Carlos Menem y posteriormente al de Fernando de la Rúa es, al fin y al cabo, un estigma imborrable que comprometió su prestigio internacional durante muchos años. Por eso volver a la Argentina fue para Fondo un desafío en el que otra vez ponía en juego su reputación.
Pero apenas un año y dos meses después de su puesta en marcha, el plan de austeridad fiscal que diseñó junto con el gobierno de Mauricio Macri recibió un duro revés en las urnas. El organismo acreedor, que motorizó la ayuda financiera internacional más grande de su historia para un país en particular quedó otra vez expuesto y dañado ante los ojos del mundo.

El fracaso del acuerdo con el gobierno argentino es evidente. Los esfuerzos por achicar el déficit fiscal, que produjo a un fuerte ajuste de las cuentas públicas, terminaron generando una contracción de la economía que torna insustentable el programa.
El Fondo Monetario es, en consecuencia, socio en el fracaso del acuerdo económico. En esa lógica se entiende, además, el interés de sus representantes de dialogar con los referentes económicos de la oposición. Necesitan que el programa oportunamente acordado no naufrague en un default, como sucedió durante la crisis de 2001-2002.

Al FMI puede achacársele también haber jugado abiertamente avalado por el gobierno de los Estados Unidos, a favor del Gobierno argentino en la contienda electoral. Al tratarse de un organismo técnico y de asistencia financiera, no puede haber lugar para maniobras que tienen una connotación más política que económica. Es que a las autoridades del Fondo y a sus técnicos se les reprocha haber pergeñado una asistencia financiera desmedida sólo para favorecer los intereses electorales del gobierno de Macri. De haber actuado con la prudencia que característica al organismo, el desembolso de dinero hubiese sido mucho menor en el último año.

El doble error del FMI -el técnico y el político- lo paga, como se dijo, el organismo en su prestigio, pero por sobre todas las cosas la economía argentina. El endeudamiento está en los niveles de la crisis de principios de siglo, y la fuga de capitales no se detiene. 
Quizás el único dato positivo de toda esta complejísima situación es que, si el organismo no quiere otra vez aparecer comprometido ante el mundo  como responsable de una mala praxis financiera que provoque el default argentino y consecuentemente un crisis internacional, deberá flexibilizar las condiciones de pago de la deuda. De ese modo, el gobierno que asuma el 10 de diciembre tendrá algo de oxígeno, aunque no mucho, para intentar el enorme desafío de reanimar la alicaída economía argentina.

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