jueves 28 de marzo de 2024
lo bueno, lo malo y lo feo

Poetas de Buenos Aires

Carta al director.

Desde aquella primera estrofa (“Percanta que le amuraste”), la historia del tango empezó a ser escrita con música y letra. Y estos hombres fueron su bronce y su mármol.

Enrique Cadícamo: Nació con el siglo 1900. Y en Luján, fue su primer tango: Pompas de jabón, grabado por Gardel y anticipo de uno de sus temas clave: La noche y el cabaret. Pocos definieron también al tango: “Sos el alma del chusmaje/metida en el bandoneón/ sos la furca y la traición/ el piropo y el chamuyo/ y sos una flor de yuyo / que perfuma el corazón”. Mezcla de cronista social denuncialista y exquisito poeta, tocó todas esas cuerdas en su punto más alto como Anclao en París. Fue Discepoliano en Al mundo le falta un tornillo, nostálgico en la casita de mis viejos (inspirada en la vida del músico Juan Carlos Cobián), homenajeo al barrio y a la amistad en Tres esquinas y llegó a la cumbre con Garúa: “Qué noche llena de hastío y de frío / (…) siempre solo, siempre aparte / recordándote”; Su tango más celebrado: En 1942, cuando Cadícamo escribió “Los mareados” el mundo estaba en guerra (Los Nazis de Hitler junto a la Italia fascista y al Japón imperial, enfrentaban a los aliados: Inglaterra, Estados Unidos y otras naciones) en África, Europa, y en el Pacífico Sur. La Argentina mantenía su neutralidad. Pero la población estaba dividida entre “germanófilos y “aliadófilos”, y el Presidente Ortiz renunciaba a su cargo. Pero estos eran problemas políticos, así que sigamos recordando a nuestros poetas.

Homero Manzi: Homero Nicolás Manzione (Barba, 1907- 1951) fue poeta, periodista, guionista, dramaturgo y director de cine. No era porteño. Era Santiagueño de Añatuya. Pero su mudanza a Pompeya - entonces un suburbio-le hizo descubrir las claves poéticas del barrio: las casas bajas, las calles de tierra, el Farell “balanceando en la barrera”, los sapos redoblando en la laguna y “el misterio de adiós que siembra el tren”. Poeta inigualable su tema no fue la gran ciudad sino el confín querido que el progreso va borrando para dejar solo la infinita nostalgia.

Cátulo Castillo: Ovidio Cátulo Castillo (1906-1975), poeta, compositor y director, nació en Buenos Aires y le cantó como pocos. A su niñez de barrio, en Tinta Roja. Al entonces solariego Belgrano en Caserón de Tejas. Al mítico punto en que se cruzan Rivadavia y Rincón, en Café de los Angelitos. Y allí están también el Patio de la Morocha, La calesita, y aquellas cosas que el tiempo borró: El último cafiolo, el último farol, el último café. Y su himno, La última curda. Dato curioso: tan fino poeta, fue también boxeador: ochenta combates y una preselección para las olimpíada de Ámsterdam 1924. Su peso: pluma. ¿Qué otro podía ser?

Homero Expósito: Nació en Zárate en 1918. Murió en Buenos Aires en 1987. Una de las plumas más exquisitas, más metafóricas, casi metafísicas. Recorrer sus letras es penetrar en un vasto y bello misterio: Afiches, A bailar, Tristezas de la calle Corrientes, Yuyo Verde, al compás del corazón, Ese muchacho Troilo. Pero nada como el inmortal Naranjo en flor. Nada como aquel “Era más blanda que el agua/ que el agua blanda”.

Celedonio Flores: El negro Cele (1896 - 1947), porteño, entró en el mundo del tango desde un concurso del diario Última hora que ganó con los versos de Por la pinta, dedicadas a Gardel. Lo mejor: su himno: Corrientes y Esmeralda. En tu esquina un día, Milonguita, aquella papirusa criolla que Linning mentó, llevando un atado de ropa plebeya al “Hombre tragedia" tal vez encontró. Te glosó en poemas Carlos de la Púa y Pascual Contursi fue tu amigo fiel. En tu esquina rea cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel.

Mario Alonso

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